Durante muchos años me he movido, como la gran mayoría de los seres humanos, entre el acatar las pautas culturales y normas sociales que se nos imponen socialmente o mandarlo todo “a la buena parte” (que me imagino será buena), rompiendo con esto la escasa capacidad de aprendizaje moldeable que nos impusieron las generaciones mayores mediante la acción taladrante del sistema educacional sobre nuestros escasos movimientos neuronales.
Pues esa ha sido y será una verdad insustituible de la acción del sistema educacional sobre las nuevas generaciones. Y para qué hablar de las antiguas generaciones que ni siquiera contábamos con la capacidad de gestionar nuestro propio conocimiento mediante el uso de la información tal cual hoy la tenemos a nuestra disposición.
Solo un problema: tenemos la información a nuestra disposición, pero no sabemos manejar los más simples elementos que dispone todo ser humano para manejar sus procesos mínimos de aprendizaje. Por lo tanto somos, desde la perspectiva de la información, seres ignorantes de cómo diseñar, buscar, focalizar, analizar o sintetizar la información que nos dicen que tenemos a nuestro alcance.
Por eso, cuando dos queridos amigos, ex alumnos del Liceo Alemán me visitan por una grave enfermedad que estoy viviendo, discutimos si era necesario o no decir la verdad, abierta y claramente, aun con el riesgo y peligro de ser catalogado como un dinosaurio quiebra vidrios, llegamos a la conclusión que sí era necesario, en especial en estos momentos, cuando el país trata de buscar alguna luz sobre lo que debemos hacer en educación para tenerla en calidad y para todos cuyos talentos y condiciones lo permitan.
Me quedó rondando la idea y no sé si ellos pasaron del discurso a la acción, pero yo quiero hacerlo, más cercano a los años por “desgastar” que años por “invertir”.Es un lujo que nos podemos dar los viejos (o adultos mayores), diciendo aquello que durante años callamos por miedo a tal o cual consecuencia, por timoratos, por mariconcitos.
Algunos dirán que es mejor hacerse y ser el tonto, pues la supervivencia está más o menos asegurada. Después de todo, este no es el último gobierno de este país y tampoco el último Ministro.
Ser tonto frente a la reforma educacional es mirar hacia el horizonte sin saber por dónde comenzar o por donde terminar, pues se intuye que desde cualquier dimensión la cuestión hará un clic social en el cual habrán muchos muertos políticos. Por eso las caras de tontos, que todos los chilenos conocemos tan bien, abundan en este momento.
Si a eso se le agrega una palabrería hueca y sin sentido, el cuadro de La Manivela lo tenemos completo.
Por otra parte, ser sabio hoy día es esconderse en los tecnocratismos que no rozan, ni un poco, lo esencial de los problemas educacionales reales. América Latina se ha visto llena de estos Sabios que dan recetas a un relativo bajo costo (pagados en dólares o euros), sobre la equidad, eficacia, eficiencia, relevancia y competencias de sus fórmulas con las cuales negocian sus propias acciones de “expertos con expertizaje”.
Quizá jamás han pisado una sala de clases ni han estado 44 horas frente a 40 alumnos a la semana, para poner a prueba sus cuerdas bucales, sus espaldas, sus sentaderas, su vista, su cansancio y hastío. Ellos se llevan la mejor parte del botín, pues han creado círculos cerrados que se auto nutren de sus propias inoperancias y se venden como expertos, despreciando el trabajo de los profesores de aula. Ellos hablan cuando les conviene, cuando les pagan y son camaleones de la mejor estirpe.
También, en esta modesta polarización, es posible ser de otro tipo de especímenes.Ellos serían los irreverentes cansados, contrarios a la reverencia o respeto debido, aquellos que se cansaron de las infinitas luchas por ser escuchados como correspondería en una sociedad democrática dialogante.
Son, de alguna manera, los perdedores de algunas cruentas batallas que han debido dar, desprestigiados y desvalorados social y económicamente por la sociedad. Ya cansados, muchos se refugian en las viejas estructuras gremiales y sindicales de las organizaciones de maestros o profesores o en la propia institucionalidad escolar, esperando la jubilación o los beneficios de un retiro no voluntario.
Creen, algunos de ellos, que existen voluntades reales para resarcir las deudas que la sociedad tiene para con los mismos.
Sin duda que esta clasificación puede extenderse y complementarse, pero por el momento para nuestros objetivos dejémoslo así. La pregunta que se me plantea, haciendo referencia a la verdad que es preciso dilucidar es ¿qué podemos hacer con este conglomerado humano que, a una primera mirada, no nos suministra luces sobre la existencia de verdaderos educadores, que en definitiva, deben ser los constructores últimos de toda reforma educacional?
Mis ex alumnos, me afirmaban que no hay que perder la esperanza y que todavía es posible que un economista, un médico y porqué no un arquitecto o un maestro electricista entienda algo de educación y tengan el tiempo suficiente para aprender sobre la misma, aunque ellos crean que el haber pasado por alguna aula como alumnos o alumnas, los transformó automáticamente en educadores o expertos en educación.
Por eso en la actualidad se observa que en materias educacionales el discurso que se escucha en canciones repetidas como papagayos, es tonto y repetitivo, sin emoción, sustentada en la razón, no saliendo de los márgenes de dos o tres conceptos básicos que no necesariamente son los más importantes para producir una verdadera reforma educacional.
Por eso entristece ver que después de tantos años de mentiras y vueltas de carnero, el discurso educacional, si lo pudiésemos llamar así, se repite de manera incansable, siendo otra oportunidad más para que los mismos de siempre pongan la cara de tontos, sabios o irreverentes y no de verdaderos educadores.