Seguramente se me dirá que hay cosas que son noticias y que por sí misma “tienen valor periodístico”, que generan debate, que copan la opinión pública al día siguiente y, lo más importante (“nunca puede olvidarse”), que dan rating.
Sin embargo, a pesar de que no es una costumbre muy recurrente en la práctica de algunos medios de comunicación, determinados contenidos y/o reportajes, deben también ser evaluados en las consecuencias y en el momento de su puesta en escena.
La reciente entrevista al triste y dramáticamente recordado jefe de la DINA, Manuel Contreras, en medio de las diferentes reflexiones, polémicas, recuerdos y dolores a propósito de los 40 años del golpe militar, me parece francamente una agresión gratuita a la mayoría de los chilenos.
Especialmente lamentable es el hecho que ella haya sido realizada por dos periodistas tan brillantes como Mónica Rincón y Daniel Matamala.
Ni siquiera puede entenderse que se trata del derecho que tiene una persona a poder dar su versión de los hechos, ya que en los innumerables juicios a que ha sido sometido el señor Contreras ha podido ejercer dicho derecho y han sido precisamente los porfiados hechos, una y otra vez demostrados, los que han derivado en las consecuencias de público conocimiento: tendrá que seguir preso el resto de su vida y hasta le sobran cientos de años de presidio por los crímenes y horrores cometidos.
El sólo hecho de que, como resultado de la entrevista, haya que volver a contradecir a este señor y/o hacer aclaraciones al respecto, dicho más claramente, que haya que volver a dedicarle un minuto de tiempo y un cuarto de neurona a este personaje, me parece un favor a su persona inmerecido, impropio y absolutamente de más.
¿Quienes tomaron la decisión de hacer la mencionada entrevista, pensaron la impotencia, rabia, agresividad y dolor entrañable que deben haber sentido miles de chilenos al escuchar las patéticas y absolutamente esperadas (por su reiteración) palabras de Manuel Contreras?
Afirmaciones tales como: “hacer desaparecer un cuerpo lo encuentro ridículo”; “a mí no me gustaría que me torturaran, por eso no me gusta la tortura”; “yo di órdenes de no hacer desaparecer a nadie”; “en los interrogatorios de la DINA no se torturó a nadie”; “los detenidos desaparecidos están en el Cementerio General”, ilustran parte de un discurso que violenta y revive el drama de familias enteras, las que tienen que escucharlas sin tener la posibilidad de encarar tan cínicas e hirientes palabras.
Aún más, al ver las reacciones en las redes sociales y aunque son muy mínimas, surgen voces de jóvenes que ven en las declaraciones de Contreras algo posible de creer y/o a lo menos de plantearse el derecho a duda.
El que únicamente un sólo joven de Chile, que no vivía aún para la dictadura militar, pudiese creer el discurso del ex jefe de la DINA, ya constituye una siembra comunicacional lamentable, preocupante e innecesaria.
No tengo duda, así es la democracia, que habrá mucha gente que piensa lo contrario a lo expresado en esta columna, no obstante, me sentí impelido a decirlo porque también estoy cierto que interpreto a muchos otros.