Se ha hablado en el último tiempo acerca del sueldo mínimo, el piso básico con lo cual debiese vivir una familia de 4 integrantes en promedio. Sin embargo, más que pensar en un sueldo mínimo creo que es primordial construir las bases de un país que asegure condiciones laborales dignas para los sectores de menor participación en el mercado y, al mismo tiempo, abrirles espacios comerciales para su sobrevivencia y sostenibilidad.
Muchas pequeñas empresas, productoras de alimentos o de artesanías, difícilmente pueden alcanzar ni siquiera a entregar un sueldo mínimo a sus trabajadores, porque carecen de cualquier posibilidad de llegar a mercados de interés, que les permitan dar solvencia a sus negocios.
Más aún, cuando hablamos de talleres que lejos de la producción industrial, se orientan a una elaboración artesanal, de cantidades más reducidas, que guardan más bien relación con una producción única, local y con una identidad cultural.
Proveer de condiciones básicas de sustentabilidad comercial a emprendimientos familiares de manera constante es la mejor forma de pensar en alcanzar un sueldo mínimo, que dignifique sus trabajos. Es así como nació el movimiento de Comercio Justo, hace 50 años en África y Asia.
Más que pensar en subsidios puntuales en tiempos de crisis, debiésemos como país ser capaces de gestar un sistema económico que no mida solamente las ganancias macro, sino que se fije metas y se preocupe de la microeconomía que sostiene al país, la cual no se tangibiliza ni por el IPC mensual ni por los sueldos promedios que Chile dice tener, sino que corresponden a la realidad de un artesano que elabora utensilios de greda o un productor que posee reducidas hectáreas de nogales para producir nueces o un grupo de mujeres que se asocian para producir mermeladas de elaboración única y artesanal.
Si un país verdaderamente quiere crecer y entregar condiciones mínimas de sustentabilidad a las familias debiese integrar a todos los sectores de la economía, a través de políticas públicas que favorezcan y mejoren las condiciones de trabajo del pequeño emprendedor que sustenta y da empleo día a día.
La práctica de un comercio justo real es una gran herramienta, ya probada y viable, que pueda aportar mucho a la formulación de estas políticas públicas que requiere, ahora ya, nuestro país.