Pareciera que el mundo girase cada vez más rápido, la ciencia nos sorprende a diario con nuevos descubrimientos y la tecnología con asombrosos avances.Una década del siglo XXI parece un siglo del medioevo, es como si, figurándonos la vida como una melodía, avanzaran lo días y los años al ritmo de semicorcheas y fusas, y elimináramos los silencios, las blancas y las redondas.
En este ir y venir apresurado se aceleran también los movimientos migratorios, las personas cruzan fronteras motivadas por la esperanza, dejan el país donde nacieron, sus bienes y muchas veces sus familias para alcanzar su propio bien-estar y el de sus más cercanos.
En Chile, en la actualidad, existen casi medio millón de migrantes provenientes en su mayoría de Colombia, Perú, Bolivia y Argentina, y cada vez más de Ecuador, República Dominicana y Haití. Año tras año se incorporan más niños y niñas migrantes a distintos colegios a lo largo del país, concentrándose a nivel nacional en los establecimientos públicos de las comunas de Santiago, Antofagasta, Iquique y Calama, y en la Región Metropolitana en Santiago, Independencia, Recoleta y Estación Central.
Según los datos que maneja el ministerio de Educación, a la fecha existen poco más de 22 mil niñas y niños extranjeros en el sistema escolar. Una cifra poco coherente si consideramos que el departamento de extranjería calcula que alrededor de 450 mil migrantes viven hoy en nuestro país, una cifra que se ha quintuplicado en los últimos 40 años.
Sin la información de un censo confiable, ni un sistema de recolección de datos efectivo, es difícil dimensionar la magnitud de la situación actual que viven los miles de niños y niñas extranjeros avecindados en Chile.Para sólo hacerse una idea, de esos 22 mil que registran los datos oficiales, -–que por cierto es una cifra que dista de la realidad– nada menos que un 72% aparece como niños indocumentados, ya sea por el estado migratorio irregular de sus padres o porque no han completado los trámites de visa correspondientes.
Si bien la normativa exige a los colegios aceptar a todos los niños y niñas independientemente de su condición migratoria, el diseño del sistema obstaculiza la incorporación plena de los niños y niñas en “situación irregular” o con “matrícula provisoria”y con esto se trunca su acceso alas subvencionesy beneficios del sistema educativo, acentuando aún más su vulnerabilidad.
Con todo, más allá de los puntos flacos que pueda tener el sistema al no poder garantizar efectivamente el acceso a la educación a todas y todos los niños –y enfatizo, todas y todos sin excepciones de ningún tipo–y sin siquiera referirnos a la calidad y a la equidad con que debería ir inalienablemente aparejada la educación, existen otras carencias y problemas que se levantan de las experiencias de estos niños en el aula, referidas principalmente a la rigidez curricular, la imposición cultural y la discriminación.
La saturación y poca flexibilidad del currículo escolar se manifiesta poco amigable a la inclusión de estudiantes de otras culturas y nacionalidades. La gestión de la convivencia escolar con excesivo énfasis en el control y la sanción de las conductas indeseadas, le ha restado relevancia a las acciones y políticas orientadas a fortalecer la convivencia democrática, la cohesión social y la valoración de la diversidad en todas sus dimensiones.
La sociedad chilena se muestra llena de contradicciones lamentables: por un lado nos declaramos tremendamente solidarios y así lo demostramos –felizmente– en cuanta cruzada humanitaria se nos presenta, pero por otro lado somos poco tolerantes, prejuiciosos y muchas veces discriminadores cuando se trata de convivir y compartir a diario con hombres y mujeres de países distintos al nuestro.
En las escuelas, la realidad no es muy diferente, un estudio realizado por UNICEF en 2004, que a pesar de los años transcurridos debe seguir siendo representativo, indica que un 46% de los niños, niñas y adolescentes de escuelas públicas piensa que existen nacionalidades inferiores a la chilena. Son este tipo de percepciones las que muchas veces se traducen en acciones discriminatorias y comentarios xenófobos por parte de estudiantes chilenos a estudiantes extranjeros.
Por todo esto, y por tanto más, es que tenemos la necesidad y la urgencia de emprender acciones concretas sobre el tema, no sólo desde la normativa y las políticas públicas sino también desde la enseñanza misma, y es que vale la pena que nos cuestionemos desde una visión crítica, cuál es la educación que queremos para nuestros niños y niñas, una que sólo los prepare para una vida de test y un mercado laboral altamente competitivo o una educación que releve los valores la empatía, la diversidad, la tolerancia activa, el diálogo y la democracia.