“Tráeme la escopeta porque le voy a disparar al amor de mi vida que me acaba de traicionar” o “le dije mil veces que no me abandonara y ahora su destino lo decido yo” son algunas de las frases que contiene la nueva canción Hey, Hey, Hey del reconocido grupo chileno Los Tres.
Sin duda, una verdadera apología al femicidio y a la violencia que sufren o han sufrido al menos un tercio de las mujeres de nuestro país.
Esta expresión “artística” se convierte así en un ejemplo más de la casi total indiferencia que provoca en nuestra sociedad el asesinato y crueldad sistemática que viven miles de mujeres en el ámbito de lo privado por parte de parejas y ex parejas por el hecho de considerarlas como ciudadanas de segunda; carentes de derechos y capacidad de decisión y finalmente, como objetos a disposición del dominio y del placer y poder masculinos.
Si una se remite a los clásicos contractualistas que plantean la existencia del estado con el fin de garantizar los derechos naturales (entre ello, el derecho a la vida) frente a la inseguridad que representa el estado de naturaleza, pareciera que el estado chileno más preocupado de defender el derecho a la propiedad pone un especial foco en remitir las altas cifras de delincuencia y no en asegurar el derecho a la vida y a la calidad de la misma de miles de mujeres que deben enfrentar a diario la violencia como consecuencia de nuestro defecto de origen (no haber nacido hombres).
En este sentido, para las mujeres en Chile pareciera que el pacto que funda el estado moderno pudiéramos darlo por revocado.
Para la Red Chilena contra la Violencia Doméstica y Sexual, son 54 mujeres y niñas que no recibieron la pertinente respuesta del estado.
Quizás otras 50 mujeres que hoy viven en este 2014 que recién comienza requieren de una Ley Integral contra la Violencia de Género, que considere – entre otros aspectos- duras sanciones a la apología al maltrato hacia la mujer como la expresada por Los Tres en su última producción y que promueva una imagen que respete su igualdad y dignidad de las mujeres y que no puedan ser utilizadas de forma excesiva como objetos, como ocurre en la actualidad.
El estado tiene el desafío de enfrentar de manera integral la violencia que sufren las mujeres por razón de su sexo, ya sea la física y psicológica ejercida por pololos, parejas o ex parejas; así como el acoso y la violencia sexual.
De esta manera, una Ley Integral que pretende enfrentar la violencia de género – causada por el hecho de ser mujeres – requiere abordar las razones estructurales de la ocurrencia de esta violencia y que dicen relación con la asimetría existente entre géneros por razones históricas y culturales.
Y si bien el estado de Chile ha ratificado instrumentos del sistema internacional de los derechos humanos relativos a la erradicación de la violencia contra las mujeres, cuenta además con un marco jurídico legal sobre prevención y sanción de la violencia doméstica y ha realizado diversas campañas para visibilizar este tipo de violencia y promover la denuncia. A todas luces y enfrentados a las estadísticas, estos esfuerzos parecen insuficientes.
Así también, el estado debe enfrentar cada una de las manifestaciones de la desigual distribución de poder entre ambos géneros, que encuentra su fundamento en el patriarcado.
Esta verdadera ideología nos impone una verdadera marca de nacimiento, que nos impide disponer de nuestro propio cuerpo y con el riesgo siempre latente de ser objeto de abuso y discriminación, tanto en el ámbito público como privado. Sólo en el caso de la violencia, las mujeres también son más vulnerables a sufrir violaciones, abusos sexuales, delincuencia común, acoso sexual, etc.
Si bien el femicidio es la expresión extrema de violencia, existe una cultura escasamente proclive a la igualdad de género en nuestro país que le otorga el fundamento.
Es así que según datos del Observatorio de Género en Salud (2013), un 10% de los varones chilenos se manifestó en que hay ocasiones en que las mujeres “merecen ser golpeadas” o en porcentaje similar que en caso de violación “hay que preguntarse si la víctima es promiscua o tiene mala reputación”.
Así también ejemplo de esta cultura es que ocupemos el penúltimo lugar en el cono sur según el Ranking de Igualdad de Género del Foro Económico Mundial, siendo el ámbito laboral y el de representación femenina en política los ámbitos peor evaluados.
Debemos entender que la brecha salarial, la menor participación de las mujeres en el mercado laboral, la invisibilización del trabajo reproductivo o doméstico, la menor representación femenina, nichos de mercado laboral ampliamente feminizados, entre otros fenómenos, tienen la misma explicación que el fenómeno de la violencia.
La causa no está en una violencia estructural de nuestras sociedades, sino fundamentalmente en que existe una menor valoración social de las mujeres respecto a los hombres. En definitiva, las mujeres somos una casta, consideradas ciudadanas de segunda categoría. Así como existe una preocupación por el incremento de las cifras de delincuencia, la violencia que vivimos las mujeres también es una lacra que debemos enfrentar, pero de modo integral.
Una sociedad que es indiferente a la violencia que viven las mujeres se convierte en cómplice. Y un estado que no sanciona expresiones pro violencia como éstas, también.