Se cumple poco más de 1 mes desde el inició de la operación israelí en Gaza tendiente a poner término a los ataques terroristas del grupo islámico Hamas en contra de la población civil de Israel.
Provisionalmente las partes respetan una tregua arbitrada por Egipto cuya duración, extensión y profundidad aún está por verse, pero que al menos ha permitido disipar el humo del conflicto.
De allí que medios ingleses como la BBC y The Telegraph han reportado ahora la notoria desinformación existente en materia de víctimas civiles y la Asociación de Prensa Extranjera (AFP) ha denunciado la coerción a manos de Hamas por parte de corresponsales de prensa a los que se les vetó informar el uso de emplazamientos civiles para el lanzamiento de sus indiscriminados ataques a Israel.
Ciertamente con el paso de los días lo anterior será cada vez más evidente y las voces de muchos periodistas recuperaran el equilibrio que se pierde a veces en medio de la violencia del conflicto. No por casualidad se ha dicho que en las guerras la primera víctima suele ser la verdad.
Sin embargo no nos detengamos solo en la “estadística” de la guerra.Detrás del humo del conflicto se esconden situaciones más complejas y que muchos prefieren ignorar.Una de ellas es el verdadero pogromo contemporáneo desatado con la excusa de la operación en Gaza.
Este verdadero festín de odio ha sido deliberadamente alimentado por las dolorosas imágenes –algunas reales, y otras tantas prestadas de Siria, Irak y otros lugares del Medio Oriente- que han circulado masivamente en redes sociales y medios de comunicación.
En efecto, hemos sido testigos cómo dos pueblos –israelí y árabe palestino- son arrastrados una vez más en su historia a un enfrentamiento fratricida ante el morbo de muchos.
Presenciamos verdaderos pirómanos del odio que ven en el doloroso conflicto una oportunidad única para propagar su hasta ahora contenido o disimulado antisemitismo. Y no me digan que el concepto de antisemitismo se aplica por igual a árabes y judíos por ser ambos descendientes de Sem, el hijo de Noé. Esa es una falacia de algunos que pretenden no sólo reescribir la historia sino que como verdaderos acróbatas lingüísticos buscan minimizar o desconocer la historia de persecuciones y prejuicios de que ha sido objeto el pueblo judío.
Para que no existan dudas, el concepto de antisemitismo fue acuñado por el periodista alemán Wilhelm Marr quien lo desarrolla en su libro publicado en 1879 Zwanglose Antisemitische Hefte. Con el hacía referencia exclusivamente a la hostilidad hacia los judíos basada en una combinación de prejuicios de tipo religioso, racial, cultural y étnico, y como vemos ahora modernamente, nacional.
Así, el enfrentamiento en Gaza como toda guerra o conflicto bélico, con su trágica secuela de víctimas civiles, ha despertado el latente virus del antisemitismo que anida en la profundidad de nuestras sociedades.
Las imágenes de ataques antijudíos en París –una suerte de recreación a menor escala de la fatídica “noche de los cristales rotos” en la Alemania Nazi en que Sinagogas, Escuelas, y comercios judías fueron atacados-, o de agresiones individuales en las más diversas latitudes por el sólo hecho de ser judíos, esta vez ha sido atizado por una extraña alianza de grupos progresistas de izquierda, grupos neonazis, y quienes apoyan a los movimientos fundamentalistas islámicos que hoy desangran a Siria, Iraq y en general a todo el Medio Oriente.
De esta forma la perversión del fundamentalismo islámico en curiosa sincronía con diversas fuerzas y agrupaciones en todo el mundo hace que la tragedia de Gaza desborde los 360 kilómetros cuadrados de esa pequeña franja de tierra, para encender las llamas de un larvado antisemitismo. Lo que se esconde sin embargo detrás de ello es aún más profundo.
El brote antisemita es sólo la expresión externa de un problema mucho más grave. Da cuenta que en nuestra sociedad actual es más fácil abrazar el odio al otro en lugar de tender puentes de paz y hermandad, y evidencia que en el mundo actual –y específicamente frente al conflicto del medio oriente- hoy sólo hay dos bandos. El de los moderados y el de los extremistas.
Los primeros construyen puentes, los segundos los destruyen. Los primeros buscan la forma de apoyar una solución pacifica para un conflicto que desangra a dos pueblos hermanos, los segundos se esmeran en propagar las llamas del odio por todo el mundo.Mientras los primeros creen en una solución política al conflicto, los segundos apuestan por una solución violenta.
Los moderados apuestan por la existencia de dos estados para dos pueblos (uno judío y otro árabe palestino), los extremistas apuestan por un único Estado en el que uno de los dos pueblos no tenga cabida.
Los moderados creen en un estado al lado del otro, los extremistas creen en un estado en lugar del otro. Mientras los moderados son capaces de criticar la actuación de un gobierno sin recriminar por ello a todo un pueblo, los extremistas no diferencian a un grupo o gobierno de todo un pueblo, es más usan aquello como excusa para sembrar las semillas de un aggiornado antisemitismo.
Los extremistas endosan al pueblo judío como un todo cualquier reproche al actuar del gobierno israelí, o tildan de terroristas a todo el pueblo árabe palestino por las acciones despiadadas de Hamas y la Yihad Islamica.
Se trata de una lógica binaria que desconoce no sólo los matices de la historia, sino que simplifica a tal punto las posiciones que impide cualquier posibilidad de acercamiento entre las partes. Los extremistas se nutren del conflicto y por lo mismo aborrecen cualquier prospecto de paz real. El odio no traiciona. Amar es difícil, y odiar es fácil.
Quienes abrazamos la causa de la paz y la moderación no podemos sucumbir a esta lógica.Como lo expresa estremecedoramente la obra teatral argentina Tierra del Fuego que por estos días se exhibe en Santiago, “si seguimos hablando, un día nos entenderemos; pero si seguimos matándonos, al final no habrá nadie para escucharnos”.