La situación de la jibia es un ejemplo nítido de los graves problemas que enfrenta la pesca y los recursos del mar en el país. Se trata de una especie que hasta hace algunos años tenía escasa incidencia en las capturas. Poco se sabía de ella. Raramente se encontraba en los puntos de venta. Se masificó con el colapso de las principales pesquerías, pasando a una fuente importante de ingresos. Sirvió para que muchos pescadores artesanales sortearan y sigan sorteando la crisis.
La actual regulación entrega un 20% de la cuota global al sector industrial. Éstos la extraen en un corto espacio de tiempo lo que satura el mercado y hace disminuir drásticamente los precios, a la mitad o menos de lo que se obtiene habitualmente. Los pescadores artesanales, entonces, ven disminuida su rentabilidad, hasta casi no poder solventar los costos, producto de estas prácticas extractivas y comerciales abusivas.
La guinda de la torta -y generadora del problema- es el uso de artes de pesca depredadores, como el arrastre, que ya llevaron al colapso a otras especies y que se encaminan a hacer lo mismo con la jibia.
Vale decir, la tormenta perfecta. El colapso de otras pesquerías y la sobre explotación de uno de los escasos recursos que va quedando, con artes predatorios y estrategias comerciales que ocasionan el derrumbe de los precios, con claro perjuicio para el mundo artesanal, ya suficientemente golpeado.
Esto tiene que cambiar. En la jibia, por cierto, entregándola exclusivamente para el sector artesanal y estableciendo la línea de mano como arte de pesca, pero mucho más allá, esto nos demuestra la urgente necesidad de revisar y perfeccionar la ley de pesca, cuyos principales problemas se ven claramente reflejados acá.
Tenemos que ser capaces de tener una legislación que proteja de mejor forma la sustentabilidad, administrando mejor las pesquerías y castigando drásticamente la sobre explotación. Asimismo, debemos distribuir de mejor modo las cuotas globales, entre el sector artesanal – largamente postergado – con el industrial, fortaleciendo, además, la protección de las 5 millas.
En seguida, como país, tenemos que avanzar en un uso más racional de nuestros recursos naturales. Su mera explotación y exportación, no sólo en la pesca, sino también en la minería y los bosques, conduce a su colapso con escaso beneficio para el país y las comunidades locales.
Hace rato que este es un punto crítico de la cadena. En general los pescadores artesanales se ven obligados a vender a las procesadoras a precios muy insuficientes. Tampoco existe suficiente decisión para acometer procesos de industrialización y agregación de valor, que mejoren las condiciones de empleo y nivel de remuneraciones.
La crisis de la jibia requiere una solución urgente. La pesca artesanal merece más protección y oportunidades. El país necesita una ley que proteja recursos que nos pertenecen a todos.