El principio de no seleccionar a los alumnos en la educación pública, ya sea por razones socioeconómicas, raciales, religiosas o de rendimiento académico, es ampliamente compartido. Avanzar en esa dirección debe ser parte del esfuerzo por eliminar cualquier tipo de segregación y asegurar una educación de calidad en los establecimientos sostenidos por el Estado.
Sin embargo, el principio de no selección, presentado como uno de los pilares de la reforma educacional, no puede aplicarse ignorando la realidad. El intento de “demostrar” la universalidad de ese principio a cualquier precio puede tener pésimas consecuencias.
Es lo que podría ocurrir si se invalidan los antecedentes académicos y el examen de admisión en los llamados liceos emblemáticos o de excelencia, que son lo mejor que tiene la educación pública. Los principales son el Instituto Nacional, fundado en agosto de 1813 por el gobierno de José Miguel Carrera, y el Liceo N°1 de Niñas “Javiera Carrera”, fundado en 1894.
Lo óptimo sería que todos los colegios públicos fueran de excelencia, pero eso no se conseguirá con buenos deseos, sino con un enorme esfuerzo del Estado, recursos bien focalizados y, por supuesto, una renovación profunda del proceso educativo propiamente tal.
Por desgracia, el actual debate casi no se refiere a un asunto neurálgico como el desempeño docente.Sería lamentable que la reforma se quedara en los aspectos institucionales, administrativos y financieros, y no gravitara en las posibilidades de que los alumnos aprendan a usar mejor el castellano, razonar matemáticamente o aprender inglés.
En estos 4 años, el gobierno debería concentrarse en mejorar sustancialmente la enseñanza parvularia y escolar.En los colegios municipales (dejen de serlo o no), la responsabilidad del Estado es directa.También lo será en los colegios particulares subvencionados si se reemplaza el copago de los padres por mayores fondos públicos.
Hay mucho por hacer, y los frutos en el campo educacional no se consiguen de un día para otro. En cualquier caso, lo esencial es tener un rumbo claro y establecer prioridades.
¿Qué hará al ministerio de Educación para mejorar la enseñanza en los liceos públicos de Puente Alto, Lo Prado, Conchalí, La Pintana, Estación Central, Renca, La Granja, Cerro Navia, Pudahuel, Recoleta, San Joaquín, etc., por nombrar sólo algunas comunas de la Región Metropolitana? Lo que ocurra allí será decisivo en la evaluación de la gestión educacional del gobierno.
En tal contexto, se justifica la inquietud frente al anuncio del ministro Eyzaguirre de que el fin de la selección académica incluirá a los liceos emblemáticos.
La preocupación se acentúa al leer las declaraciones del senador Carlos Montes, que afirmó: “Puede que la idea tenga algún efecto inicial negativo, pero a la larga la diversidad es muy importante” (La Segunda, 22/04/2014).
¡Bastará con el efecto inicial negativo! Sería el principio del fin de esos liceos, que han contribuido a la movilidad social y representan una tradición cultural que no puede echarse por la borda en aras del igualitarismo.No sirve igualar hacia abajo.
Miles de estudiantes postulan cada año al Instituto Nacional, al Javiera Carrera, al Carmela Carvajal y demás liceos de excelencia.Si se elimina la selección, sólo quedará el recurso de la tómbola.Luego de eso, vendría el problema mayúsculo de que un alumnado excesivamente desigual en términos académicos haría trizas el modelo de alta exigencia en el que se sustenta la labor de esos liceos.
Algunos parlamentarios parecen interesados en poner a prueba a los profesores de los liceos emblemáticos. Es como si dijeran “que demuestren esos profesores si son tan buenos con alumnos no seleccionados”.Es ridículo.
Por supuesto que en los buenos resultados influye la selección que permitió que muchachos talentosos y aplicados se incorporaran a sus aulas, pero ello es potenciado por un trabajo docente de primer nivel. Ambos factores están interrelacionados.
Los alumnos que tienen buena base, y ciertamente capital cultural de la familia, consiguen un mayor desarrollo gracias a los buenos profesores que los acogen y tratan de llevarlos tan lejos como sea posible.
¿Quiere decir que estos liceos pertenecen en los hechos a otra categoría? Así es, y quizás hay que reconocerlo legalmente. Son los que mejor habilitan para continuar estudios superiores, y existen también en otros países.
Hay que procurar que todos los liceos públicos sean de buen nivel, pero ya está dicho que ello exige una genuina reforma educativa, que signifique por ejemplo que los directores ejerzan un claro liderazgo pedagógico y puedan contratar profesores meritorios.La buena educación no caerá del cielo.
A los profesores que no cumplan los requerimientos, habrá que ofrecerles perfeccionamiento, pero los alumnos no pueden esperar: necesitan que les enseñen bien biología o historia ahora mismo. Un profesor sin las competencias exigidas puede causar mucho daño en la sala de clases. No sabemos si en el ministerio de Educación se analizan también estos asuntos.
Hasta el momento, las señales de la reforma educacional son contradictorias. Es indispensable acotar sus metas. Hay que evitar un nuevo Transantiago, dijo con realismo la propia Presidenta.Se requiere, pues, una hoja de ruta coherente, que permita mostrar progresos concretos al cabo de 4 años. Se trata, parece obvio, de mejorar lo que existe.
“Si funciona, no lo cambies”, dice el sentido común.Hay que proteger el Instituto Nacional y los liceos de excelencia, no empujarlos a una crisis.Carece de sentido desestabilizar los mejores colegios públicos con que cuenta nuestro país.