Hoy martes se dieron a conocer nuevamente los resultados del SIMCE, la tristemente conocida prueba estandarizada que se le aplica a todos los niños y niñas de nuestro país desde 2º básico hasta 2º medio.
Otra vez conocimos de rankings elaborados para que el mercado (la demanda) pueda elegir mejor; otra vez escuchamos de subidas y bajadas de puntajes en colegios gestionados pedagógicamente quién sabe cómo; otra vez nos dijeron de las brechas socioeconómicas de puntajes entre estudiantes de muy dispares –déjenme decirlo así- países, y lamentablemente otra vez conocimos a dueños de Agencias Técnicas de Educación (las que han hecho del SIMCE un lucrativo negocio) que celebran o de otros que articulan ya remediales a un módico precio…en fin.
El SIMCE es un “hoyo negro” que se está tragando al “universo escolar”, a sus prácticas pedagógicas, a su ejercicio docente, al sentido de una educación integral.
El SIMCE obliga a las escuelas a orientarse por sus propios objetivos, que no son otros que los de rendir “high level” en cada una de sus pruebas. “¿Quieres ser una “escuela de calidad” en este país? Pues, responde “full” a cada una de mis preguntas” parece decir el SIMCE –verdadero organismo vivo- a todo el sistema escolar. El peligro es evidente, y bien digo “peligro”, pues no se puede jugar así con la educación de nuestros hijos.
No podemos hacer girar toda la vida escolar en función de rendir bien en una prueba estandarizada y homogénea, pues si no, lo que va a ocurrir es que la educación se va a transformar en un campo de entrenamiento y no en una experiencia de aprendizaje integral.
Nadie quiere ver a sus hijos –menos desde 2º básico- sometidos a un entrenamiento cognitivo cuyo resultado es finalmente un ranking de colegios hecho por y para el mercado. La educación nunca ha estado más en peligro que cuando la abandonamos a este tipo de pruebas y prácticas de mercado y control de calidad.
Ciertamente que necesitamos evaluar y medir en educación, pero para la educación misma, para mejorar los aprendizajes que, dentro de un contexto pedagógico y en el marco de un proyecto educativo integral, siempre serán perfectibles por la naturaleza misma del acto de enseñanza y aprendizaje que, no está de más recordarlo, entraña seres humanos, los niños, con derechos.
Por de pronto, el derecho a ser feliz mientras se vive la experiencia escolar, el derecho a una educación de calidad amplia, integral, que abra el universo de saberes y que no los cierre o reduzca a la mera técnica de responder bien una prueba unidimensional y segregadora como el SIMCE.
Arte, teatro, literatura, filosofía, historia, danza, deporte y juegos al aire libre, lenguas extranjeras, conciencia ecológica y planetaria, multiculturalismo, tecnología, desarrollo del juicio y la argumentación moral, unidos a los saberes más duros pero necesarios de una educación con sentido integral como las ciencias y las matemáticas, deben ser parte de una educación con sentido integral, con sentido pedagógico, con sentido, finalmente, de país y de sociedad.
Es claro el vínculo entre educación y desarrollo económico, pero también es claro que el economicismo y su lógica de mercado deben redimensionarse en nuestra filosofía de la educación.Hoy, como lo demuestra el problema político que encierra el SIMCE, la lógica neoliberal de mercado es también un troyano al interior del sistema.
Acabar con ese troyano, es tomarse en serio el lema de la campaña Alto al SIMCE de este 2014, “lo esencial es invisible al SIMCE”.