Hay temas en la vida que nos cuesta afrontar y compartir con otros. Ya sea porque nos avergüenzan, ya sea porque tenemos miedo de que al hacerlo el asunto se agrave, o quizás porque simplemente es muy duro hacerlo. Lo peor es que, con esa táctica, lejos de desaparecer, esos problemas se vuelven más grandes y los fantasmas que los rodean aún más amenazantes.
Creo que la realidad de la violencia a la mujer es uno de estos temas que nos cuesta enfrentar, especialmente cuando esta violencia se da al interior de la pareja. “Es un asunto privado”, dice una, “la ropa sucia se lava en casa”, dice otro. Y mientras, la ignorancia cunde en unos y la violencia se agrava en otros. Según estadísticas, una de cada diez mujeres han sufrido violencia intrafamiliar o la están sufriendo hoy.
Ahora, no sucede pocas veces, que cuando se enfrenta y comparte, aparecen respuestas ideológicas que lejos de ayudar, pueden agravar el asunto. Estas respuestas pueden venir de muchos lados. Del discurso religioso también. Y digo ideológico, porque no considera la realidad misma desde el punto de vista de quien la vive, sino que se centra en un relato pre-hecho con el cual nos hemos acomodado.
Señalo tres tipos de discurso religioso-cristiano que, interpretados como siguen, pueden hacer mucho daño:
1. “Confía en Dios y carga con la cruz” como “ten paciencia y soporta lo que te toca”.Interpretación pobre en general pero aún más, inútil y peligrosa cuando se trata de la violencia machista, ya que podría entenderse como un llamado a la pasividad frente a la violencia e incluso más, como si hubiese un designio divino en ello.Hoy esa interpretación es inaceptable e injuriosa contra el mismo Dios cristiano.
La confianza en Dios, lejos de paralizar, es una fuerza que permite actuar con libertad y dignidad frente a aquel que te amenaza. Se trata, en el esquema cristiano, de una confianza activa y liberadora que, más todavía, te hace romper con las amarras económicas y de poder que muchas veces dificultan dar un paso de lejanía frente al agresor. Así, la confianza en Dios debe ser proclamada y entendida desde esta propuesta, como fuerza; la cruz cargada como consecuencia del amor, y la dignidad, no como la consecuencia del miedo y la pasividad.
2. “Se fiel al matrimonio” como “sigue viviendo con tu marido”. Cada persona debe decidir en conciencia qué es lo mejor para ella, lo que más asegura su dignidad y la de su familia.
La fidelidad al matrimonio no puede ser entendida como un “permanece en el mismo hogar” aún en medio del peligro y la humillación. La fidelidad, ante todo, se da en el contexto de un vínculo amoroso. Cuando deja de serlo, hay que ver la mejor manera de reducir el mal y defender la dignidad más básica.
Nadie está obligado a hacer algo que daña su dignidad. Para el caso de la violencia contra la mujer, ninguna mujer está obligada a convivir con su marido si lo que está en juego es su salud física, mental e incluso más, si está en riesgo su vida misma.
Aún más, si en ella hay deseos de hacerle el bien, hay que tener consciencia que en la gran mayoría de los casos de hombres victimarios de violencia, la mejor forma que este hombre caiga en la cuenta de la gravedad de sus actos, es la denuncia a la justicia y la pena que de allí se derive.
Además, si no están las condiciones como para interrumpir por sí misma la situación de violencia de la que es objeto, el apoyo de un tercero será fundamental para sostener la convicción de que el amor y el sacrificio no son suficientes, y que se requiere que otros intervengan e interrumpan una situación que cuesta reconocer como tal.
3. “Si se arrepiente, perdónalo” como “dale una nueva oportunidad”. El perdón, especialmente cuando se ha recibido daños graves, supone un proceso largo que incluye el hecho de poder nombrar el daño recibido, los temores y rabias. No es automático y se abusa muchas veces de el.
Ahora bien, aun cuando se pueda perdonar (es un don), el perdón no implica en el caso de las parejas, volver a vivir juntos. Aquí nuevamente debe primar el mayor bien de todos y el conocimiento de las dinámicas de la violencia intrafamiliar.
Es “de libro”, sumamente estudiado, los ciclos en que transcurre la violencia en la familia si ésta no es parada a tiempo, con períodos de violencia/arrepentimiento/mayor y violencia/mayor arrepentimiento. A esto se le agrega un aumento en la frecuencia. Así como el perdón supone un proceso, el arrepentimiento también.Arrepentimiento que en no pocos casos se alcanza sólo ante la evidencia de la gravedad del daño.Y esto, en la justicia.
Cualquier cita recogida de la Biblia que pudiese servir de excusa para el ejercicio o, incluso, la más mínima complicidad con la violencia contra la mujer, sea del tipo que sea, no es más que una lectura fundamentalista y mañosa que no va con el espíritu de Jesús.
Estas lecturas suceden, lamentablemente, sobre varias realidades que involucran variables de género y sexo, obstaculizando, entre otras cosas, el justo reconocimiento a la mujer a nivel institucional. Ahora nos concentramos sólo en lo referido a la violencia, pero el tema es muchísimo más amplio y complejo.
La sociedad y dentro de ellas los cristianos, hemos crecido mucho en conciencia de las dinámicas que se generan en torno a la violencia machista y cómo hay que detenerlas.Desde hace décadas hay organizaciones especializadas al alero de instituciones religiosas que van a la vanguardia en esto, con mujeres y hombres de fe que han luchado contra la violencia machista, y protegido a mujeres y niños de su amenaza con un discurso donde prima la dignidad y la libertad de la persona.
Igual eso no quita que discursos como los señalados sigan presentes en cristianos de distintas comunidades y de distinta autoridad.Estos tienen que rechazarse por ofensivos y peligrosos.Y poner el tema de la violencia machista en las comunidades y espacio público.
Aquí me he concentrado en tres discursos religiosos, pero hay mucho que hablar también de discursos muy populares y autoproclamados como modernos, que no son más que fomento a la dominación sexual.