Muchos son los aspectos de nuestro país que nos sitúan ante el enorme desafío de la integración. En Chile existe una avasalladora segregación social, económica, cultural y territorial, que en los hechos no hemos podido o no hemos querido superar exitosamente.
Tampoco se trata de desconocer lo que hemos crecido. A nivel internacional somos vistos como un país sólido estable y con crecimiento sostenido, sobresaliendo incluso entre nuestros vecinos del continente. Sin embargo, la realidad de la nación se basa en una enorme segregación social en la que el 1% de la población se lleva el 31% de lo producido por el trabajo de todos los chilenos.
Ahora bien, si pensamos en la solución no podemos desconocer la realidad geográfica de Chile, donde las regiones han vivido la sistemática postergación a causa del peso que hemos otorgado a la Región Metropolitana, Santiago.
No podemos hablar de país, de nación, de chilenos y chilenas, si no estamos dispuestos a superar esta “uniformidad” mentirosa que ha desconocido la real riqueza que posee nuestro territorio y sus habitantes, la cual es su diversidad.
El centralismo ha causado un gran pesimismo en la gente que no vive en Santiago, y yo lo he sentido desde siempre. Sin embargo, no estoy dispuesto a naturalizar esta situación, cayendo en la resignación y en la invisibilización de este gran problema que tenemos en frente y que provoca descontento social y la imposibilidad de conseguir un crecimiento y desarrollo con cohesión y real sentido de pertenencia y patriotismo entre los habitantes de norte a sur.
Es importante, aclarar que el modelo de regionalización que nos rige actualmente fue impuesto por Pinochet, quien lo diseñó sobre la base de criterios geomilitares, en vez de sustentarse disciplinas geográficas, socio-antropológicas, culturales y económicas. Se trata, por tanto, de un modelo que no sólo carece de legitimidad, sino que además ha producido negativos efectos de centralismo e inequidad, lo cual ha impedido transformarnos en un país integrado.
Autores y estudiosos de las realidad regional de diversos países sostienen que para equilibrar o compensar los poderes centrales no queda otra cosa que crear regiones fuertes y poderosas.
Por ello, tenemos que visibilizar el problema, no acostumbrarnos a la realidad actual, no naturalizar los procedimientos y fórmulas que siendo sinceros no nos han servido, y que por tanto, tenemos que reformular, situándonos ya en otro paradigma.