Hace 30 años, estando el país bajo estado de sitio, fuimos testigos de uno de los crímenes más atroces y deleznables de la dictadura.
El 28 de marzo fue secuestrado en la vía pública por efectivos policiales el publicista militante del partido comunista Santiago Nattino. Al día siguiente fueron secuestrados en la sede del Colegio Latinoamericano José Manuel Parada, apoderado del colegio y Jefe del departamento de análisis de la Vicaría de la Solidaridad y Manuel Guerrero, apoderado, profesor e inspector del colegio y dirigente de la Asociación Gremial de Educadores de Chile, AGECH.
Durante el operativo de secuestro, que contó con apoyo de helicópteros y patrullas de carabineros, se disparó a quemarropa contra el profesor Leopoldo Muñoz quien intentó valientemente oponer resistencia.
Pese a la gran conmoción que causó en el país esta acción, no hubo reacción oficial y sólo se supo de ellos el 30 de marzo cuando fueron encontrados los cuerpos de Guerrero, Parada y Nattino degollados cerca del aeropuerto de Santiago.
Este crimen atroz, cometido por funcionarios de carabineros de Chile y agentes de la dictadura, sacudió las conciencias de millones de chilenos y generó una ola de solidaridad con las víctimas como pocas veces se había visto. El entierro fue un acto en que miles de personas marcharon expresando su indignación moral en silencio, lejos de las consignas, profundamente conmovidas. De alguna manera este crimen había tocado una fibra muy sensible del Chile de entonces, que quería salir de la dictadura y no hallaba el camino.
Chile venía viviendo desde hace un par de años un enorme despertar expresado en las protestas nacionales y en la reorganización de los partidos políticos, los que se agrupaban y actuaban públicamente en oposición a la dictadura. De hecho, ocurrían negociaciones en que la oposición exigía la renuncia de Pinochet y los movimientos sociales, estudiantiles y sindicales especialmente, se expresaban con especial fuerza. En ese clima, un crimen como el que hoy recordamos, era inimaginable.
Sabíamos que estábamos en dictadura, pero los aspectos más siniestros de la represión de los años 73 al 76 ya parecía que habían quedado atrás. Por eso, la irrupción violenta de los agentes en un colegio, disparando contra profesores a plena luz del día, secuestrando apoderados en la hora de entrada a clases y luego abandonando sus cuerpos mutilados en descampado, causó un profundo e imborrable impacto en las conciencias de miles.
Especialmente, en la conciencia de quienes eran los alumnos del Colegio Latinoamericano y vieron estas escenas que afectaban a sus propios compañeros. Un crimen que marcó por siempre la vida de muchos. Desde luego de los familiares de las víctimas, quienes ya no pudieron gozar de la presencia de sus seres queridos; pero también de esos jóvenes que no por casualidad han seguido por espacio de 30 años reuniéndose todos los 30 de marzo para recordar.Lo hacen incluso ahora de la mano de sus propios hijos transmitiendo esta memoria marcada a fuego de generación en generación.
El juez José Cánovas Robles, designado ministro en visita para el caso, realizó una rápida y efectiva investigación que condujo a la detención de siete altos oficiales de la Dirección de Comunicaciones de Carabineros, lo que provocó el 2 de agosto de ese año la caída del miembro de la Junta, César Mendoza Durán y la posterior condena de seis miembros de la policía a presidio perpetuo.
Queremos ser coherentes con el mensaje de vida de Manuel, José Manuel y Santiago.Ellos lucharon por sus ideales y fueron leales a sus principios. Su mensaje es de esperanza. Por eso no queremos quedar petrificados en el dolor o en el odio, sino saludar a la vida, para transformar el horror en esperanza, el llanto en alegría y el odio en solidaridad.
Por la memoria de estos tres mártires del partido comunista, del colegio de profesores, de la Vicaría de la solidaridad y de la agrupación de artistas plásticos y escultores de de Chile. Nunca los olvidaremos.