Por estos días se exhibe en el GAM la muestra “Chile desde Adentro”, que reúne el trabajo de diversos fotógrafos de la época de la dictadura. Es un gusto ver en formato grande los retratos de la vida cotidiana de esos años, una muy joven Diana Bolocco en el Teatro Municipal y Sergio May con su metro de altura caminando frente a un piquete de carabineros, o rostros anónimos del Chile rural y quienes participaron de las protestas.
La exposición ha adquirido cierta inesperada relevancia debido a la confesión del conscripto Guzmán en el caso Quemados y ahora con la muerte de Manuel Contreras que vuelven a poner de relieve, como sucede y sucederá periódicamente, las heridas no sanadas producto de las atrocidades del régimen cívico-militar que nuestras autoridades jamás han querido enfrentar con valentía.
Las fotografías reunidas tienen la doble virtud del goce estético que además hace las veces de puente entre este placer en sí mismo con la memoria y la denuncia de las brutalidades vividas durante el gobierno de Pinochet.
Esta arma de dos filos, pero dos filos que apuntan hacia el mismo enemigo, hizo que en cierta época de la dictadura las autoridades militares prohibieran la exhibición de imágenes en las publicaciones opositoras. La fotografía es un testimonio de la verdad (eso se cree pero en realidad no es tan así, mas no nos vamos a adentrar en estos temas).
Una mujer que toma una fotografía gastada y borrosa de algún familiar y la prende en su solapa es un símbolo muy potente para nosotros los chilenos. Y es la fotografía la que logra esa transformación.
La fotografía es, obviamente, la detención del tiempo. El joven corriendo con la bandera chilena frente a La Moneda seguirá en su carrera por siempre, así como la heroica acción del Movimiento Sebastián Acevedo frente a la Biblioteca Nacional, mojados por el carro lanzaaguas desde ese día hasta hoy. Y ese tiempo detenido tiene una virtud. Es testimonio. Por mucho que el rostro de comercial de analgésicos lo desee, acá “no pasa la vieja”, las imágenes de la violencia con la que se impuso el sistema que nos gobierna hasta hoy no son preocupación de unos pocos o temas intrascendentes, al contrario de lo que señaló en su momento este mismo personaje de abundante cabellera.
¿No cambia nada la fotografía? Sí lo hace. Con el descubrimiento de los campos de concentración nazis, los aliados se entregaron a una profusa labor de documentación del horror, para que no se relativizara ni se dudara de la verdad histórica del Holocausto. Por otro lado, una organización clandestina en Polonia se dedicó a interceptar correspondencia de soldados alemanes y gracias a ellos tenemos varias de las fotografías más impactantes de la barbarie fascista, como la terrible fotografía del último judío en Kiel a punto de ser ejecutado, que lleva su abrigo bajo el brazo como que fuera a salir de paseo y mira con aire vacío a la cámara, o un “valiente” soldado alemán disparándole a una madre con su hijo en Ucrania.
¿Muy lejos, muy antiguo? Vamos al caso de Víctor Basterra en Argentina. Fue detenido entre 1979 y 1983 por las autoridades militares y hecho trabajar como esclavo en la Escuela Mecánica de la Armada, que se utilizó como centro de tortura y exterminio durante la dictadura. Gracias a sus conocimientos de fotografía, se le encomendó registrar a los agentes (para hacer documentos falsos) y a los detenidos que fueron internados en el lugar.
Basterra, de manera valiente y astuta, se guardó copias de todos los retratos, además de tomar imágenes de las instalaciones, y las extrajo de manera clandestina en cajas de papel fotosensible y ocultas en su cuerpo. Así, estas fotografías se han convertido en medio de prueba en juicios para comprobar detenciones e identificar represores y, en último término, convertirse en un testimonio histórico.
Estos testimonios así como los de Hoppe, Pérez, Montecino, Errázuriz y varios más acá en Chile, reunidos en la muestra que menciono al comienzo, son un pasado que no nos abandonará y deberá estar presente hoy y en el mañana. En un tiempo donde la muerte no tendrá señorío. O podemos decir, parafraseando al poeta Gabriel Celaya, “la fotografía es un arma cargada de futuro”.