Acabo de releer un libro que conocí en mis años de estudiante de Filosofía, de la escritora francesa Simone de Beauvoir. Me refiero a “Todos los hombres son mortales”, en la cual la autora nos relata la desgracia de un hombre condenado a ser mortal y de la desesperanza de una vida eterna en la tierra, sin sentido y sin trascendencia.
En estos días de Semana Santa que acaban de pasar, motivo de reflexión para los cristianos, nuevamente tuve la sensación de tener frente a mi dos opciones de vida: una, la del vacío existencial que termina con la muerte y la nada que la sigue y otra, la de la existencia con un sentido de trascendencia, que nos proyecta más allá de la muerte física, la cual, además, nos da un sentido de vivir que está quizá más allá de la historia personal y mundana misma.
Con ese motivo y seguramente con otros más inconscientes, he reflexionado sobre el Chile de este tiempo, que muchos amamos, con sus bellezas, bondades y proyecciones que sobrepasan la pobreza y la miseria que hoy nos envuelve.
Pensé, sin quererlo, en un accidente de carretera que me tocó presenciar en sus resultados y al mismo tiempo observar la calma y el recogimiento de algunos, en sus autos acompañados de sus familias y amigos, siguiendo la ruta de la espera, en el silencio, suponiendo que más adelante habría gente que sufría. Así me lo imaginé.
Pero al mismo tiempo y cuales torbellinos desencadenados, observé pasar la realidad al lado mío; la realidad de la prepotencia de otros, que en una marcha alocada por una tercera vía inexistente, trataban de pasar a los que estábamos en la fila de los más pacientes que esperábamos. Eran los que se creían poderosos, en sus almas pequeñas, conduciendo sus máquinas automotrices, sin importar producir un nuevo accidente. Eran sus máquinas que les podrían dar parte de sus identidades personales y una sobre valoración social, solo creída por ellos mismos.
Esos, los que se creen poderosos en sus máquinas identitarias, parece que son sujetos sin conciencia de que la vida tiene límites precisos, por enfermedades, por accidentes o sencillamente por la vejez. La prepotencia, que muchas veces se confunde con el poder que podemos tener por nuestras propias acciones o por las acciones de otros que nos rodean, es uno de los males que aquejan a nuestra sociedad y quizá sea ella uno de los motivos no estructurales que no nos permite superar las diferencias abismantes que existen entre las personas.
De ahí llegué a la conclusión, como persona dedicada a la materia, de que la Educación tiene como uno de sus objetivos no tecnocráticos e intelectuales, enseñar la modestia en el logro de la verdadera felicidad, la simplicidad en el buen vivir, el respeto por los otros y por el mundo, la estúpida arrogancia del creernos eternos en este mundo y de manera especial, enseñar a que la vida y la muerte son dos elementos inseparables que nos debe ser enseñado para aprovechar el escaso tiempo del paso por nuestra existencia mundana.
He conocido también la prepotencia del poder y el buen dinero, las caídas hacia la desgracia y las limitaciones extremas de una vida a la cual no estábamos acostumbrados.
He visto sufrir intensamente a personas por no poder conseguir lo que se habían figurado tener en el futuro. Personas con sus sueños frustrados. A ellos les gime una pesadumbre de vida que son difíciles de superar con humildad al no estar preparados al mismo tiempo para la carencia y la abundancia.
Y sin embargo poco o nada de esto nos enseñan y enseñamos en nuestros centros educativos. Si hiciéramos un esfuerzo quizá sería ésta la mejor herencia que le podríamos dejar a nuestras futuras generaciones. De ahí que los profesores, los maestros de la educación, deben tener la sapiencia de calibrar el tiempo de vivir y el tiempo de morir y trasmitirlo a sus alumnos en pleno desarrollo.
Sin duda que con Universidades que tienen escasa o nula conciencia de que son “centros de formación pedagógica” en el sentido profundo del término, será muy difícil llevar a cabo una tarea como la descrita, pues ya no solo se trata de pesos más o pesos menos (aunque ello es muy importante), sino de la profundización de las identidades y vocaciones pedagógicas que deben tener los profesores en formación. Y para ello, hay poco tiempo para la formación de los mismos.
Por eso hoy es indispensable madurar una reforma educacional que además de pensar en mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los profesores, piensen en las características que debe tener el futuro profesor en un contexto de tiempo muy corto de vida profesional y muy largo de formación vocacional. Profesores que sirvan para una reforma educacional que debe partir de la base de que siempre será de corta duración, pero de extensas consecuencias.
Pensar en la formación de profesores no es solo una cuestión simple de una Comisión o un Grupo Técnico, sino que ella marca la esencia misma de lo que queremos que sean nuestras generaciones futuras en el corto y mediano plazo, considerando que “todos los hombres somos mortales” y que nuestra vigencia es simplemente caduca en un pequeño momento en el tiempo.