“Después de las implosiones del 2008 en los EEUU y el 2011 en Europa, la trilogía de la crisis global parece encaminarse a su tercera parte, la implosión de los mercados emergentes”, ha dicho el economista jefe del Banco de Inglaterra. Lamentablemente para Chile, la evidencia reciente y la historia de crisis pasadas parecen darle la razón. A medida que las economías centrales se recuperan, la economía de Chile y los países emergentes parece adentrarse en una nueva “década perdida”, como la de 1980. Hay que afirmarse los pantalones.
La crisis global iniciada con el presente siglo ha dejado a su paso una estela de destrucción, cesantía y penurias para la población y al mismo tiempo grandes lecciones a los economistas.
En primer lugar, la evidencia contundente que estas crisis globales que ahora se denominan “seculares”, efectivamente sobrevienen al cabo de cierto número de décadas. El movimiento cíclico normal de la economía capitalista —que desde 1825 se ha venido desarrollando a lo largo de una sucesión de más de treinta ciclos de crisis, estancamiento, crecimiento lento, rápido, desenfrenado y nueva crisis— se inscribe a su vez en una trayectoria cíclica de largo plazo, jalonada por los grandes periodos de turbulencias iniciados en 1872, 1929, 1969 y 1999.
Sin embargo, al menos las dos últimas crisis seculares han puesto en evidencia el fenómeno singular que éstas se manifiestan de manera contradictoria, opuesta, en las economías centrales y en la periferia. Cuando se desatan en las primeras se genera un “boom” en las segundas, el que luego implosiona a medida que aquellas se recuperan.
El vínculo entre ambos movimientos parece ser el capital especulativo, que abunda al no encontrar oportunidades de inversión productiva en las economías centrales en crisis y se vuelca hacia la periferia emergente, inflando allí los precios de las materias primas, monedas, bolsas de valores y cualquier cosa que se preste a la especulación y generando momentos de desenfreno de la actividad y el endeudamiento.
Al revés, cuando las economías centrales empiezan a superar su crisis los capitales retornan, provocando el consecuente derrumbe de precios en la periferia, el que generalmente termina en crisis de endeudamiento impagable. Es lo que parece estar empezando a suceder en este momento, con el agravante que ahora la periferia pesa muchísimo más que en los años 1980 y por lo tanto el efecto de esta “fase tres” representa de rebote una amenaza muchísimo mayor al sistema financiero y a la recuperación misma de las economías centrales.
La evidencia más clara de este comportamiento es el denominado “súper ciclo” de precios de las materias primas, que en las dos últimas crisis seculares se ha movido exactamente al revés de la actividad en las economías centrales. Es decir, cuando éstas entraron en un periodo de gran turbulencia y crecimiento lento en la década de 1970, los precios de las materias primas se elevaron a las nubes. Al revés, éstos se vinieron al suelo a medida que aquellas se recuperaban en las décadas de 1980 y 1990.
Nuevamente, los precios de las materias primas empezaron a recuperarse y se fueron a las nubes cuando las economías centrales entraron en un nuevo periodo de turbulencias en las década del 2000 y empezaron un nuevo derrumbe el año 2011, cuando aquellas, a tropezones, se empezaron a recuperar. Sin embargo, este “súper ciclo” de altos precios de materias primas coincide exactamente con una enloquecida alza y posterior implosión de las monedas y bolsas de valores de las economías emergentes.
Ello demuestra que los precios de las materias primas tienen poco que ver con los llamados “fundamentos” de estos mercados, es decir, con su demanda productiva. Los “expertos” que repiten estos análisis y se equivocan medio a medio una y otra vez, olvidan que la demanda de todas las cosas escasas no tiene uno sino dos componentes, producción para consumo humano final y especulación. A estas alturas resulta evidente que es este último componente el que ha venido determinando la evolución del “súper ciclo” de precios de estos elementos.
Todo lo anterior no anuncia un futuro del todo promisorio para la economía chilena, que como resultado de las políticas aplicadas en las décadas recientes es una de la más expuestas a los vaivenes del capital especulativo, que entra y sale del país como Pedro por su casa sin control ninguno, y sucesivamente eleva y derrumba el precio del cobre, los productos forestales, agrícolas y del mar, de cuya renta nos hemos acostumbrado a vivir.
Tendremos mucha suerte si nos salvamos de una nueva crisis de endeudamiento privado, puesto que éste también ha crecido desmedidamente en los años recientes. Hay varios grupos económicos que no van a salir bien parados.
Lo único bueno de todo esto es que los chilenos vamos a caer en cuenta que la moderna riqueza de las naciones no está en la renta de sus recursos naturales, sino en el valor agregado por el trabajo de sus habitantes en la producción de bienes y servicios que se vendan en el mercado. Para hacer el giro requerido en el modelo de desarrollo, es necesario terminar con la nefasta hegemonía de los rentistas sobre la élite chilena.
Ojalá lo logremos, de modo que no sea esta una nueva “década perdida”.