Es momento de poner en marcha un “impulso reactivador”, contra-cíclico, acelerando los proyectos en ejecución, poniendo 100% al día los atrasos en pagos a proveedores, reduciendo las “deudas históricas” y acelerando la evaluación de nuevos proyectos. Un paso pragmático, como el propuesto, sería una gran noticia para la gran mayoría de los chilenos, abriendo camino a la recuperación sostenible del desarrollo, tan elusivo desde 1999.
La desaceleración económica ha sido sorprendentemente fuerte. Más allá de lo que ya venía desde el último año del gobierno de Piñera, se intensificó durante este gobierno. El debate tributario, sin duda, tuvo un impacto. No es el contenido de la reforma en sí (moderado, gradual, 3% del PIB en régimen recién en 2018).La intensificación ha sido más bien consecuencia de la eficacia de la desinformación brutal, que impactó a la opinión pública, y la llevó a reducir a un tercio su apoyo a una reforma que inicialmente era ampliamente popular.
Siempre he sido promotor del crecimiento con equidad, ahora llamado inclusivo (o incluyente). He impulsado el rol de las PYMEs (las auténticas); del cooperativismo (el auténtico), de la capacitación laboral y de los pequeños empresarios; de los clusters; de la reforma del mercado de capitales para el financiamiento del desarrollo incluyente; de la corrección de la política cambiaria para evitar que el tipo de cambio responda a los flujos especulativos o a la inestabilidad del precio del cobre y sí responda al desarrollo de las exportaciones no tradicionales y de las PYMEs que compiten con las importaciones con precios deprimidos por el dólar.
Todos estos son ingredientes cruciales para la progresiva introducción de equidad en el sistema productivo, acompañado por una reforma tributaria también progresiva. Esas transformaciones estructurales necesitan ser acompañadas por una macroeconomía que logre equilibrios de la economía real.
La desaceleración económica implica que se ha producido una brecha significativa entre el PIB potencial y el PIB efectivo, desde el frenazo de la demanda, la brecha crece día a día aunque el PIB efectivo aumente más lentamente que el PIB potencial.
En 2012 la economía topó el techo productivo o PIB potencial, ello se reflejó en el freno del crecimiento en 2013, en el 4,1% registrado entonces, que es aproximadamente el promedio que llevamos en los últimos 15 años.
En 2014 el crecimiento efectivo sería del orden de 2% según diversas estimaciones de estos días (con un tercer trimestre deprimido, ya definido). Por otro lado, se ha estimado que el PIB potencial se ha expandido sobre 4% en 2014, y el ministerio de Hacienda acaba de dar una cifra de 4,3% para 2015.
Si la aritmética no ha cambiado, en 2014 quedarían unos 2 puntos de PIB sin utilizar, los que dan espacio en 2015 para un crecimiento efectivo del 4,3% más esos dos puntos; si no es todo alcanzable en 2015, pues sin duda está por sobre cualquiera proyección, entonces lo sería en 2016. Lo importante, lo relevante, es que técnicamente hay amplio espacio para una vigorosa reactivación. Como la que se logró en el segundo y tercer año de retorno a la democracia (Período 1991-1993).
La urgencia de actuar no sólo tiene implicancia política -el desgaste y debilitamiento que la desaceleración le cuesta al gobierno, con trabas a las reformas estructurales- sino también la pérdida que implica para la economía chilena y para el combate a la desigualdad.Siempre deberíamos tener muy presente que cuando la capacidad no se reutiliza, se hace un daño permanente a la economía nacional, a empresarios y trabajadores, y también a los ingresos fiscales. Y cuántas veces lo hemos hecho en el pasado.
Es complejo el desafío que nos plantea esta aritmética. Esa sería la capacidad de mayor oferta de bienes y servicios, sobre el 2014, al alcance potencial de la economía chilena.
Para empezar a concretarse, ahora, no mañana, se requiere reactivar la demanda efectiva, que es lo que ha estado frenándose este año. Reactivarla exige un aumento del gasto fiscal, que requiere del acompañamiento de varios otros actores: que el Banco Central continúe contribuyendo con rebajas de la tasa de política monetaria; que el Banco Estado reciba rápidamente su aumento de capital y ponga en ejecución la ampliación de créditos a PYMEs; que se otorguen aportes a entidades crediticias de micro empresarios; que se acelere la evaluación de proyectos de inversión detenidos administrativamente, que se decida rápido a aprobarlos o rechazarlos y que se cubran las “deudas” del fisco con las municipalidades.
Y por supuesto, que todo esto se publicite profusamente para compensar la intensa propaganda dañina, promotora del pesimismo. Resulta impresionante leer y escuchar día a día titulares desequilibrados, que desinforman por la falta de un balance con cierta objetividad.
La aprobación de la reforma tributaria ayudó a despejar terreno, pero subsisten aún quienes siguen haciendo afirmaciones aterradoras sin ninguna base, los que quedarán al descubierto cuando veamos los reales efectos positivos de la Reforma, que, al margen de las imperfecciones de la Ley y fallas en el proceso, es muchísimo mejor que lo que teníamos: recauda más y en forma más progresiva que lo existente en el año 2013, pero aumentando las exigencias al SII para que tape las fuentes de elusión que quedaron abiertas.
En la coyuntura desacelerada, el desafío fiscal significa poner al día el presupuesto de 2013 que no se ejecutó; ejecutar el presupuesto de 2014; gastar todo lo que se alcance a recaudar de la reforma este año; lo que reactiva poco pues es gastar lo que se retira vía recaudación (da solo lo que se llama el multiplicador fiscal). Pero falta más. Una economía desacelerada por más de un año, exige ir más allá, con un efectivo programa contra-cíclico.
Ello requiere financiamiento y Chile lo tiene. Para eso son los voluminosos ahorros fiscales o “fondo soberano” de los años de “vacas gordas” por el alto precio del cobre. Se llama “Fondo de Estabilización Económica y Social”. Sería buena idea hacerle honor a su nombre.
Con esos recursos fiscales -en realidad basta una fracción menor del elevado fondo soberano- debiera ponerse en marcha un “impulso reactivador”, contra-cíclico, abriendo –al mismo tiempo- camino a la recuperación sostenible del desarrollo, tan elusivo desde 1999.
El autor es miembro del Directorio del CED.
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