A los pocos minutos de que Michelle Bachelet anunciara su gabinete, las redes sociales comenzaron a llenarse de la misma pregunta con tono de broma, ¿qué rima con Eyzaguirre? Imaginando ya las marchas que vendrán este 2014 y los gritos criticando a quien será el interlocutor natural del movimiento estudiantil, asumiendo por tanto que se convertirá en una especie de enemigo.
¿Tiene sentido ese escepticismo y esa mala reacción frente a su designación?
Analicemos su nombramiento desde el punto de vista de las razones de Michelle Bachelet.
No por razones antojadizas, sino porque una y otra vez se ha insistido que es ella quien tiene el timón del gobierno y de la Nueva Mayoría, armada en torno a ella.Por lo tanto, resultan relevantes las (escasas) señales que entrega para saber qué esperar, en especial en un área tan relevante como la educación y donde las promesas de campaña fueron tan ambiguas.
Es muy tentador y razonable criticar a Eyzaguirre por su pasado, en especial por haber sido un ministro clave en la aprobación del nefasto CAE, y por sus permanentes lazos y relaciones con el gran empresariado, antes, durante y después de su participación en el gobierno de Lagos.
El Rector de la UDP, Carlos Peña, hace una crítica profunda a Eyzaguirre por su supuesta “conversión” respecto a su visión en educación. Pero hagamos el ejercicio de olvidarlo. Al fin y al cabo, la propia Presidenta electa ha dicho que en sus 4 años en Nueva York “evolucionó”. ¿Por qué no puede haber ocurrido el mismo fenómeno con sus nuevos Ministros?
La mala noticia es que al olvidar su pasado, es poco lo que queda. La única postura que se le conoce en educación es una columna escrita “curiosa” y “coincidentemente” pocas semanas antes del anuncio del gabinete.
En ella, reafirma que está a favor de la gratuidad en educación superior, pero sin explicitar si está pensando en simplemente aumentar la cantidad de becas -y así mantener intacto el modelo en términos gruesos-, o si se tratará de aportes directos a las instituciones, para que así puedan funcionar en pos de la generación de conocimiento y no de la competencia por las lucas.
Menos aún sabemos su opinión sobre la contradictoria promesa bacheletista de “fin al lucro en todo el sistema educativo” y el permitir que se lucre si se renuncia a recibir fondos públicos, y así podríamos seguir con las diversos ejes que necesariamente deberá contener una reforma educativa profunda.
Los desafíos de Eyzaguirre no serán menores. Y frente a tanta ambigüedad, tanta impostura y tanta contradicción, hay algo que se reafirma de manera clara: la participación protagónica del movimiento estudiantil y sus organizaciones es la única garantía posible de que la reforma educativa sea coherente con las movilizaciones de estos últimos años.
En un área tan sensible, democratizar la discusión y las resoluciones no es una cuestión procedimental, es la única forma de hacer una transformación sustantiva en educación y no simplemente un ajuste parche más.Devolver la política a la gente no es simplemente un gusto, es una necesidad.
La educación ha sido anunciada como el área más prioritaria para promover transformaciones estructurales. Y al respecto, el programa de Bachelet fue siempre abundante en titulares rimbombantes pero pobre en contenidos sustantivos.
De ahí que la designación del Ministro era una señal importantísima para saber cómo vendrá la mano.Lamentablemente, con la designación de Nicolás Eyzaguirre las ambigüedades se mantienen, y recurrir a su pasado sólo empeora tal percepción.
Es de esperar que la señal no sea un anticipo de lo que viene, que el ejercicio de inventar gritos sea superfluo y que el nuevo Ministro esté a la altura de lo que los estudiantes y las familias chilenas venimos exigiendo hace tanto tiempo: una reforma educativa, construida en forma democrática y que erradique al mercado de la educación para que ésta pueda ser un derecho garantizado por el Estado.