“Fui su alumna en el diplomado de economía política y me interesó su idea acerca del carácter rentista de la economía chilena,” dijo Isabel mientras servía atentamente un café, en el bar donde la joven abogada trabaja como mesera.
Ella intuye que esa es la causa de la precariedad de su ocupación: a diferencia de los auténticos capitalistas, que extraen sus ganancias del trabajo calificado y competitivo de sus empleados, los rentistas no se preocupan mucho de ellos, puesto que obtienen aquellas de los tesoros de los cuales se han apropiado. También comprende que el camino para terminar con esta enorme distorsión lo está señalando una vecina, se llama Cristina.
Al igual que Isabel, trabajan en hoteles y restaurantes un tres por ciento de las 4.640.012 personas que cotizaron en las AFP en diciembre del 2011.
A ellas hay que agregar aproximadamente tres millones de personas que ese mismo mes trabajaron por cuenta propia, poco más de medio millón de desocupados y más de 800.000 mujeres que transitoriamente han vuelto a labores de hogar, para dar un total de aproximadamente nueve millones de chilenas y chilenos que tienen una cuenta activa en la AFP; en su gran mayoría han cotizado al menos una vez en los últimos años.
Son empleos precarios. Sólo poco más de un décimo de los afiliados a las AFP cotizan regularmente. En cambio, dos tercios de los afiliados cotizan un mes de cada dos, en promedio.
La mitad cotiza un mes de cada tres y un tercio, uno de cada cinco. Se trata de una enorme masa de trabajadores que entra y sale constantemente de empleos asalariados de muy corta duración. En el intertanto trabajan por cuenta propia o están desocupados. En el caso de las mujeres, muchas de ellas entran y salen constantemente de la fuerza de trabajo.
La misma Isabel trabaja de mesera parte del tiempo y el resto en otras actividades, en algunas de las cuales a veces cotiza formalmente. Si por casualidad la encuestan un día que está atendiendo en su bar, aparecerá como “ocupada por cuenta propia,” porque allí le pagan con boleta de honorarios.
Más o menos un cuarto de los cotizantes trabaja en el comercio y alquileres, un poco menos de otro cuarto en servicios sociales y domésticos, administración pública y defensa; si se agrega el tres por ciento que trabaja en finanzas, la mitad de los asalariados se dedica a este tipo de actividades.
La otra mitad trabaja en la producción de bienes y servicios que se venden en el mercado, incluyendo poco más de un 11 por ciento ocupado en manufacturas, un poco menos en la construcción y otro tanto en educación, salud y otros servicios sociales comerciales.
La agricultura, ganadería, silvicultura y pesca ocupan poco más de siete por ciento de los asalariados y el transporte y comunicaciones menos de seis por ciento. Finalmente, la minería ocupa apenas el 1,6 por ciento de los asalariados y un 0,5 por ciento adicional trabaja en electricidad, gas y agua. Es decir, los tres grandes sectores basados en recursos naturales absorben menos de un diez por ciento de los asalariados totales.
En las cien mayores empresas según sus ventas, el cuadro es todavía más sesgado. El comercio representa más del 42 por ciento de la dotación y si se agregan las finanzas, servicios de salud y sociales y juegos de azar, se sobrepasa holgadamente la mitad de los ocupados por estas corporaciones. Sin embargo, esos mismos sectores representan menos de un tercio de las ventas totales de las grandes empresas.
En cambio, la minería sola representa casi un cuarto de las ventas totales de las grandes corporaciones: el 2011 alcanzaron a casi 24 billones de pesos, alrededor de cincuenta mil millones de dólares, que equivalen a cerca de un cuarto del Producto Interno Bruto (PIB).
Es decir, con apenas un 7,4 por ciento de la dotación de estas grandes empresas, las mineras representan un cuarto de las ventas de las mismas.
La electricidad, gas y agua representan a su vez poco menos de un 13 por ciento de las ventas de estas grandes corporaciones, pero apenas un 3,4 por ciento de su dotación.
Por su parte, la agricultura, ganadería y silvicultura – donde se incluyen el vino, papel y celulosa -, y la pesca, representan más de un 15 por ciento de las ventas de estas corporaciones y en conjunto ocupan poco más de un 8 por ciento de la dotación.
