Fue injusto.
Porque futbolísticamente Chile fue mucho más que los uruguayos en el segundo tiempo. De hecho, sorprendió la torpe estrategia de Tabárez, que apostó al pelotazo largo y al error de la defensa nacional.
Fue inteligente el planteamiento de Borghi en el segundo período, moviendo las piezas justas para neutralizar a Forlán y Suárez, pero además para tener la audacia de ingresar a un disminuido Valdivia, que clarificó las cosas arriba e hizo aparecer -en todo su esplendor- a Beausejour, Suazo y, sobre todo, a Alexis Sánchez.
Por eso, en lo estrictamente futbolístico, el empate fue injusto, porque la selección mereció mucho más. Pero en lo numérico es muy bueno, porque contra Perú se puede asegurar perfectamente el primer lugar en el grupo.
Lo destacable de este equipo: su afán irrenunciable al buen fútbol, el afán ofensivo, la pelota jugada a pie. Si el rival se mete al fondo (lo que ha pasado en los dos primeros partidos de grupo), la tarea se hace más complicada, pero la potencia que muestra este equipo lo hace destacar, nítidamente, en el opaco panorama de esta Copa América.
Pudo ser mejor, es cierto, pro el orgullo de ver a esta escuadra como protagonista va más allá del empate. Chile entusiasma y se juega, arriesga, va al frente. Es una herencia, por cierto, pero también la ratificación de las convicciones de Borghi.
En el Malvinas Argentinas, confundido entre un mar de banderas rojas que se van contentas pese al sacrificio y la mala organización general, lo que se rescata es el espíritu.
Pero sobre todo al Mago, el hombre que hizo brillar un engranaje que ya era inmensamente superior.