Soy también un pequeño empresario desde hace más de 30 años, y lo digo con orgullo, porque ha sido un trabajo de gran sacrificio, que si bien ha implicado sortear muchas dificultades, también ha reportado grandes satisfacciones personales y familiares.
Por lo mismo, creo tener algo de autoridad para cuestionar la mirada de importantes empresarios y de las organizaciones que lo representan, que permanentemente anteponen sus intereses personales y corporativos por sobre los del país.
Es cierto, no son todos, pero son los grandes que tienen más tribuna.
Primero, quiero señalar que adolecen de una tremenda miopía. La defensa de sus intereses, no les hace ver que mantener la actual desigualdad solo significará que sus propios proyectos puedan entrar tarde o temprano en crisis.
Esa miopía significó que por mucho tiempo se la jugaron con la idea del chorreo, o sea que el propio crecimiento haría que los sectores bajos y medios lograran mejorar sus condiciones de vida. Si bien en alguna medida se logró, la riqueza de los grandes empresarios creció exponencialmente y hoy somos cuestionados por nuestros pares de la OCDE, como uno de los países más inequitativos de los que pertenecen a su selecto club.
“Así como el mandamiento de «no matar» pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir «no a una economía de la exclusión y la inequidad». Esa economía mata.” Esto nos dice el Papa Francisco (Exhortación Apostólica N° 53).Los empresarios que somos mayoritariamente católicos, no solo tenemos el deber y la obligación de escucharlo, sino de ver la forma de responder a esta situación.
¿Estas mismas organizaciones han buscado caminos para generar nuevos rumbos que solucionen esta iniquidad? En absoluto. Su mayor disposición fue aceptar a regañadientes la reforma tributaria, sin una disposición activa, sino porque no tenían fuerza suficiente para oponerse a una realidad que se hacía insostenible.
Segundo, adolecen de una falta de suficiente autocrítica y humildad. En efecto, desde hace años venimos viviendo la cultura del abuso. Esa que nos duele a todos. Que incluso se ha transformado en rutinas humorísticas para alivianar, en parte, la rabia.
Ese abuso de los que tienen más frente al resto del país. Las farmacias, las Isapres, los Bancos, las AFP, la Polar, INVERLING, EUROLATINA, el transporte Interurbano, los concesionarios del Transantiago, los pollos, los cerdos, la Universidad del Mar y las Universidad privadas que han lucrado a través de subterfugios legales, los sostenedores de colegios subvencionados, que con platas públicas, se han hecho ricos a costa de un deficiente servicio educacional, el abusivo en el pago de facturas de las Pymes por algunos supermercados, y un gran etcétera.
A esto se agrega las que han traicionado el propio modelo de mercado. Nos referimos al caso “Cascadas” y al de los empresarios chilenos que están siendo demandados por el Estado Norteamericano. Por otro lado también están los que tratan de eludir el pago de impuestos como las del conocido grupo nacional que hoy está envuelto en un gran proceso judicial y también político.
Este curriculum del gran empresariado nacional, a lo menos debiera llevarlos a una reflexión crítica y no solo de pasada en algún evento público, el que solo parece ser un “lavado de cara” o maquillaje, pero en ningún caso una actitud más humilde o algo menos soberbia.
Es cierto, todo esto ha generado una gran pérdida de credibilidad en el principal empresariado del país. Sin embargo la población no está en contra de los empresarios, muy por el contrario, saben que somos los que ayudamos a generar riqueza y dar trabajo al país. Lo que molesta es justamente la soberbia, la falta de autocrítica real, una altura de mira y la disposición real y efectiva a terminar con los abusos, en forma clara y pública.
Porque creo que en definitiva, el sesgo ideológico enceguece la mente y adormece la conciencia.
Quiero concluir esta reflexión con la continuación del texto del Papa Francisco en la misma exhortación: “…algunos todavía defienden las teorías del «derrame», que suponen que todo crecimiento económico, favorecido por la libertad de mercado, logra provocar por sí mismo mayor equidad e inclusión social en el mundo. Esta opinión, que jamás ha sido confirmada por los hechos, expresa una confianza burda e ingenua en la bondad de quienes detentan el poder económico y en los mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”.
“Mientras tanto, los excluidos siguen esperando. Para poder sostener un estilo de vida que excluye a otros, o para poder entusiasmarse con ese ideal egoísta, se ha desarrollado una globalización de la indiferencia. Casi sin advertirlo, nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no lloramos ante el drama de los demás ni nos interesa cuidarlos, como si todo fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera.”(N°54).
Es hora de una serena autocrítica de parte del gran empresariado y de una honesta búsqueda del interés del país, por sobre los personales o corporativos.