Hace 30 años más de 50 chilenos fueron asesinados por la dictadura chilena. Varios de ellos fueron falsamente llamados en titulares como “muertos en enfrentamientos”.
Paulina Aguirre Tobar tenía 20 años cuando fue asesinada el 29 de marzo de 1985. La versión oficial se refirió a ella como “terrorista subversiva muere al enfrentarse con las fuerzas policiales”. Sin embargo, la investigación del Servicio Médico Legal mostró que a esta joven militante del MIR le dispararon por la espalda y estaba desarmada. Ese mismo día los hermanos Rafael y Eduardo Vergara Toledo, de 18 y 20 años, fueron asesinados en Villa Francia.
Dos meses antes, los hermanos Marcelo y Daniel Miño habían sido asesinados en Quillota.Otros jóvenes aumentaron la lista brutal de ese año: Oscar Fuentes, estudiante de matemática en la USACH; Patricio Manzano, estudiante de ingeniería en la Universidad de Chile muere por una crisis cardiaca a causa de las torturas, luego de ser detenido en San Felipe mientras participaba en los trabajos voluntarios de la FECH. Carlos Godoy tenía 23 años al momento de su muerte luego de ser brutalmente torturado en Quintero. Había llegado hace 8 meses del exilio.
Estos jóvenes fueron retratados por la prensa de la época como “terroristas”, subversivos” y “delincuentes”. Eran jóvenes y les tocó vivir en una dictadura que truncó sus vidas. No solo atentaron contra ellos, fueron perseguidos, privados de libertad, sometidos a tratos crueles, inhumanos y degradantes, los medios de comunicación contribuyeron a estigmatizarlos con la publicación de versiones oficiales que eran verdaderos montajes, tal como lo han demostrado procesos de investigación judicial. Por ejemplo, a Paulina Aguirre le pusieron un arma en la mano izquierda y ella no era zurda.
La muerte de los hermanos Vergara Toledo fue descrita como “dos delincuentes mueren en espectacular tiroteo con carabineros” (La Tercera, 30.3.1985) y “dos antisociales mueren al enfrentar a carabineros” (La Nación 30.3.1985). La prensa tiene una deuda que ciertamente ha pasado a un segundo plano frente a las responsabilidades criminales de estos hechos.
Documentales como “El diario de Agustín” han denunciado el rol de los medios en estos montajes, no obstante sigue faltando que quienes cometieron faltas de este tipo, no solo reciban un cuestionamiento ético, sino que también sean investigados por las responsabilidades que les competen.
A 30 años de ocurridos estos hechos, las nuevas generaciones deben conocer lo ocurrido, aprender el significado del respeto a los derechos humanos y ayudar a construir la memoria del país. La sociedad chilena tiene un trabajo permanente por hacer con la memoria.
Hacer memoria es una tarea colectiva, que debe sin duda incluir esfuerzos institucionales pero donde la ciudadanía debe permanecer atenta contra el olvido.