“Y ahora…Esperando el fútbol ¡Allá viene La Vinotinto! ¡Y viene invicta! ¡Inspirada! Venceremos”. Así abrió los fuegos desde La Habana Hugo Chávez, siguiendo el partido contra Chile, mientras hacía un alto en su tratamiento.
A su lado, Fidel Castro, que intuyo se lateó un poco –enfundado en su buzo Adidas- porque sólo vio el primer tiempo, que fue muy malo. Y porque además, bien vale precisarlo, al Comandante el fútbol le importa un carajo.
“Fidel vino y trajo suerte a la Vinotinto. Cantó el gol y adivinó la victoria. ¡Venceremos! Ahora se va a ver el segundo tiempo desde su casa”, mintió Hugo, porque Fidel, después de la proclama, se fue a cualquier cosa menos a ver la vana reacción de la Roja de Borghi.
Sé que es pronto y que el período de autoflagelación todavía está en su máximo apogeo.
Que habrá gente que pida por un buen rato la cabeza de Claudio Bravo y que el carnaval de candidatos que nos habrían salvado de la debacle es amplio: Herrera, Eduardo Vargas, Marcos González, Mark, Villanueva y varios más.
Podemos lamentarnos todavía sobre por qué no jugó Felipe Gutiérrez, o de que la historia se habría escrito de otra manera si tomáramos más Milo cuando pequeños, y es un juego siempre atractivo. La esencia de la magia del fútbol: la opinión libre, apasionada e irracional de nuestros deseos y sentimientos.
Pero el otro también existe, muchachos. Y creer que todo pasa sólo por nuestros propios errores –que los cometimos y muchos- es encerrarse en un laberinto. Lo que hizo Venezuela –al igual que Perú, Uruguay y Paraguay- no sólo es lícito, sino perfectamente válido, aunque hoy nuestro paladar sublimizado en los últimos años nos imponga despreciar los extremos cuidados defensivos al que recurrieron los cuatro clasificados.
Yo quiero creer que en lo de Venezuela hubo épica futbolística, aunque me duela en el alma.
Y que Chávez, en medio de su quimioterapia, viva su pequeña gran alegría es parte del fútbol. Correr riesgos es asumir que puedes perder de manera ruin, con la especulación como estilete.
Lo que importa es la convicción. ¿Queremos seguir jugando al ataque? ¿Estamos dispuestos a poner un par de troncos con altura para que no nos claven en el fondo? ¿Sacrificamos a un volante de marca para tener mejor salida por la izquierda? Mientras nosotros masticamos la rabia del desperdicio injusto (el mismo de Argentina, Brasil y Colombia), piensen que como en la vida, la desgracia de unos es la fiesta de otros. En Venezuela se festejó, sanamente, en las calles, lo que ya es mucho para lo que sufren.
Imagínense a Hugo Chávez, enfermo y deprimido, gozando con su selección. Y creyendo que el Comandante, gritándole “Venceremos” desde la puerta, le estaba hablando de un pinche partido de fútbol. Eso es magia pura.