Si la Concesionaria del fútbol profesional de la Universidad de Chile concreta su aspiración de construir un estadio propio que por lo demás es un antiguo sueño de todos los aficionados azules, se habrá puesto la lápida al que es hoy el principal escenario deportivo del país: el Estadio Nacional.
Será realidad aquello del “elefante blanco” de Ñuñoa. Sólo un par de encuentros de alta convocatoria, entre paréntesis, es curioso como nos han convencido de que “alta convocatoria” es sinónimo de “alto riesgo”, cuestión ridícula. Pero eso da para otra nota.
Algunos partidos de la selección chilena y seguramente para financiar sus cuantiosos gastos mucho recital y artista extranjero. ¿Justifica eso mantener el Estadio Nacional? Evidentemente que no.
Lo lógico sería que se entregara en comodato u otra fórmula jurídica el Estadio a quien aparece como su único ocupante permanente: Universidad de Chile, hoy la sociedad deportiva Azul Azul.
Perfectamente el recinto que contiene la cancha de fútbol puede aislarse y ser administrado por la U.
Tomando la cautela de reservar fechas para la Selección Nacional cuestión que no tiene el menor problema, cuando juega Chile no juega la Chile y otras fechas para el uso de la pista atlética cuestión que tampoco tiene problemas normalmente las competencias normalmente son sábados y domingos hasta mediodía y algún otro acontecimiento, es perfectamente compatible el traspaso de la cancha de fútbol a la U.
Hay múltiples ejemplos de selecciones que juegan en estadios de clubes, además de la propia chilena en el Monumental, Argentina en el de River, España en el Bernabeu y así.
Tenemos demasiadas carencias en infraestructura deportiva no dedicada al fútbol como para agregar la subutilización de un escenario de las características del Nacional. Con los recursos que puede generar esta concesión se podrían beneficiar con infraestructura moderna varios deportes.
Por otro lado resulta absurdo que una institución se vea obligada a destinar recursos a un nuevo proyecto cuando se cuenta con un recinto que cumple todas las condiciones para evitar ese gasto innecesario.
Sabemos que las más altas autoridades del deporte y del país no son precisamente azules, pero, aquí no se trata de actuar como hinchas sino como autoridades elegidas y designadas para velar por el bien común y por el correcto uso de los recursos fiscales.
El deterioro que sufre una propiedad que no se usa permanentemente y el gasto de ponerlo en condiciones de uso luego de períodos desocupado, es progresivo y de magnitud considerable.
Si la U ya tiene cerca de quince millones de dólares para construir un estadio y aspira a invertir treinta, esos recursos serían un gran aporte al presupuesto necesario para enfrentar los desafíos que Chile tiene para los próximos años.
¿Triunfará esta vez la razón por sobre las pasiones? Esperamos fervientemente que así sea.