Muchas veces se hace la pregunta si estamos ante las puertas de una recesión mundial. La respuesta no es categórica, ya que como casi todo pronóstico que haga un economista, depende.
En este caso, depende de las respuestas políticas frente a la crisis de confianza, que han generado bajísimas expectativas tanto en Estados Unidos como en los países europeos más endeudados.
Nuevamente se ha gatillado una crisis financiera, pero esta vez es más de origen gubernamental que privado, por el endeudamiento público insostenible que han tenido los países antes mencionados.
Como bien conocemos en América Latina, los problemas financieros reflejan dificultades en el sector productor de bienes y servicios y rebotan, inevitablemente, en el llamado sector real, con un freno a la producción, inducido por la falta de financiamiento, generada por la crisis financiera, y por la caída en la demanda, agudizada por las expectativas negativas.
La recesión, es decir, una disminución en el PIB, no es lo más probable, sino que una tasa de crecimiento muy baja, en algunos países cercana al 0%.
A lo anterior se deben sumar los efectos de un menor crédito internacional, por las dificultades que enfrentan los bancos de los países desarrollados, junto al impacto sobre el precio de los activos financieros, sean acciones o bonos de deuda.
Estos tres elementos nos impactan, por supuesto en forma negativa.
Tenemos una menor demanda por nuestras exportaciones, sobre todo de bienes manufacturados y servicios; el crédito se puede apretar, principalmente para las Pymes y las inversiones financieras internas y externas generar menor rentabilidad o experimentar pérdidas.
De estos efectos, ya se ha observado claramente en algunas exportaciones una menor demanda externa y, lo que ha sido profusamente informado, los Fondos de Pensiones y Fondos Mutuos chilenos que invierten en esos activos financieros han perdido valor.
Si es así, todos nos preguntamos, ¿existe algún tipo de resguardo posible?
De hecho, en nuestro país tenemos un gran resguardo, que amortigua el impacto de ese escenario internacional más bien oscuro y turbulento.
Chile prácticamente no tiene deuda pública, lo que nos sitúa en un plano de tranquilidad si el crédito internacional se comprime aún más.
La deuda externa del sector privado está constituida en un alto porcentaje por líneas de crédito entre bancos, que “lubrican” nuestro Comercio Internacional y también afectan el crédito interno, por mayor percepción de riesgos que tendrían los bancos locales.
Por eso se puede afirmar que en Chile los bancos, al sobre reaccionar frente a estas dificultades son pro cíclicos, es decir, amplifican las oscilaciones hacia arriba y hacia abajo.
En un período de auge, el obtener crédito es como si se estuviera haciéndole un favor al banco; cuando existen apreturas, parece que es necesario demostrar que no se necesita el dinero para obtener un préstamo. Cambiar esa situación y ese comportamiento requiere modificaciones regulatorias y mentales, que son tema para otra columna.
Un resguardo adicional, muy conectado al anterior, es que el sector público tiene hoy un déficit efectivo muy pequeño, lo que, junto a la regla del balance estructural, permite que la política fiscal atenúe las oscilaciones del sector privado, al ser anti cíclica.
Por ello, dado el alto precio del cobre, que no es posible asegurar que se mantendrá por muchos años, es preferible financiar el gasto público permanente con ingresos permanentes.
Por eso sostengo que es necesario pensar desde ya en una reforma tributaria, para tener mayores ingresos públicos ante los gastos adicionales que serán necesarios en Educación y Salud, entre otros sectores.