El discurso xenófobo es hoy asunto diario. La demolición de casas de extranjeros, la construcción, o la promesa de construcción de muros, los atentados contra inmigrantes,se ven todos los días.
En los cinco continentes grupos de “nacionalistas” odian a esos que han llegado con otros olores y lenguajes para amenazarlo que sienten “nuestra identidad”, “nuestra mayoría étnica” o la seguridad de “nuestro trabajo y nuestra propiedad”. Brotan en todas partes los individuos que intuyen que instigar el miedo les entregará masas disponibles.
Están en Budapest contra los inmigrantes sirios; contra los latinos en la campaña Presidencial de los Estados Unidos; contra los haitianos en Santo Domingo y ahora en Venezuela, contra pobladores colombianos de San Antonio en Táchira.
El modelo universal es Gaza y no hay escrúpulos para evocar los horrores del siglo pasado.Se pinta la letra D -de demolición- en las casas de los expulsados, o se rayan las manos de niños o ancianos refugiados con tinta indeleble; se embarca carga humana en trenes cerrados, o se obliga a pobladores a escapar a medianoche de sus pueblos porque “amenazan la seguridad del Estado”.
Las ideologías son precipitados de mentalidades y circunstancias: una vez que se originan, no se descomponen fácilmente. Y lo global encuentra lo global, estos miedos abrazan otros miedos: la xenofobia es también anti elite, es anti política, es anti democracia y en el camino deviene depósito de mitos, como que Obama es musulmán (18% de los norteamericanos) o de discursos escatológicos (Le Pen anuncia futuros de“barbarie, anarquía, y “torrentes de sangre”) o de simple fascismo, (Francesco Speroni de la Lega Nord de Italia ha descrito las ideas del asesino masivo de Noruega, Anders Breivikcomo “defensa de la civilización occidental.”)
Alguien dirá que hablo de regímenes diferentes, de circunstancias distintas y líderes al menos en apariencia opuestos.En realidad no aprecio como importantes las diferencias retóricas destinadas a disfrazar el trato inhumano a seres indefensos. Otros dirán que el trato inhumano a inmigrantes es “daño colateral”o el resultado de “problemas fronterizos e inmigración de difícil solución”. Pienso que eso es simplemente la banalización de la xenofobia.
Los alemanes que aplauden a los refugiados sirios en la estación de Munich son luces en la noche, los islandeses que abren sus casas a familias enteras de inmigrantes, esos millones de luchadores humanitarios en el mundo entero, son fuerzas que reconfortan. ¿Pero hasta qué punto podrá la compasión imponerse sobre el miedo y el odio ? ¿Imponerse sobre la indiferencia del hombre común, la banalización del problema por la prensa, el discurso idiota del embanderado que ve en su vecino un enemigo, o el político que calcula la pequeña ventaja antes de actuar?
Hay en Estados Unidos un candidato que sostiene que perseguirá hasta expulsar a 11 millones de emigrantes indocumentados. Ladrones y violadores, les llama. Ha arrastrado a un rival a proponer que los extranjeros en el país lleven un chip como un paquete de UPS, mientras otro se compromete a levantar una nueva “muralla china”. La TV parece gozar con sus comentarios, los lectores de noticias sonríen al leerlos. CNN cobrará 200 mil dólares por treinta segundos de avisaje en el próximo debate entre ellos.
Entre nosotros la OEA no considera urgente debatir la expulsión ilegal de más de mil personas de origen colombiano desde Venezuela. UNASUR ni siquiera logra reunirse. Nadie se preocupa demasiado y siempre habrá alguien que dice palabras de “tranquilidad¨: al fin y al cabo es un asunto “limítrofe”, sepultado por el horror colectivo que inspiró la imagen del niño Aylan Kurdi ahogado en una playa de Turquía.
Ahí están, dos muestras del huevo de la serpiente.
Una periodista alemana decía hace unos días que solo su idioma tiene una palabra que expresa la idea de “desprecio a la humanidad”: “Menschenverachtung”, un concepto ausente en otras lenguas que saben más de hipocresía, pero que será, si no reaccionamos a tiempo,el rayado en el muro de un mundo que está extraviado por una globalización que no sabe gobernar.