Quizás este título no es la expresión idiomática más adecuada, pero representa en toda su magnitud la estrechez ideológica del lucro como norte de una sociedad, hecho reflejado en lo vivido por miles de compatriotas en el sector denominado Angostura. Es una perfecta metáfora de un viaje familiar soñado pero que en pleno camino se enfrentan con las inexpugnables barreras que impone un sistema que promete el futuro pero se empeña en paralizar el progreso para todos.
También ratifica lo señalado por los dirigentes estudiantiles, en cuanto que los problemas no son sectoriales, sino que es una mirada de cómo debe funcionar una sociedad ante el problema central que nos aqueja como país.
Desde hace más de treinta años que se nos viene culturizando acerca de las bondades de la “economía de mercado”, llenándonos de objetos fetiches innecesarios (incluyendo futbolistas alcoholizados y anodinas chicas realities), mientras se nos expropia de los derechos básicos de una sociedad verdaderamente democrática, tales como educación pública, salud pública y previsión social.
¿Qué factores posibilitan que los chilenos asuman este trueque falaz? ¿Por qué aceptamos una sociedad que nos consume, en vez de un estado de bienestar para las grandes mayorías? ¿Por qué se nos presenta como un motivo de orgullo las ganancias de la Banca Privada a costa de intereses incomprensibles? Complejo dar una respuesta certera e infalible, pero desde una ciencia social interpretativa, me atrevo a esbozar una hipótesis: la política ha claudicado de su función utópica movilizadora para subyugarse a los fríos razonamientos económicos.
Ya lo decía Octavio Paz “la geometría no sustituye a los mitos”, traducido a nuestro país “la modernización no remplaza a los sueños colectivos”. Y esto quedó en evidencia el fin de semana de fiestas patrias, cuando miles de familias salían fuera de la capital en las remozadas y modernas carreteras concesionadas, que se ofertaron como la panacea modernizadora de la infraestructura vial de Chile, siendo una de los pocos países del mundo que dejaron sin una alternativa pública gratuita el tráfico por nuestro territorio.
Se nos prometió confort y seguridad total a cambio de un cobro casi usurero, sin embargo desde años somos testigos como en las carreteras concesionadas ha habido víctimas fatales producto de piedrazos sin que las empresas hayan asumido la total responsabilidad, y ahora fuimos observadores atónitos de la barbarie del lucro, que impidió levantar las barreras para evitar el colapso, no importó la paciencia estoica de los automovilistas y el agotamiento de sus familias, lo importante era no perder “plata” como si las ganancias jugosas de las concesionarias no fuesen suficiente para sus ávidos propietarios.
Y ese es el problema con el lucro, no estamos hablando de una justa ganancia (como siempre quiere confundir el modelo con la complicidad ignorante de algunos) producto del trabajo, sino un lucro injustificado de las concesionarias que haciendo mal la pega igual exigen el pago.
Peor aún la respuesta de las autoridades, quienes ciegos a una alternativa fuera de las reglas del mercado, insisten que el problema es técnico, que el Estado deben construirle más pistas a estos señores para que seguramente nos cobren el doble.
Nos hablan de soluciones para cinco años más, o más patético todavía el Ministro Golborne que propuso como solución aplicar restricción de placas para evitar el éxodo masivo, lo cual recibió obviamente el rechazo inmediato y masivo de la ciudadanía través de las redes sociales, que lo obligó a retractarse de una manera inverosímil, culpando a la tergiversación. Y mientras el gobierno de “los mejores” da palos de ciego.
¿No sería mejor que las autoridades usaran sus facultades y haciéndose presente in situ levantara las barreras que impiden el libre flujo por nuestras carreteras?
Al menos de esa manera se recuperaría el valor de lo político como factor de decisión, pero eso para quienes nos dirigen aparentemente es mucho pedir porque existe el dios Mercado.
Parece entonces que sencillamente este modelo neoliberal no da el ancho para encauzar las nuevas pulsaciones culturales de nuestra sociedad.
Quizás Angostura es el mejor espejo de un sistema que se niega a morir mientras los ciudadanos padecen esta agonía, porque los operadores binominales se resisten a entregar los instrumentos para la cirugía que Chile necesita.