Si el sueño del pibe literario fuera un estreno triunfal con la publicación de su primer libro, Charles Dickens lo encarnaría con Papeles póstumos del Club Pickwick, perspicaz sátira de la sociedad victoriana que con su galería de personajes y sus “divinas payasadas” nos lleva por avenidas y vericuetos de la naturaleza humana, y por fondas de mesas bien servidas, plenas de humor, ponche y amistad.
Aunque Cervantes resultara decisivo en la literatura inglesa, de lo quijotesco en Papeles … se habla poco en Inglaterra, pese a los evidentes paralelos y concomitancias.
Para empezar, son fábulas afines: excéntricos y sociables cincuentones recorren su país con fieles criados, viven azarosas peripecias, dignificados y ennoblecidos según avanzan sus historias.Finalmente, se retiran.
Si la paternidad de Don Quijote es remitida a Cide Hamete Benengeli, Dickens hará lo propio aludiendo a indiscutibles documentos.
“El primer rayo de luz que hiere la penumbra y convierte en claridad ofuscante las tinieblas que parecían envolver los primeros tiempos de la vida pública del inmortal Pickwick surge de la lectura de la siguiente introducción a las Actas del Club Pickwick…”
La vestimenta del businessman retirado: levita de largos faldones, pantalones ajustados y polainas, alguna correlación guarda con el estrafalario atuendo del Caballero de los Leones. Uno y otro, elocuentes y altruistas, coléricos de sosiego fácil, solterones irreductibles, joviales y capaces de proezas juveniles.
En la estampa, amos y servidores exhiben simetría invertida: el de la Triste Figura, alto y delgado, parco en comidas y bebidas; Mr. Pickwick, bajo y obeso, adorador de Baco y de manteles largos. Petiso y rechoncho Sancho Panza, espigado Sam Weller.
Asistentes cazurros y sin servilismo, admiran y respetan a sus amos. Y tanto el tosco campesino como el pícaro londinense sorprenden por sus capacidades: gobernando una “ínsula” o dominando una enrevesada “soirée” de domésticos provenientes de atildadas residencias. Los dos imponen ritmo, diálogo, ocurrencias y jocosidad a la narración.
Si Sancho es incansable refranero:
“Hasta la muerte todo es vida”; “Detrás de la cruz está el diablo”; “No ocupa más pies de tierra el cuerpo del Papa que el del sacristán.”
Sam es prolífico en dichos comparativos:
“Lamento interrumpir tan grata reunión, como dijo el rey cuando disolvió el Parlamento”, o “Añadir injuria al agravio, como dijo el loro cuando vio que no sólo lo sacaban de su país, sino que lo obligaban a hablar inglés”.
Y así como Sancho contribuyó al éxito de Don Quijote; con Sam, las ventas convirtieron súbitamente a Dickens en primera figura de la ficción inglesa.
Asimismo, se advierte en ambos autores idéntica burla afectuosa hacia las encendidas deliberaciones de sus paladines, quienes después de una indecisa primera salida retornan a sus casas y, antes de la segunda, contratan sendos sirvientes.
“Una mañana, subió sobre Rocinante, y hablaba consigo: ¿quién duda que en los venideros tiempos, cuando salga a luz la verdadera historia de mis famosos hechos, el sabio que los escribiere, no ponga?: ‘Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus arpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora … cuando el famoso caballero don Quijote de la Mancha, dejando las ociosas plumas, comenzó a caminar por el antiguo y conocido campo de Montiel’.”
“El sol, acababa de levantarse …Mr. Pickwick surgió cual otro sol de su sueño, abrió la ventana y contempló el exterior. ‘Así, pensaba, son las estrechas visiones de aquellos filósofos que, contentándose con examinar las cosas que tienen ante sí, no ven las verdades ocultas más allá. Igualmente, podría mirar eternamente a Goswell Street ignorando los ocultos parajes circundantes’. Después de tan profunda reflexión, Mr. Pickwick con su maletín, catalejo y cuaderno de notas llegó al paradero de coches.”
Si bien eran de disposición más bien casta, se ven envueltos en aventuras de “confusión de lechos”, con novios vengativos. Y también disfrutan de munificentes hospitalidades: don Quijote en el castillo del duque, y Mr. Pickwick en Manor Farm, la finca de Mr. Wardle, en Dingley Dell.
En los tramos postreros, Mr. Pickwick anuncia que Pickwick Club ya no existe, acotando: “Si poco bien pude hacer, confío que sea menos el daño ocasionado”. Don Quijote, a su vez, había establecido: “mis intenciones siempre las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a ninguno”.
Disuelto el Club, su fundador se transforma en un sedentario gentleman visitado por sus amigos.El héroe cervantino, derrotado por Sansón Carrasco, se retira convertido en Alonso Quijano “con su juicio ya libre y claro” y en compañía de vecinos y amistades.
Digna jubilación para estas modernas y risueñas versiones de Ulises.
En relación con sus propias obras, Dickens entrega un relato humorístico tan distinto de sus demás creaciones como Don Quijote es diferente en la obra cervantina.
Pese a que algunos no le perdonan su propensión a la felicidad, Dickens se sitúa bastante más allá del acaramelado sentimentalismo burgués que indignaba al camarada Lenin. Para Carlos Marx, su retablo de miserias muestra más verdades sociales y políticas que todos los políticos y moralistas juntos. Y George Orwell lo tenía por “un escritor subversivo, radical y sinceramente rebelde.”
En la coda. Una breve observación histórica: el español Felipe II, poco antes de la publicación del Quijote, fue cuatro años rey de Inglaterra e Irlanda gracias a su casamiento con la muy católica María Sangrienta, y, cuando enviudó, pudo continuar en ese trono si su hermana Elizabeth Tudor hubiese aceptado sus políticas propuestas matrimoniales.