En esta columna argumentaré que la disciplina en la selección debe ser institucional y no depender de quién sea el técnico respectivo. Esto implica separar la función del técnico de los procedimientos disciplinarios y su correspondiente control, naturalmente, este también queda sometido a las mismas reglas. A mi juicio, es la solución correcta y de largo plazo a un problema recurrente en la selección, que más que un equipo debe ser una institución.
Cuantos problemas se habrían evitado si las reglas disciplinarias de la selección hubiesen estado claras de antemano, en pleno conocimiento de técnicos y jugadores, y con instancias de supervisión independientes.
Más aún, si esas reglas o buenas prácticas se aplicaran a todos por igual, sin hacer distinción si se trata del cuerpo técnico o de los propios jugadores, probablemente no ocurrirían actos de indisciplina como los que dieron origen o contribuyeron a la expulsión de destacados jugadores de la selección, lo que trajo consecuencias desafortunadas.
Por un lado, esta se privó de su eventual aporte. Por otro, para los propios futbolistas, hubiese sido mucho mejor someterse a un conjunto de reglas estrictas, ya que su carrera y desempeño profesional no se habrían visto empañados por estos bochornosos hechos. En definitiva se habría previsto una situación en que todos pierden.
Una buena práctica en las organizaciones es separar las instancias de control de las líneas ejecutivas, esto permite resolver conflictos de interés y juzgar de forma más independiente los actos de sus miembros. Lo que es más importante, institucionaliza los mecanismos de supervisión y control.
Si aplicamos este concepto a la selección nacional, la disciplina de los jugadores y cuerpo técnico no dependería del quién es el entrenador, si es Borghi, Bielsa o Acosta, más bien sería un tema institucional.
Luego, por el mero hecho de ser parte de la misma, estos quedarían sujetos a la aplicación de las normas correspondientes y su respectivo monitoreo por un oficial de cumplimiento.
Por ejemplo, en las actuales circunstancias, la separación de los jugadores del plantel sería determinada por una instancia autónoma, la que sería la encargada de aplicar el debido proceso y cumplimiento de las reglas.
Los beneficios de una medida como esta son varios. En primer lugar, haría de la disciplina una política permanente, cuya aplicación estaría institucionalizada y, por tanto, no dependería del técnico.
En segundo término, los miembros de la selección sabrían de antemano que no tienen espacio de “negociación” para faltar a las reglas y, además, ayudaría a evitar conflictos entre el entrenador y los jugadores, o entre ellos mismos, producto de actos fuera del reglamento.
Adicionalmente, los hinchas también percibirían que el riesgo de indisciplina está mucho mejor gestionado a través de una entidad permanente y de largo plazo.