Lo que más me alegra de los traspasos de Alexis Sánchez y Arturo Vidal al Barcelona y la Juventus, respectivamente, es que dos de los pilares de la generación dorada del fútbol chileno llegan a instituciones de gente grande, madura.
El tocopillano va a compartir camarín con Iniesta y Xavi, con Messi y Guardiola, gente que se divierte con el fútbol, que lo practica con alegría, pero a los que no se les ocurriría hacerse la peladilla al final de un entrenamiento. Que tienen el diálogo por norma, que saben conceptualizar el juego, que no eluden el debate y que seguramente harán crecer a Alexis donde más le falta.
Ni hablar de la Juventus, un equipo que suma tradición, triunfos y escándalos surtidos en el afán por ser el mejor del mundo. Llega Vidal en un momento de crecimiento tras los peores castigos sufridos por la escuadra en su historia, que la obligaron a ceder títulos malamente ganados e irse a la Segunda División. Le costó sanar las heridas, pero en sus filas permanecen históricos que suman laureles y gloria.
Después de la Copa América desperdiciada por esta selección, creo más que nunca que a nuestras estrellas les falta madurez. Crecer. Hacerse grandes. Como los uruguayos, por ejemplo, que tienen varios liderazgos muy marcados, pero sobre todo a gente seria.
Hacen asados, se ríen, comparten con sus familias y novias en el hotel, provocan escándalos mediáticos increíbles (como Forlán con Zaira Nara), pero son lo suficientemente maduros como para no perder el estilo.
Inmaduros son los venezolanos, que en la hora más grande de su fútbol mostraron la hilacha. Estuve en el Malvinas Argentinas, y los incidentes son culpa de Farías, los guardias de su seguridad y los jugadores que no supieron afrontar una derrota que no merecían. Los llaneros debieron ganar, estuvieron cerca de hacerlo, pero no lo hicieron.
Se picó Chávez en La Habana –ya no le creo que Fidel esté viendo tanto fútbol, y a las cinco y media de la mañana- y dijo que les habían robado porque les anularon un gol (que estaba bien anulado). Contra Chile no les cobraron un penal en contra y hubo un gol que el juez no validó, y no lloramos tanto. En el punto más alto, no supieron estar a la altura.
Paraguay tiene la hidalguía de reconocer sus falencias.
Tienen suerte, juegan mal pero clasifican, y los primeros en reconocerlo son el técnico y los jugadores. “No merecemos lo que hemos logrado”, repite Martino y eso es madurez, al fin y al cabo. Será una final entre hombres grandes.