En estos días me cuesta un mundo escribir. Me cuesta y me duele hablar de lo que siento.
El 18 de Julio de cada año, el mundo conmemora uno de los ataques terroristas más deleznables que podamos recordar en América Latina. 85 civiles inocentes fueron masacrados en un ataque vil y cobarde en el edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina y otros 300 resultaron heridos sin que hasta el día de hoy se haya podido hacer pagar a los responsables.
Quienes han levantado esta batalla por impedir el olvido, para evitar que las víctimas “mueran dos veces”, como suelen decir, acostumbran a hablar en contra del terrorismo y la incitación al odio, alzando las banderas del nunca más, del respeto a los civiles inocentes y al valor fundamental de la vida; y en eso nadie decente puede estar en desacuerdo.
Sin embargo, este año, esta conmemoración nos encuentra en medio de una nueva operación militar israelí sobre territorio palestino y llama la atención que a 20 años de ese cruel atentado terrorista, muchos de quienes abogan por el “nunca más”, digan poco o nada sobre lo que hoy está aconteciendo en Gaza. Llama la atención el silencio ante los ataques masivos a edificios que, igual que el de la AMIA, solo albergan a civiles inocentes.
Hay que recordar que gran parte de quienes viven hoy en Gaza, ya fueron expulsados de sus hogares por el Estado de Israel en 1948, en una política que el ciudadano judío israelí, Illan Pape, ha definido como de Limpieza Étnica.
Como si fuera poco, una parte de estos, fue nuevamente expulsada de los terrenos en donde se refugiaron, cuando Israel ocupó ilegalmente la totalidad de los territorios palestinos convirtiendo a Gaza en el lugar más densamente poblado del planeta. En este proceso, 500 aldeas han sido arrasadas y miles de palestinos, de todas las edades y religiones, fueron desplazados o exterminados.
Llama la atención la falta de empatía con el sufrimiento ajeno y las evasivas para justificar la masacre permanente a la que están sometidos los palestinos a manos de Israel con el eufemismo del “derecho a defenderse”.
Llama la atención que en este caso la sangre de los civiles inocentes sean mencionados como daños colaterales y se les responsabilice de sus muertes, por estar, en definitiva, en sus propias casas, tratando de convertir a quienes permanecen en sus casas en un “escudo humano”. Lo anterior implica aceptar que un Estado se arrogue el derecho de informarles a sus futuras víctimas, que si no quieren morir, deben volver a salir de sus casas porque el estado de Israel, una vez más, ha decidido arrasarlas para vengar el asesinato de tres jóvenes, que también condeno.
No tengo ninguna duda que al igual que yo, las víctimas de la AMIA en Argentina, estarían en contra de la barbarie desatada por Israel sobre Gaza, como también lo estarían contra el asesinato vil y cobarde de los colonos ilegales en Cisjordania y contra el deleznable crimen del joven Palestino en Jerusalén, pues no aceptarían, en virtud de su propia y amarga experiencia, ninguna vana justificación que significara un intento por justificar lo que no tiene legitimidad alguna y solo ayuda a seguir sembrando odio, muerte y destrucción, en un lugar de la tierra que solo requiere de los máximos esfuerzos para poner fin a la ocupación ilegal y lograr la tan anhelada paz.
Las víctimas de la AMIA y por qué no decirlo, también del Nazismo, llorarían junto a los palestinos por la muerte de cada niño, de cada civil inocente; por la destrucción de cada casa y de cada pueblo y sin duda, se avergonzarían de los esfuerzos que algunos de sus descendientes hacen hoy para justificar tanta barbarie contra un pueblo que nada tiene que ver con los crímenes, contra ellos cometidos.
Quien puede creer que el verdadero móvil de este genocidio sea la venganza y no un nuevo paso hacia el cumplimiento del minucioso plan anunciado al mundo hace más de 110 años, de construir El Gran Israel desde el Nilo al Éufrates, destruyendo de paso el gobierno de unidad palestino y el proceso de paz.
Si el Gobierno de Israel afirma que tiene el derecho de defender a sus ciudadanos del terrorismo… a qué tendrían entonces derecho los palestinos luego de 66 años de expulsiones reiteradas, secuestros, asesinatos, torturas y un expansionismo que, sin prisa pero sin pausa, avanza cada día un metro adicional sobre el territorio y la sangre de los palestinos, en su afán de lograr ejecutar el proyecto sionista.
Resulta increíble que quienes antes denostaban el asesinato indiscriminado de civiles inocentes y el castigo colectivo, tan propio de los fundamentalismos de toda clase, hoy se devanen los sesos para intentar explicarle al mundo, por qué, en este caso y solo en este caso, sí debe ser aceptado como una “estrategia de defensa” aunque mueran miles de hombres, mujeres y niños que nada tienen que ver con crimen alguno.
En estos días, en medio de la barbarie sionista sobre Gaza y de los dolorosos recuerdos del atentado en la AMIA, hago votos, una vez más, por el fin de la ocupación, el término de la masacre y porque nunca más nadie se arrogue el derecho de atentar contra civiles inocentes en edificio alguno, en ninguna parte del mundo, bajo ningún pretexto y que por fin seamos capaces de mirarnos como iguales, sin pueblos elegidos, sin tierras prometidas, sin bienaventuranzas extrañas ni guerras que pretenden ser santas.