Hoy en el Cementerio General de Recoleta, hemos inaugurado el Memorial a Daniel Zamudio, como una forma de dar testimonio concreto de aquella sociedad con la que muchos de nosotros soñamos.
Con esta acción, hemos comenzado a liberar a nuestro país del dolor profundo que nos provoca un hecho que jamás debiera haber ocurrido. Uno de los nuestros, que tenía toda una vida por delante, llena de sueños y proyectos, fue asesinado simplemente por ser distinto.
La manera de iniciar nuestra redención fue aprobar una ley tan indispensable como insuficiente, que llevaba demasiado tiempo en espera de que muchos y muchas depusieran un tipo de identidad muy difundido en nuestra sociedad, que afirma su existencia en las demás.
Sin embargo, el martirio de Daniel, el sufrimiento de su familia y de sus amigos y amigas; la indignación de buena parte de nuestro país; la inauguración de este memorial y la probación de la ley mencionada, nos da la oportunidad de iniciar un camino mucho más largo, ya que la discriminación que existe en nuestro país está verdaderamente institucionalizada y naturalizada, al punto que parte importante de nuestra sociedad no la percibe o simplemente la valida, ya sea por falta de conocimiento o simplemente por ejercicio puro y simple de la dominación.
Hoy, la única forma real de homenajear a Daniel es seguir luchando por terminar con todo atisbo de discriminación y por establecer en nuestro país una cambio absolutamente radical, puesto que seguir matándonos por ser o pensar distinto, es exactamente lo que venimos haciendo hace miles de años, en nombre de numerosos dioses, profetas y caudillos que han instalado en nuestra sociedad a grupos que se sienten depositarios o guardianes de determinadas verdades absolutas, elecciones y promesas divinas, que intentan imponer al resto de la sociedad, mediante la violencia y la negación sistemática de la diferencia.
Debemos, por ejemplo, trabajar para que en adelante nadie se vuelva a sentir dueño de conceptos que como todo dentro del lenguaje, siempre están en constante cambio, como es el caso del matrimonio, para poder avanzar derechamente hacia el matrimonio igualitario.
Debemos trabajar para que en adelante, nunca más nuestros pueblos originarios sean tratados como extranjeros en la misma tierra a la que pertenecen por miles de años.
Debemos trabajar para que todos tengan derecho a una educación, a una salud, a una vivienda y a una ciudad digna, más allá de su nivel de ingresos o su lugar de nacimiento.
Debemos trabajar por ejemplo, para que todas las municipalidades de Chile tengamos recursos similares para entregar a nuestros habitantes servicios similares, ya que no es posible que comunas como Las Condes, tengan dos millones de pesos por habitante al año, mientras otras tienen menos de cien mil pesos y les exigimos a ambas que entreguen los mismos servicios, con la misma calidad y oportunidad.
Debemos trabajar, de una vez por todas para tener una Constitución que nos represente a todos sin exclusión y que sea fruto de un debate constituyente verdaderamente democrático, participativo, temprano y vinculante.
El martirio de Daniel y nuestro dolor, nos ofrece la oportunidad histórica de ser mucho más radicales que cualquiera de las propuestas que hoy flotan en el ambiente, asumiendo por primera vez en nuestra historia, el desafío de mirarnos como a iguales.
Sin importar nuestro color de piel, ni nuestra religión, ni nuestra extracción de clase. Simplemente mirarnos como a iguales, sin pensar en pueblos elegidos, ni en promesas divinas, ni en bienaventuranzas, ni en guerras santas.
Solo pensando en la posibilidad real de mirarnos como iguales y reconocer para cualquier otro los mismos derechos que reconocemos como propios, sin límites ideológicos de ningún tipo.
Solo espero que de verdad estemos a la altura de este maravilloso desafío.