En este recorrido interminable por la Argentina de la Copa América ahora estoy en Alta Gracia, pueblito cercano a Córdoba que tiene una iglesia y monasterio jesuitas, un tajamar hermoso y el Museo del “Che”.
Resulta que Ernesto Guevara vino con su familia cuando pequeño, para huir del asma que le provocaba el clima rosarino y se instaló en una casa burguesa y luminosa que hoy alberga el museo a su memoria. Están la cama, el baño, la loza, su biblioteca infantil y muchas fotos.
Hay manuscritos, mapas, notas escolares, la tetera donde su madre le preparaba el mate y…la moto.
En rigor lo que más me impresionó fue la moto, que le sirvió para recorrer gran parte de Sudamérica, incluido Chile. La misma que montaba Jael García Bernal en “Diarios de motocicleta” en el cine.
Aquí, en Alta Gracia, se fue formando el espíritu del Che, su cultura y su ideología, pero lo que queda en el registro es un chico de ojos grandes que aparece en todas las fotos mirando asustado a la cámara.
Hay cuarenta kilómetros a Córdoba, donde Argentina jugará con Costa Rica y un juvenil amateur que estudia en la Universidad de San Jacinto en Houston, Texas, será el encargado de marcar al mejor jugador del mundo, Lio Messi.
Ya casi todo el mundo se olvidó del fútbol para empezar a sacar cuentas.
Chile puede ser primero, segundo o tercero en su grupo (mejor tercero o segundo mejor tercero, no sé si me entiende), pero ya está clasificado.
Puede jugar en Córdoba, en La Plata, en Santa Fe o en San Juan. Puede enfrentar a cualquiera de los rivales que clasifiquen, pero el ejercicio de cruzar parejas nos encanta y ya estamos en eso.
Lo que vale es que se transformó en candidato, lo que –a diferencia de la política- complica mucho a los jugadores y los técnicos. Y uno que divierte, pues hasta ahora ninguno de los súper favoritos ha ganado: ni Argentina, ni Brasil ni Uruguay. Igual siempre llegan.
Como dice Suazo, el Chupete, con esa ingenuidad que le es tan propia, nadie vale menos porque no haga goles, ni sea figura.
La historia se escribe al final, el destino tiene caminos raros y nada es lo que parece en sus inicios. Lo volví a entender viendo las fotos de un niño llamado Ernesto, que se transformó, después de muchos años y muchas luchas, en el “Che”.