Desde hace unos años me dedico a hacer charlas vocacionales a alumnos de enseñanza media o apoderados, y en algunas ocasiones participan los padres con sus hijos. En estas actividades emergen temas muy interesantes, entre ellos, la tensión que se produce entre la felicidad y el éxito.
Hace unos meses, en una de estas conversaciones, una mamá comentó que había impedido que su hija se dedicara a lo que ella quería -relacionado con las artes-, y la obligó a estudiar Derecho, aunque ahora sentía que no la había dejado expresarse.
En contraste, otro papá contaba que su hijo a los 15 años había decidido ser futbolista profesional, se había ido a Europa y estaba dedicado cien por ciento a eso. Él se sentía muy culpable por haber dejado ir a su hijo tan chico pero, por otro lado, sentía que lo estaba acompañando en la decisión que había tomado.
A veces los padres se muestran muy aprensivos, sienten que si sus hijos no tienen logros económicos van a ser infelices y no van a tener todo lo que quieren, entonces si les dicen que les gusta la música, el arte o el baile, el mensaje es: “eso tenlo como un hobbie y cuando seas ingeniero comercial o administrador de empresa, te dedicas a eso en tu tiempo libre”. Pero alguien que de verdad quiere dedicarse a algo, no puede hacerlo en su tiempo libre, si alguien quiere destacarse en el arte tiene que dedicarle ocho horas diarias como a cualquier profesión.
De aquí surgen las preguntas ¿qué es la vocación?, ¿a qué aspiran los jóvenes, a la felicidad o al éxito?, ¿se pueden integrar las dos o es necesario elegir?
Ante esto, los estudiantes sienten que la felicidad tiene que ver con la persona en su totalidad mientras que el éxito está más orientado a los logros obtenidos en el ámbito laboral, por lo tanto, si toman decisiones vocacionales en base a lo que ellos quieren hacer, la felicidad debería estar alineada con el éxito.
Sin embargo, a medida que vamos ahondando en el tema sale a la luz que para ellos es casi imposible integrar ambas dimensiones, porque sienten que tienen que lograr éxitos de manera muy rápida, que es muy competitivo el ambiente, que tienen que retribuir de cierta forma lo que le han entregado sus padres y la sociedad y que no tienen espacio para equivocarse, y esto termina siendo una exigencia altísima para ellos.
Los jóvenes perciben el éxito como una verdadera carrera de obstáculos y desafíos cuyo premio es una buena remuneración. Para que esta trayectoria sea exitosa tienen claro que no pueden estar más de dos años haciendo lo mismo y en una misma institución, y que a la gerencia se debe aspirar como máximo a los 35 años.Incluso se plantean que deberían estar en condiciones de retirarse y jubilarse antes de los 50.
Asociado a esto, una de las dinámicas que ha aparecido en los universitarios en los últimos años y en jóvenes que están trabajando, es que muchas veces disocian el mundo laboral del mundo de la satisfacción y de la realización, de aquello que realmente les gusta hacer.
Es frecuente escucharlos decir: “yo no trabajo un minuto más de lo que corresponde, salgo a la hora que tengo que salir y me voy y es ahí donde comienza la vida”. Como si el trabajo fuese un ámbito que está fuera de ese mundo más personal, como si no fuera un espacio de realización, sino que es visto como un medio para conseguir un fin.
La propuesta es tomar una decisión desde adentro, conectado con lo que se quiere y sintiendo el apoyo del círculo cercano. Ese modo de hacer las cosas es lo sano, porque si tomas una decisión y te equivocas, ese proceso es de mucho aprendizaje.
En cambio, si haces algo presionado por tus padres, por el colegio o las expectativas de otros, la sensación de frustración y malestar es muy alta. Al final de cuentas, nadie te asegura el éxito, pero el proceso de conocerse a sí mismo y tomar decisiones en forma consciente es donde se puede encontrar la sintonía entre felicidad y éxito.