“Bueno y malo”. Es el relato a través del que Lucía Berlín en su libro póstumo A Manual For Cleaning Women (2015) evoca su paso, en 1952, por el colegio Santiago College.Se trata, más precisamente, de los recuerdos de Ms. Dawson, la profesora que debía mantener a ella y a sus compañeras gringas, hijas de funcionarios diplomáticos ejecutivos de las empresas mineras, agentes de la CIA, atadas a la historia y cultura norteamericanas. Pero a Ms. Dawson la inspiraban otros esmeros.
Consciente de las injusticias sociales y de la desigualdad profunda de una sociedad como la chilena intentaba – vanamente, como es de suponer – instigar un sentido crítico en sus discípulas. ¡Qué va!, nos sugiere Lucía. “si cada una de nosotras tenía un papi rico, hermoso y norteamericano”.
“Las niñas a esa edad”, nos sugiere, “sienten por sus padres lo que sienten por sus caballos. Es una pasión. Y ella quería mostrárnoslos como unos villanos”.
Ms. Dawson reclamaba contra el imperialismo norteamericano y contra el elitismo de la sociedad chilena. Se sentía atraída por las luchas sociales de la época, por el comunismo que, con espanto, las compañeras de Lucía veían en esta inesperada profesora. Y doña Dawson era gringa. Gringa al modo ingenuo de ser gringo.
Creía firmemente en las causas populares y arrastra con sus ideales y a contramano a esta única discípula que no se atreve a contrariarla y que, además, no quiere parecer tan frívola como se reconoce ser.
¿Qué haces los sábados, los fines de semana? Ir al Charles, al Club de Polo, al cricket o al rugby, a los thés dansants, a la misa de El Bosque, a las siete el domingo. A Algarrobo o a la nieve y bailar lo más que se pueda. ¿Por qué no ir en ayuda de los pobres?
Al estilo de gringa progresista, Ms. Dawson no trepida en acercarse a las luchas populares. 1952. Pero no es necesario producirse, como diríamos hoy. Así no más, sin sostén ni nada. A la calle y al campo. Y es así como Lucía se encuentra en las afueras de Santiago, en un fundo, con una movilización campesina, movilización que más parece ramada, fiesta y juerga que otra cosa y que, a pesar del compañero comunista que arenga a los campesinos del país a tomar posiciones de combate, el copete corre con más fuerza.
Y el compañero que acompaña a estas gringas no trepida en abrazar a Ms. Dawson mientras que, con la otra mano, empuña una jarra de vino. 1952. Demás está decir que la lucha popular se transforma en ímpetu carnal y que la gringa con lente poto de botella la verdad es que no ve. No ve ni con sus ojos ni con sus pensamientos. La causa popular no es más que una ventolera de aire festivo que amenaza con devorarla y no cabe sino huir de la escena.
Lucía no tarda en confesar a su padre, ingeniero de la Anaconda, que su profesora le ha llevado por malos caminos. Ms. Dawson, acosada sexualmente por las clases populares,no tarda en ser exonerada por la elite.
La imagino en su vejez – o quisiera imaginarla – recaudando fondos para apoyar la lucha de los pueblos centroamericanos frente al mismo imperialismo que se le hizo carne en Chile. Y, al modo de un campesino salvadoreño, enceguecido por sus pezones, no tardaría en acosarla al modo que lo hiciera un chileno treinta años antes.
Curiosamente Lucía Berlín nació y murió en un mismo día del calendario: el doce de noviembre, de 1936 y de 2004, esto es, 68 años después. De Ms. Dawson nada sabemos solo que el país del que ella fue testigo pareciera no haber cambiado tanto en los últimos sesenta y cuatro años: con clases sociales bien establecidas y, en cierto modo, cobijadas bajo el statu quo las mantiene – digamos – entre San Ramón y Santa María de Manquehue, entrampados en las misma miserias en que antaño se vieran inmovilizados nuestros padres, abuelos y bisabuelos; entre la arrogancia y el acoso, entre la exoneración y el abuso del más débil.
Lucía Berlín logró, tras su muerte, lo que en vida no le fue posible: vendió más ejemplares de esta colección de cuentos, editada por Stephen Emerson, de lo que fue la suma de toda su obra.
¿Será nuestro país capaz de sobrevivir a la contradicción patética que le impone el no querer ser de otro modo? O, ¿habremos de aceptar lo disponible que Ms. Dawson es para algunos y lo prescindible que es para otros?