La memoria es un campo de interpretación de los hechos del pasado para alimentar proyectos o sueños del presente. En este sentido, hay que saber que la memoria ha sido también un ámbito de disputa entre los diferentes proyectos políticos presentes en el país en los últimos 40 años.
Ciertamente, ha habido dos grandes memorias en conflicto a partir del golpe de Estado de septiembre de 1973. La memoria “salvadora”, es decir, la que interpreta el golpe y la dictadura como la salvación de la patria y que tuvo como documento “probatorio” el llamado Plan Zeta, y la memoria de las víctimas, alimentada originalmente por las denuncias de los familiares de los detenidos y la labor del Comité Por la Paz y la Vicaría de la Solidaridad, entre otros organismos de defensa de los derechos humanos.
Las violaciones a los derechos humanos, los ajusticiamientos sin juicio, los campos de detenidos, la tortura, los crímenes en el exterior y especialmente la práctica de la desaparición de personas, fue horadando la legitimidad del régimen dictatorial e instalando la memoria de las víctimas.
Las protestas nacionales de los años 80 desafiaron la memoria oficial y convirtieron el 11 de septiembre en un día de protesta y no de celebraciones.
El plebiscito de 1988 permitió confrontar la memoria del terrorismo de Estado con el deseo de la mayoría –expresado magistralmente por Patricio Aylwin- de recuperar la “normalidad” democrática.
Luego, el Informe Rettig, el arresto de Pinochet en Londres, la Mesa de Diálogo, más tarde el Informe Valech, y ahora recientemente la conmemoración de los 40 años del golpe –en dónde Sebastián Piñera terminó por destruir la legitimidad de la memoria “salvadora”-permitieron imponer la memoria de las víctimas como una verdad oficial mayoritariamente compartida por la ciudadanía, como lo probó también la elección de Michelle Bachelet en las presidenciales.
El consenso de la sociedad chilena se produce en torno al Nunca Más. Ciertamente no hay acuerdo de porqué ocurrió lo que ocurrió, pero sí parece haber un amplio consenso en que no debiera ocurrir nunca más.
Sin embargo, hay que decir que el Nunca Más tiene distintas interpretaciones y límites.Para algunos se trata de que nunca más ocurra el terrorismo de Estado o una dictadura que viole sistemáticamente los derechos humanos, mientras que para otros se trata que nunca más se levanten reivindicaciones que cuestionen las bases de la sociedad capitalista, para así evitar tener que volver a “situaciones lamentables”.
También hay que preguntarse si acaso el Nunca Más se aplica a todos los chilenos por igual: lo que ocurre en las cárceles y en la Araucanía nos permite dudar de la profundidad del compromiso con el Nunca Más y su extensión a todos los chilenos.
Asimismo, la acción de los grupos encapuchados en las manifestaciones, como la brutal golpiza al periodista que fue amenazado además con quemarlo, y quienes colocan bombas en lugares públicos como lo ocurrido el lunes 8 de septiembre, son hechos que sin duda nos interrogan sobre la amplitud del consenso en torno a los derechos humanos.
Por eso #Este11 debiera interpelarnos a seguir construyendo una sociedad más justa y democrática en Chile y en cuyas bases los derechos humanos y la memoria debieran estar al centro.