El 28 de agosto de 1974, Arturo Barría Araneda, concertista en piano, profesor de música y militante del Partido Comunista de Chile, fue detenido por militares, desapareciendo desde esa fecha. Tenía 38 años para entonces. Nunca más pudo hacer clases en su querido Liceo Experimental Darío Salas, donde daba curso a su alegría de enseñar, a su sensibilidad y a su vocación de maestro de música, formador, amigo y compañero de sueños de muchachas y muchachos.
Desde entonces han fallecido muchos seres queridos para Arturo. Las tías Mina y Lala con quienes vivía antes de su detención, su hermano Víctor, mi padre, mi madre Clemencia, maestra al igual que él, y su hermana Olga. Hace pocos días,acaba de morir la tía Ester, quien dedicó toda su energía a la búsqueda de su hermano menor y a la denuncia de las violaciones de derechos humanos desde la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, hasta que su salud se lo impidió.Solo le sobreviven, su hermano Luis y sus sobrinos, Aníbal, Virginia, Viviana, Luis Emilio, mi hermana Margarita y yo.
Desde su desaparición todo lo que hemos sabido del tío Arturo, nos ha conmovido profundamente.
Así, el año 1975 fuimos vapuleados por el montaje de los servicios de seguridad de las dictaduras del Cono Sur, con la “noticia”, publicada en dos periódicos editados por una sola vez – Lea de Argentina y O´Dia de Brasil – sobre 119 izquierdistas que habrían huido de Chile y muerto tras enfrentamientos entre ellos mismos. Se trataba de 119 jóvenes chilenos, detenidos en el país y posteriormente hechos desaparecer, entre quienes las publicaciones incluían el nombre de Arturo Barría Araneda.
Lo peor de la prensa chilena de entonces, no tardó en hacerse eco de esta siniestra maniobra de ocultamiento e impunidad.
Así, aunque posteriormente se comprobó judicialmente el montaje, jamás La Segunda, ha pedido perdón o explicado siquiera la crueldad de escribir en su edición de 12.06.1975, como principal titular de portada, en grandes letras rojas, “EXTERMINADOS COMO RATONES”.El tabloide venía a agregar la humillación y el desprecio al sufrimiento, dolor y angustia de los familiares de las víctimas.
En una especie de reparación por ese acto ignominioso, volvimos a saber del tío Arturo al leer un relato conmovedor que muestra en plenitud su fibra de ser humano, su dignidad, sensibilidad, temple, solidaridad y amor por sus semejantes.
La actriz Gloria Laso, quien afortunadamente sobrevivió al horror para contarlo, en su libro “El río que fluía hacia arriba” (páginas 103-104), menciona a nuestro Arturo en un recinto secreto de detención, y escribe: “…el momento más trágico fue una noche en la que se empezaron a formar algunos prisioneros elegidos en el largo y estrecho pasillo. Era un macabro sistema que se repetía cada día. Oíamos una reja que se abría con un gran chirrido y pasos apresurados. Luego las puertas se abrían y los guardias nos recorrían lentamente con la mirada, para finalmente elegir una persona.Ese día no nos tocó”.
“Tras la puerta cerrada sentíamos órdenes, gemidos y pies que arrastraban cadenas. De pronto un grito rompió el escalofrío que nos suspendía, la voz siguió en la misma nota y entonó el ´Himno a la Alegría´. Una a una se fueron sumando las voces de decenas de cautivos, incluidas las nuestras. Hoy me recuerdo cantando a todo pulmón ´ven canta, sueña cantando, vive soñando el nuevo sol en que los hombres volverán a ser hermanos´ llorando y aferrada a la puerta de la celda, intentando, como todos, dar fuerza a esos desconocidos cuyos rostros nunca vería y que sin embargo eran mis hermanos, enfilando sus pasos hacia la muerte llenos de dignidad”.
“Nunca he sentido más orgullo y tampoco más vergüenza por pertenecer a esta especie.Con el tiempo supe que el hombre que cantaba era un profesor de música de apellido Barría. Deben saber sus descendientes que, él solo, sostenía con su temple a todos los demás”.
Gracias Gloria Laso por ese preciado recuerdo de nuestro Arturo, que, como tantos, dio hasta el final, testimonio de vida,solidaridad, esperanza en un mundo mejor y amor por sus semejantes, actitudes tan contrastantes con los administradores del odio, que impusieron la crueldad, el sufrimiento y el horror, inimaginables para quienes no los sufrimos en carne propia.