El tema de derechos humanos puesto a la discusión pública por la columna de Carlos Peña el pasado domingo pone en evidencia una vez más la pobre “solución” (¿sería mejor decir “disolución”?) que ha tenido en Chile este tema.
La magnitud de los hechos de barbarie perpetrados por las Fuerzas Armadas que fueron puestos a la luz por el informe Rettig, el informe Valech, por los Archivos de la Vicaría de la Solidaridad y por los juicios que se han llevado a cabo a lo largo de los años, no guarda ninguna relación con el número de uniformados sometidos a juicio, ni tampoco con las sanciones que éstos han recibido.
Y lo peor de todo es que a pesar de todos estos hechos que ya forman parte de la historia de nuestra país por estar autentificados en forma incuestionable, no ha habido la reacción que hubiera debido esperarse por parte de las instituciones que los llevaron a cabo, las que mantuvieron siempre un silencio encubridor con la esperanza de que el tiempo borrara lo que hoy día solo podría causarles vergüenza.
De ahí que el cuestionamiento actual del general en retiro Juan Emilio Cheyre por los hechos que han salido a la luz resulta un asunto bastante curioso cuando se tiene en cuenta la magnitud de los crímenes que han quedado denunciados en los informes citados y que ya nadie puede ignorar.
En realidad, sin ánimo de minimizar el dramatismo y la violencia del hecho, este problema que genera ahora tanto repudio es una parte muy menor de las atrocidades que se cometieron durante la dictadura Militar.
Y uno se pregunta cómo este hecho que dentro de tamaña tragedia es un simple ejemplo, puede haber llegado a adquirir tanto repudio en un país ya acostumbrado a que le hablen de asesinatos, degollamientos, torturas, etc.
Si nos ponemos a hacer el recuento de las historias vividas durante esa época vamos a encontrarnos con un informe exhaustivo de las peores crueldades, violencias, arbitrariedades, actos deshonestos, monstruosidades, cometidas en toda la historia de Chile.
Por eso, para explicar esta reacción algunos dirán que se trata de un fenómeno mediático, aunque sea fácil comprender que no se trata de eso y que el fondo de la cuestión sigue y seguirá siendo la debilidad con la que la justicia ha enfrentado este problema y la falta de autocrítica de las instituciones involucradas en el horror.
Escuchando a Cheyre, uno se encuentra con afirmaciones extrañas, que deberían haber significado cuestionamientos muy severos en las Fuerzas Armadas frente a lo que la Dictadura generó al interior de ellas mismas, cosa que nunca ha ocurrido.
Por ejemplo, decir que dentro de la institución operaban en esa época grupos que no respondían a las líneas de mando, que actuaban por su cuenta y sin entregar información a las autoridades de los regimientos, es algo que debería haber generado en el Ejército una crítica muy radical, pues con eso, lo que se está diciendo es que la Dictadura intervino en la estructura misma de la institución pasando a llevar no solamente la ética del buen soldado, sino además su organización.
Como parte del golpe – todo el mundo lo sabe – hubo un golpe en el ejército, una situación de violencia en la que quedaron rotas las propias estructuras de la institución que al parecer, fueron reemplazadas simplemente por la complicidad y la lealtad malentendida.
Esto de alguna manera había aparecido ya en el juicio a Víctor Jara, en el que nos enteramos que algunos de sus asesinos eran oficiales del ejército que habían sido dados de baja por su participación en el “tancazo” (Edwin Dimter, Roberto Souper y Raúl Jofré) y que aparecieron en el Estadio Chile con don de mando como si nada hubiera pasado.
¿Cómo esos oficiales recién salidos de la cárcel volvieron a ocupar sus cargos sin que ninguna autoridad del Ejército dijera una sola palabra ni en el momento, ni después?
¿En qué horda de asesinos llegó a transformarse el Ejército en unas pocas horas y sin que eso tuviera posteriormente ninguna consecuencia?
¿Cuáles eran las reglas internas del ejército que hicieron posible tamaños desacatos?
¿Cómo se instaló la mentira como regla ante la información de todos los crímenes que se cometieron en esa época?
La explicación del general Cheyre es que a él lo mandaron en una misión que cumplió sin mayores cuestionamientos. Además, nos dice que quienes le entregaron la información sobre la muerte de los padres del niño, le mintieron.
¿Qué pasó con esa mentira cuando fue revelada como mentira? ¿Y qué ocurrió dentro del ejército cuando se descubrió que no se trataba de un suicidio sino de un asesinato? ¿Hubo alguna denuncia? ¿Se hizo un juicio militar? No pasó nada.
Y tampoco pasó nada con los miles de casos de derechos humanos que han sido denunciados.
Entonces, de las palabras explicativas de Cheyre lo que se concluye es que las bases mismas de la institución fueron corroídas y que, incluso hoy día, nadie ha sido capaz de asumir las consecuencias.
El golpe dentro del ejército desquició la institución, pero ésta siguió fiel a Pinochet tragándose todas las ruedas de carreta que éste les hizo ingerir.
El general Cheyre no es de los peores, es cierto. Pero lamentablemente ni siquiera los mejores han sido capaces de salir de esa lealtad malentendida que ha impedido que se restablezca sobre bases firmes y estables la confianza de la ciudadanía en las Fuerzas Armadas.