Los refranes, acrisolada antología de dichos agudos y sentenciosos de uso común, en ocasiones suelen flaquear. Más pronto se pilla a un mentiroso que a un ladrón o la mentira tiene patas cortas, rezan dos muy socorridos. No obstante, un orondo embaucador catalán los vapulearía por más de treinta años gracias a una fraudulenta historia de duras prisiones y heroicas resistencias.
El sindicalista Enric Marco Batlle (1921), se inicia como ”sobreviviente de los campos” aproximándose a asociaciones de víctimas del nazismo. Premunido de un amasijo de medias verdades o mentiras verdaderas y sugestiva labia persuadía más que los mismos damnificados, ofreciendo “testimonio” de su participación en la Guerra Civil, el exilio, la resistencia francesa y los campos.
Tal sería su prestigio que, el año 2005, conmemorando el Holocausto pronuncia un dramático discurso en el parlamento español: “Cuando llegábamos a los campos de concentración en esos trenes infectos, para ganado, nos desnudaban, nos mordían sus perros, nos deslumbraban sus focos. Nosotros éramos seres normales, como ustedes. Nos gritaban en alemán links, recht -izquierda, derecha-. No entendíamos, y no entender una orden podía costar la vida”.
En ese entonces, ya había escalado hasta la presidencia de la “Asociación Amical de Mauthausen y otros campos”, en Barcelona. Según su adobado embuste, conoció el destierro en Francia como muchos republicanos al término de la guerra civil. Allí ingresa a la Resistencia; detenido por la Gestapo, luego de fieros tormentos lo mandan al campo de Flossenburg, en Baviera; liberado por los aliados, en 1945, regresa clandestinamente a España para combatir la tiranía franquista.
En Austria, mayo del 2005, conmemorando la liberación del Campo de Mauthausen-Gusen debía hablar frente a supervivientes, el presidente Rodríguez Zapatero y el canciller austríaco. Pero la tenacidad del historiador Benito Bermejo desmorona la impostura. Raudo, Enric retorna a la Ciudad Condal por sentirse indispuesto; “el deportado número 6.448” asume la falsedad de su novelería y deja la testera de la Asociación Amical de Mauthausen.
Neus Catalá, española ex prisionera del campo de Ravenabrüch, lo calificaría de abyecto, “su actitud ofende a los muertos”. La indignación pública exige retirarle la Creu de Sant Jordi, máxima distinción civil, pero él discretamente se anticipa y el gobierno “aceptó la devolución“.
La veritat resultaría ser que el “exiliado republicano en Francia” permaneció en su país durante el franquismo; nunca lo arrestaron por “ayudar a la Resistencia en Francia“ y Alemania lo recibió en calidad de trabajador voluntario en la Deutsche Werke Werft de Kiel, donde, acusado de repartir propaganda comunista, la Gestapo lo detiene y flagela en sus calabozos, pero fue exculpado y devuelto a España.
Jamás estuvo en ningún campo de concentración.
Desenmascarado, admite la trampa y se reinventa para seguir en los primeros planos. Quizá cometió un error, pero con buenas intenciones: “Mentí porque parecía que me prestaban más atención y podía difundir mejor el sufrimiento de las muchas personas que pasaron por los campos.”
Fue “por una buena causa” dirá sin rubor. Para ser más elocuente en la tarea contra la autocracia y más persuasivo advirtiendo contra el totalitarismo y la criminalidad nazista: “Todo lo que cuento lo he vivido, pero en otro sitio; sólo cambié el lugar, para dar a conocer mejor el dolor de las víctimas”. “Nadie tiene derecho a decir que el dolor en una cárcel de la Gestapo no es igual que el dolor en un campo de concentración”.
¿Cómo pudo engañar por décadas de esa manera?
A su falta de escrúpulos algunos le suman genialidad y musa de cuentista o comediante. Vargas Llosa, en un artículo no exento de críticas, se derrite ante el sentido, tono y sustancia de esas urdimbres y, pese a sentir repulsión moral y política, admira su destreza fabuladora. “Ella se hubiera incorporado a la vida, pasando de mentira a verdad histórica, sin Benito Bermejo, ese aguafiestas, ese maniaco de la exactitud e insensible a las hermosas mentiras que hacen llevadera la existencia”.
“Señor contrabandista de irrealidades, bienvenido a la mentirosa patria de los novelistas.”
Y en estas lides, Marco no ha sido el único manipulador de los colores naturales de la verdad. Misha Defonseca en ‘Misha. Una memoria del Holocausto’, narra cómo sus padres, judíos belgas, antes de ser arrestados la entregaron a una sádica familia católica; con sólo cuatro años, escapa y camina miles de kilómetros hasta Ucrania, donde fue adoptada por los lobos y mató a un soldado nazi que quiso violarla.
Pero Misha se llamaba Monique De Wael, hija de católicos asesinados por los nazis. Unos tíos la criaron y en EEUU incoa su fábula adoptando una amañada identidad judía. Y la supuesta niña-loba, se defendía: “No es la verdadera realidad, pero es mi realidad. Hay momentos en los que me cuesta diferenciar entre la realidad y mi mundo interior.”
El libro fue elogiado hasta por la Fundación del Lobo.
Herman Rosenblat, un mitómano judío, testificaba que conoció a su esposa en el campo de concentración de Schlieben, y tras admitir la estafa expuesta en “Un ángel en la cerca”, respondía de este modo a un periodista. ¿Por qué contar una mentira así? “No fue mentira, fue mi imaginación. Y yo lo creí, incluso ahora lo creo…”. ¿Cómo puede decir que no fue mentira? No fue verdad y usted lo sabe: “Sí, no es verdad… pero en mi imaginación lo fue.”
¿Qué hay detrás de estas insidias?
Posiblemente, egolatría patológica e insatisfacción personal compensada simbólicamente. El complejo psicológico mentira de Ulises consiste en engañar a sabiendas porque así la gente escucha más. Descubierto, el farsante ensaya otra argucia o se escuda en supuestos problemas para discernir entre verdad y mentira.
Al parecer, en nuestra fértil y señalada provincia, no hemos sido espléndidos en esta asignatura.Del período llamado la dictadura, sólo afloran escasos y chapuceros falsarios de exoneraciones y torturas en pos de migajas estatales, más algún literato o arqueólogo incrementando el currículum con imaginarios carcelazos.
Sin duda, una saludable escasez.