El reciente reencuentro de Cuba y los Estados Unidos podría simbolizarse en dos grandes plumas de esos países, unidos en su amor por la isla caribeña, donde ambos hicieron su vida y su literatura. La literatura cubana, los escritores de Cuba, están en nuestros radares desde antes de la revolución que llevó a Fidel Castro al poder.
Nicolás Guillén y su musical Sóngoro Cosongo, que data de 1931, daban ritmo a nuestras lecturas pre Sierra Maestra. Lo mejor de Ernest Hemingway, que logré emular capturando un pez vela (con “El viejo y el mar” en la mente y una gran caña en las manos) y saboreando daiquiris en el Floridita ante su figura en bronce, son añoranzas apreciadas.
Ambos grandes de las letras se reúnen en un breve relato de Padura en el que Mario Conde investiga el asesinato de un agente del FBI en la finca de Hemingway…
Obviamente, la llegada “de los barbudos” a La Habana, un feliz día de año nuevo, trajo un impulso extraordinario a esta ciudad literaria, que recibimos en Chile envuelto en premios Casa de las Américas a nuestros jóvenes literatos y un inédito e irrepetido boom de las letras que llevó a pronunciar quizás por primera vez la frase del Presidente Barak Obama, al normalizar ahora los Estados Unidos relaciones con Cuba: “Todos somos americanos”.
Mi vida estudiantil estuvo llena de publicaciones cubanas que -en modesto papel elaborado con caña de azúcar- llegaban a nuestro centro de alumnos dónde escudriñaba los envíos para descubrir ejemplares de la revista Caimán Barbudo, que nos enteraba de la actualidad literaria de la isla.
Durante la Unidad Popular, devolvimos la mano imprimiendo millones de textos de estudio para los jóvenes cubanos que padecían las limitaciones del bloqueo. No obstante ello, recuerdo con emoción las exposiciones de libros cubanos que acompañaban las largas y animadas colas en las que esperábamos turno para recibir la ansiada bandeja en que recogíamos el almuerzo en el enorme casino del entonces edificio de la UNCTAD.
En una ocasión, al advertir a un colega del Instituto cubano del libro que era muy riesgoso dejar los ejemplares al alcance de lectores tan ávidos como hambrientos, me respondió tranquilo: “no importa, compañero, que se los lleven, lo importante es que lean”.
La misma generosidad, experimenté a comienzos de los noventa cuando, luego de una importante donación de Letras de España a la biblioteca municipal juvenil de Santiago, enterado el presidente de la Cámara cubana del libro, no quiso ser menos y envió un cargamento de ejemplares, impresos en Cuba, para complementar dicha biblioteca.
Mi más reciente episodio de cercanía y admiración a esa literatura se llama Leonardo Padura, que impactó con El hombre que amaba a los perros y ratificó con la más reciente Herejes. Sin dejar de lado las múltiples entregas del entrañable Mario Conde, el detective privado que sobrevive en La Habana, comprando viejas bibliotecas y vendiendo su contenido al detalle, a coleccionistas adinerados.
Pero no sólo es querible la Cuba literaria. Sin ser un experto, admiro su música, sus bailes, sus cantantes comprometidos y los no tanto, desde Silvio Rodríguez a Buenavista Social Club. Su cine: Lucía, de Humberto Solás; Memorias del subdesarrollo, o Fresa y Chocolate, de Tomás Gutierrez Alea, son inolvidables.
En el terreno del patrimonio es ejemplar la labor de la Oficina del historiador de la ciudad, Eusebio Leal, que paso a paso y peso a peso está reconstruyendo el centro patrimonial de La Habana hasta convertirlo en un sitio de visita obligada a nivel mundial.
Incluso, es posible advertir y recientemente, compartir, el esfuerzo de entidades privadas sin fines de lucro, como la Fundación Ludwig, que apoyan las artes plásticas.
En El País del 7 de junio de 2014, Padura resumió la situación del pueblo cubano: “El verbo cubano más practicado es resolver. Resolver en Cuba significa encontrar los medios legales, semilegales o ilegales de arreglar tu vida cotidiana, resolver lo abarca todo, no se puede entender la vida cubana sin entender lo que para los cubanos significa el verbo resolver”.
Consultado sobre lo que quisiera para su país, Padura respondió: “Me gustaría que se convirtiera en un país más normal, en el que las personas trabajaran y tuvieran un resultado de su trabajo que les permitiera vivir dignamente. Para que llegue esa normalidad hay que resolver problemas económicos muy profundos. Hubo un periodo de excesivo romanticismo político y deficiente preocupación por lo económico y creo que se está entrando en otro de un mayor pragmatismo económico y también político”.
Al parecer, ese momento está llegando.
Es justo y necesario.