Es sabido que los triunfos se celebran y las derrotas se conmemoran. Es lo que sucederá el próximo 11 de septiembre, fecha de tres fracasos históricos: del régimen democrático en Chile, de la lucha contra el terrorismo en Estados Unidos y la caída de Barcelona en manos del ejército borbónico.
La ruptura de la tradición republicana y especialmente los horrores del terrorismo de estado surgido con el gobierno cívico- militar nos inscribieron a hierro en la lista de acontecimientos de esa fecha. Hace doce años, los pilotos suicidas de Al Qaeda la marcaron nuevamente con otro acto de terrorismo contra civiles.
Pero esas no serán las únicas conmemoraciones que habrá este próximo 11. Ese miércoles, una cadena humana cubrirá Cataluña en una gesta masiva, una más en el largo camino hacia la independencia, reeditando así la movilización que en 1977 repletó las calles de Barcelona.
Año a año los chilenos revivimos nuestras peores pesadillas y el horror de episodios que nunca creímos posibles.
Porque en verdad nunca pensamos que ese choque de ideologías antagónicas, ubicadas en las antípodas del pensamiento político y acicateadas por los dos grandes bloques internacionales, nos llevaría a lo que llegamos. Eso de la dictadura del proletariado solo convencía a los más afiebrados de ambos extremos.
Aunque el menosprecio de muchos por el sistema democrático provocaba innegables temores a la luz de otras experiencias internacionales, no logramos dimensionar en toda su magnitud el odio que creció en ciertos grupos, aquellos que perdieron privilegios económicos y venían siendo menoscabados desde la reforma agraria.Tampoco la contribución que a ese ambiente crispado hizo el infantilismo revolucionario de los que fanfarroneaban con la revolución o los que intimidaban hablando de guerra civil.
Consignas como ” avanzar sin transar” y una cierta frivolidad de muchos políticos en la conducción llevó al fracaso del diálogo impulsado por quienes creían que había llegado la hora de una salida política negociada. Pero esa incapacidad de los dirigentes de la época, incluso la violencia que se apoderó de las calles, no justifica el uso del terrorismo de Estado, especialmente cuando el país ya estaba controlado por las Fuerzas Armadas
Característico de este país, entre la derecha y oficiales golpistas subsistía una mirada clasista con profundo desprecio por la masa popular. Dichos como “upelientos” para calificar a quienes apoyaban al régimen fueron luego parte del discurso oficial, utilizando incluso calificaciones como “humanoides”. Así, despojados de toda dignidad, se hacía más fácil el trato inhumano.
La derrota ante el terrorismo le costó a los Estados Unidos más de tres mil civiles inocentes muertos en los atentados del 2001. Nuevo motivo de asombro en esta fecha ya marcada por la fatalidad. El ataque lo vivimos minuto a minuto en la televisión. Una vez más la realidad superaba la fantasía y el fanatismo religioso llegaba a extremos que remecen en lo más profundo la fe en el ser humano. Los bárbaros con ropajes de creyentes manipulando la fuente de su fe para adecuarla a sus oscuros objetivos.
En ambos casos fuimos testigos. En Chile, porque pertenecimos a esa generación de jóvenes a los que la vida les cambió completamente. Algunos fueron asesinados, otros tantos perseguidos, muchos partieron al exilio y muchos otros, que no compartíamos el ideario de la Unidad Popular pero sí creíamos en la necesidad de avanzar hacia una sociedad más justa y solidaria, con unidad social y política del pueblo, quedamos desplazados y pronto también fuimos considerados peligrosos.
La dictadura nos cortó las alas, la esperanza y la fe. Supimos lo que era el miedo, la cesantía, la lucha diaria por sobrevivir. Al frente otros jóvenes, muchos de los cuales decían profesar la fe católica, eran los fanáticos del régimen que no dudaban en catalogar de “cura rojo” al Cardenal Silva, su pastor, cuando hacía un llamado a respetar los derechos humanos y buscaba la reconciliación.
Tanto en Chile como en los Estados Unidos, a medida que pasan los años, crece la tensión entre las familias que no pudieron dar sepultura a las víctimas. En Nueva York se han debido conformar con saber que quedaron en un “lugar sagrado”. Acá, la red de silencios cómplices aún no permite saber dónde están los cuerpos.
No hay olvido. Los hombres mantienen viva la llama de la historia y encuentran el sentido que une y permite proyectarse hacia el futuro. Así nos lo afirmaron hace pocos días amigos catalanes al relatarnos lo que ocurrirá el próximo 11 en Cataluña, para el Día Nacional. Millones de personas formarán la más grande cadena humana jamás realizada para cubrir todo el territorio, reivindicando así su deseo de independencia. Será la Diada.
La historia de la Diada empezó hace casi trescientos años, el 11 de Septiembre de 1714, cuando tras varios meses de resistencia Barcelona cayó ante las tropas borbónicas durante la guerra de Sucesión Española. Entonces Cataluña perdió sus libertades nacionales, se le prohibió cualquier manifestación de su lengua y cultura y se abolieron todas las instituciones catalanas.
Durante el corto período de la Segunda República (1936-1939) Cataluña estableció un Estatuto de Autonomía y recuperó parte de sus libertades. En 1980, cuando se establece el Parlamento de Cataluña, se proclamó este día Fiesta Nacional. Desde entonces cada 11 de septiembre se conmemora una derrota histórica y la pérdida de instituciones y libertades civiles con conciertos, ofrendas y con el objetivo de reivindicar la libertad y la identidad de Cataluña.
Estas tres derrotas han dejado profundas heridas que ya forman parte de la memoria colectiva y deberemos aprender a convivir con ellas. Los pedidos de perdón ayudan a transitar el largo camino que falta por recorrer. Es un punto de partida para construir un nuevo futuro, pero a nadie podemos pedirle olvido.
Debemos cautelar que estas brutalidades no se repitan. Debe haber castigo para los que usaron al Estado para perseguir, torturar, desaparecer y también para enriquecerse.
Porque con la fuerza de las armas hubo quienes se beneficiaron y que desde entonces profitan de lo mal habido. Son los mismos que justificaron la represión contra la mayoría que jamás había empuñado un arma ni sabía cómo hacerlo, los civiles que no dudaron en tomarse venganza.
Hoy hay una minoría que mantiene un sistema político que impide hacer los cambios que las grandes mayorías anhelan. Ojalá que no tengamos que esperar tanto como los catalanes para que esos cambios se produzcan.