Pasó lo que tenía que pasar. El pueblo chileno puede estar mal informado pero es bien enterado. Es muy paciente pero cada veinte años pierde la paciencia.
Esta vez se había sobregirado largamente en su capacidad de aguantar abusos. Ya despertó. La política vuelve a ser entretenida. Desborda el ámbito exclusivo de una “clase” profesional.
Es ahora un tema vital para miles, luego cientos de miles y finalmente millones de ciudadanas y ciudadanos, en su mayoría muy jóvenes.
Ellos no vienen por acuerdos parlamentarios en la medida de lo posible, ni grandes ni pequeños.
Ni por bolitas de dulce. Su movilización es asunto muy serio. Quieren resolver de una vez los problemas grandes que se han venido acumulando.
Se proponen nada menos que reconstruir la educación pública, recuperar los recursos naturales, terminar con la inequidad, completar la democratización del país con una nueva constitución, en fin.
En una palabra, cambiar el modelo impuesto a lo largo de los últimas cuatro décadas y el Apartheid restablecido a su amparo.
Ojalá el gobierno y la oposición parlamentaria estén a la altura, para evitar que la cosa pase de castaño a obscuro.
Tarde o temprano la gigantesca movilización social en curso va a cuajar en un amplio movimiento político con la fuerza y decisión de realizar estos cambios.
No es nada nuevo. De esta manera ha avanzado la historia de Chile a lo largo de un siglo.