Es muy probable que en estas semanas se defina el descenso de Cobreloa a segunda división.Nunca había ocurrido. Desde su fundación el 7 de enero de 1977, el equipo naranja pasó directamente desde segunda a primera división en un solo campeonato.
Es el segundo equipo más exitoso de Chile.
Colo Colo tiene 30 campeonatos en 89 años, es decir un título cada 2,9 años.Cobreloa en cambio, tiene 8 títulos nacionales en 37 años, es decir uno cada 4,6 años. Las universidades van más atrás. La U 16 campeonatos (sin sumar el de segunda división) en 87 años, es decir uno cada 5,4 años y la UC tiene 10 (sin contar los 2 de segunda división) en 77 años, es decir uno cada 7,7 años.
Sin ayuda de árbitros, ni cobertura de la prensa.
Cobreloa ha sido siempre el hueso duro de roer, el equipo de provincia que es odiado y temido por los poderosos. Respetado en el extranjero, fue el primer equipo chileno en ganar la Libertadores en el Centenario, en Colombia y en México.
Y ahora, sin pena y sin gloria, parece encaminarse de manera inexplicable a los potreros.
Está claro que hay cosas extrañas, pues el Club ha vendido a los jugadores más importantes de nuestra selección nacional (Alexis, Vargas y Aranguiz) y esos ingresos no se ven reflejados en la composición del actual plantel. Deudas extrañas, cobros judiciales.Disputas entre dirigentes. Y un largo etcétera.
Algo ha pasado y Cobreloa, que miraba la competencia desde la altura de Chuquicamata y de la punta de los torneos, mira ahora desde el borde del abismo … y desde el fondo de la tabla.
En ese marco, llegó a mis manos un libro nuevo que se llama “Soy de Cobreloa”, del periodista deportivo Carlos Vergara Ehrenberg. Es parte de una colección de la Editorial Lolita, que ya tiene volúmenes sobre Colo Colo, la U, la Católica, la Unión Española y Santiago Wanderes.
Qué momento más duro para publicarlo.
Pero como el propio autor lo hace evidente, todo en la historia de este equipo ha sido duro. Nada ha sido fácil y siempre le ha tocado luchar contra los poderosos y la falta de reconocimiento.
Desde su nacimiento en medio del hoyo de la mina de Chuquicamata, el sol inclemente y la altura que hacía imposible el deporte.
Cuando avanzaba inexorablemente a la Copa Libertadores, y los brasileros y uruguayos consiguieron que se objetara su estadio en Calama y se llevaran las finales a Santiago, en la práctica, un escenario neutral, Cobreloa fue obligado a jugar dos finales de Libertadores como visitante, sin defensa de la ANFP.
O como cuando el año 1983, los árbitros chilenos se negaron a arbitrarle a Cobreloa porque su entrenador (uno de los últimos caballeros del fútbol chileno) don Vicente Cantatore, reclamó por los errores arbitrales que le birlaron el campeonato nacional.
Y nunca le suspendían los partidos del campeonato nacional por tener semifinales de Libertadores, pese a que para equipos de Santiago sí se hacía.
O cuando la ANFP los declaró antipatriotas por no dejarse perder con Colo Colo y facilitar su paso en la fase de grupos de la Libertadores, allá por el año 1988.
Es la historia del cobre chileno y de sus mineros, que viven y mueren bajo la tierra. Es una historia de esfuerzo y de sacrificios.
Es la historia de esos miles de niños de Santiago, que éramos hinchas y debíamos defendernos solos ante los hinchas de los equipos grandes (a los que les ganábamos igual) y dar explicaciones, ante las preguntas hirientes de nuestros compañeros de colegio… ¿por qué eres hincha de ese equipo? (tan raro, tan anormal, tan marginal…)
El libro cuenta con fidelidad miles de anécdotas notables, como cuando los brasileros de Flamengo (dirigidos en la cancha por Junior, Zico, Moser y otros próceres de los 80) aterrados al ver que perdían la final de la Libertadores, mandaron a un jugador sin historia (Anselmo) para que entrara solamente a lesionar al gran Mario Soto.
El gol de último minuto de Morena en el Estadio Nacional, fue el último minuto que nos privó de la Copa Libertadores el 82.
En resumen, su historia es una tragedia griega. Con triunfo, sangre y dolor. Como el trabajo del minero.
En palabras del autor: “Ser hincha de Cobreloa y vivir en Santiago, como era mi caso, equivalía a tardes de soledad sin igual pegado a la radio para mendigar novedades a través de la alarma de gol, porque las emisoras ni siquiera se molestaban por esos años en transmitir todos sus partidos, o rumiar hoy porque el Canal del Fútbol no le interesa televisar sus partidos como local.Cobreloa, más que un sentimiento, era casi una enfermedad. Recuerdo noches terribles, temblando y comiéndome las uñas.” Sólo. Frente a la radio.
Es una tragedia.
Y parece que va a terminar así. Como una tragedia, con el héroe caído en la cancha, terminando en la segunda división, donde nunca debió llegar.
Larga vida al héroe. Larga vida a Cobreloa.