La ley LOCE nominó carreras universitarias (no definió Universidad) y la LGE que la siguió no se refirió a la Universidad. Esperamos una ley específica de Universidades desde hace 34 años. Es una vergüenza nacional.
No se quiere hacer una ley de Universidad porque habría que definirla por lo único imprescindible que la constituye que es la cualidad, calidad y cantidad de sus comunidades académicas autónomas y su quehacer ineludible de creación de cultura universal, crítica del ser cultural nacional y centro de referencia intelectual, estético, moral y espiritual en el mundo.
En Chile universidad es un título que se busca para aumentar la ganancia monetaria, de prestigio o la ventaja de clientes en el mercado estudiantil en programas de instrucción (no educación) profesional técnica tratados como bienes de uso mercantiles. Más vergüenza nacional.
LOCE nominó como carreras universitarias aquellas que tuvieran el grado académico de licenciatura. Esto es lo único universitario y mínimo exigible. Pero los grados académicos de Magíster, Doctor y Post-doctorado imprescindibles para poder constituir una universidad, siglo XXI, no los menciona como tales y a lo más dice que los dos primeros son opcionales y el tercero no figura (horror que aumenta la vergüenza).
Nominó como universitarios cinco de doce títulos profesionales de la salud (con sus respectivas licenciaturas): Bioquímico, Cirujano Dentista, Médico Cirujano, Psicólogo y Químico Farmacéutico. Dejó fuera a siete (abrevio títulos): Enfermería, Obstetricia, Fonoaudiología, Tecnología Médica, Nutrición, Terapia Ocupacional y Kinesiología. En tiempos de la LOCE estas carreras excluidas no tenían licenciatura en la mayor parte de las universidades y parecía lógico excluirlas además que los legisladores ocuparon el, en ese tiempo ya obsoleto, concepto de carreras dependientes del “médico” (paramédicas).
Estas carreras sin licenciaturas las daban también los institutos profesionales. Varias universidades hicieron esfuerzos y dotaron a sus carreras del grado de licenciatura y empezaron una batalla para ser incluidas como “universitarias LOCE”.
Afortunadamente el concepto de dependencia del médico se aceptó como obsoleto, por ejemplo un fonoaudiólogo tiene tanto o más trabajo autónomo en escuelas de lenguaje, educación de la voz para profesores, cantantes, locutores, animadores, que en medicina.
Casi lo lograron Enfermería y Obstetricia y las otras cinco carreras dieron su batalla y parecía que el Parlamento lo aceptaría y en la última votación, por falta de quórum, se rechazó la petición.
No puede menospreciarse el problema que significa para los institutos profesionales que, por una malentendida interpretación de la LOCE, se les “prive” a ellos de dictar sus profesiones ahora incluidas como universitarias. Posiblemente hicieron un lobby efectivo en el Parlamento o hay varios parlamentarios con conflictos de interés con institutos o universidades sin licenciatura. Si es así, ha sido un error garrafal que aumenta la vergüenza nacional de la incultura.
Esto es obvio ya que, aceptando el espíritu de la LOCE (si lo tiene, mis colegas me reprenden por mi optimismo) las carreras que dan los títulos con licenciatura son universitarias por definición y no necesitan la aprobación en el Parlamento para “ser” universitarias en Chile.
Pero esto deja a los institutos profesionales en una supuesta minusvalía, aumentada por el arribismo chileno de creer que “universitario” agrega prestigio social. Claro está que al momento de los contratos profesionales en cargos críticos decisionales preferirán profesionales licenciados.
Se complica artificiosamente al asunto al introducir el considerando de calidad de los establecimientos educacionales dado por su desacreditada acreditación. La acreditación nada tiene que ver con el problema ya que es un elemento de (buena o mala) calidad presente en universidades e institutos; no es crítica ni la calidad ni la cantidad para definir la universitariedad de una carrera. El problema es de cualidad: tienen o no licenciatura buena o mala.
Hay que retro-escavar el sentimiento que los oficios y las profesiones tienen prestigios y dignidades superiores o inferiores. Esta es una maldición cultural chilena. A un lustrabotas en Medellín le pedí que se comparara con un médico en su oficio, me dijo que se sentía igualmente digno (al principio no entendía). Yo soy, médico, profesor de religión y moral, doctor en ciencias, Profesor Titular, he sido asesor eticista de la Comunidad Europea y del Parlamento chileno, pero también vendedor de helados en cines de barrio, sepulturero, probador de ropa interior masculina, abogado del diablo en causas de beatificación, dispensador de papel higiénico en baños públicos improvisados y ninguno de estos oficios me parece execrable o de menor o mayor dignidad o prestigio.
Es igualmente digno el profesional de la salud con licenciatura que el sin licenciatura y tienen oficios que se traslapan en parte y en parte son distintos y se complementan. La licenciatura da un nivel de autonomía intelectual, estética y moral que el simple título no (necesariamente) da.
El con licenciatura puede seguir los grados académicos de Magister y Doctor, el sin no. El licenciado puede disputarle al propagandista médico o a la empresa si su producto cumple con la calidad científica, cosa que no puede hacer el titulado simple. Por esta autonomía el licenciado está más capacitado para los cargos directivos que necesitan de decisiones autónomas. Pero en el campo del desempeño del oficio específico y de la ética profesional deontológica son igualmente competentes; incluso un equipo de profesionales licenciados y no licenciados puede constituir un elemento productivo insuperable en una empresa.
En la dimensión ética se anuncia un problema mayor ya que la ley (en proyecto) que recupera la tuición ética profesional concede sólo facultad de tuición a las profesiones licenciadas, pero esto es harina de otro costal más complejo aún.