En otras palabras, las corporaciones que operan en estos tres sectores basados en recursos naturales – minerales, tierra y agua -, generan más de la mitad de las ventas totales ocupando menos de un quinto de la dotación, de las cien mayores empresas del país.
No es raro entonces, que las ramas basadas en recursos naturales concentren la mayor parte de las inversiones. La minería ha sido el destino de un tercio de todas las inversiones extranjeras recibidas por el país después del golpe militar, el grueso de las cuales llegó después de 1990.
La electricidad, gas y agua concentra más de un quinto adicional. Si se agregan la agricultura, ganadería, silvicultura y pesca, las ramas basadas en recursos naturales han absorbido poco menos de dos tercios de las inversiones extranjera llegada en los últimos cuarenta años – prácticamente todas las cuales llegaron a las cien mayores empresas.
En conjunto, como se ha mencionado, sus dotaciones representan menos de un quinto de los ocupados en estas grandes corporaciones y la ocupación total en estas ramas representa menos de la décima parte de los asalariados del país.
La corporación de bienes de capital, que registra los grandes proyectos de inversión tanto nacional como extranjera, estima que la minería y energía concentran las tres cuartas partes de los grandes proyectos de inversión de los próximos cinco años. Es decir, vamos de mal en peor.
Las grandes compañías que dominan la economía chilena no extraen sus riquezas del trabajo de la gente, puesto que ocupan a muy pocos. Sus ventas y ganancias provienen de la renta que obtienen por los tesoros con que la naturaleza ha bendecido al país y de los cuales ellos se han apropiado sin pagar un peso, o muy poco.
Al regalar sus recursos naturales, el país no ha estimulado la inversión de auténticos capitalistas, ávidos de contratar la abundante y relativamente bien preparada mano de obra nacional. Ha atraído, en cambio, a las grandes sociedades rentistas.
El resto, cuando logramos encontrar trabajo, nos dedicamos principalmente a vendernos las mercancías que importamos.
También a cortarnos el pelo unos con otros, como dijo una vez un senador estadounidense, puesto que esos oficios no quedan desprotegidos por la indiscriminada apertura al exterior, promovida por los grandes rentistas a quiénes tampoco les interesa proteger la producción nacional de bienes y servicios – ni siquiera refinan el cobre que exportan.
Todos estos empleos son precarios puesto que su productividad es muy baja. Los auténticos capitalistas saben que su fortuna depende exclusivamente de sus trabajadores, por lo cual no pueden tratarlos demasiado mal. A los grandes rentistas les tienen sin cuidado. La educación tampoco les importa mucho.
No les ha preocupado que se haya desmantelado sucesivamente a lo largo de cuatro décadas, transformada en una nueva fuente de renta. Isabel con su título de abogado y diplomado en economía política debe trabajar de mesera. La bendición de los recursos naturales se ha transformado en una maldición.
La “Enfermedad holandesa” que nos aqueja se agrava, como ha reconocido en un artículo reciente el destacado economista Rolf Lüders, ex ministro de Pinochet. Ello no tiene porque ser así.
El académico cita como alternativas un mayor impuesto de exportación a los recursos naturales, en particular el cobre; tipos de cambio diferenciados para el cobre y las demás exportaciones, invertir para aumentar la productividad de los sectores más afectados y apoyar el traslado de recursos desde los sectores afectados a otros que no lo están.
Para remediarlo hay que corregir la distorsión introducida por los Neoliberales, que respaldados por los grandes rentistas, promovieron la privatización sin cobro de los recursos naturales.
La solución de fondo a este problema la encontraron hace más de dos siglos los economistas clásicos: el Estado debe capturar la renta, de modo de nivelar la cancha a las inversiones en todos los sectores. Promover de ese modo que los auténticos empresarios movilicen el trabajo de la gente: la fuente exclusiva de la moderna riqueza de las naciones, como dijo Adam Smith.
Es precisamente lo que acaba de hacer la Presidenta Cristina Kirchner al renacionalizar YPF.
Antes lo habían hecho el Presidente Lula y los presidentes Morales, Correa y Chávez.Todos ellos se inspiraron en el Presidente Allende. Es hora de retomar esta sana doctrina.