Se inicia septiembre y nuevamente jardines infantiles y escuelas empezarán a prepararse para celebrar las fiestas patrias.Interminables ensayos de cuecas y otros bailes se organizarán, todo lo cual terminará una vez que pase el dieciocho, hasta el próximo año.
Si bien es cierto que el conocer bailes y símbolos nacionales son parte de la cultura que debe hacer suya cada nueva generación de chilenos, ojalá estas prácticas se ampliaran y convirtieran en un “formar chilenidad” todo el año.En especial, mediante la formación de los valores que implica el “ser chileno” y la apropiación de los códigos profundos de nuestra nacionalidad.
Este tema, de suyo complejo, es un área que tradicionalmente se le ha entregado a la educación. Cabe recordar que ya en 1918 el Presidente Aguirre Cerda le indicaba a Gabriela Mistral que fuera a Magallanes a “chilenizar a esos extranjeros”, dado que un 70 % de la población eran inmigrantes de diversos países.
Desde siempre la educación ha sido un instrumento que el Estado-Nacional ha utilizado para formar a las nuevas generaciones, lo que habitualmente ha hecho mediante ciertos contenidos programáticos, y en especial, a través de celebraciones nacionales.
Sin embargo “formar chilenidad” debería ir más allá: comprendería un mirarnos como colectivo que compartimos una historia y cultura relativamente común, y tratar de despejar qué nos hace chilenos. Buscar ese “algo” que amerite que sea traspasado a las nuevas generaciones para su apropiación y recreación por parte de ellos.
Obviamente estos temas no son fáciles. Se supone que estudios antropológicos-culturales deberían entregarnos insumos al respecto, pero en realidad son pocos los trabajos de conocimiento público, ya que definir lo común y valioso de una nacionalidad a partir de las diversas culturas que son parte de Chile, es muy complejo.Pero la educación lo debe hacer.
Pensar en algunas de nuestras características como “ser acogedores”, relativamente austeros y sencillos, expresar nuestro mundo interno a través de la música y la poesía, ser amantes y cuidadosos de nuestra naturaleza, ser creativos y adaptables a diversas situaciones o el conocer desde porqué Chile se llama así, hasta el significado de la toponimia del lugar donde se vive, pueden ser algunos referentes a iniciar en el trabajo con niños y niñas pequeños.
A ello, se puede agregar el conocimiento y valorización de nuestros “grandes chilenos y chilenas”, practicando algunos de los saberes o haceres que nos dejaron. Todo ello desde una perspectiva activa del aprendizaje y de los sentidos de los niños y niñas.
Somos conscientes que cada uno de estos temas son discutibles y conllevan necesariamente una “idealización” de lo que significa “ser chileno”; lo cierto es que la educación tiene esta importante labor, y por lo difícil que ello es, ha llevado a que estos temas se conviertan en “currículo nulo” y no se hace nada al respecto.
Quizás el mejor regalo a nuestra patria en su nuevo aniversario, sería que nuestros niños y niñas, descubran y se asombren con nuestro país, su naturaleza y su gente. Con nuestras costumbres, tradiciones y proyectos, y que a través de ellos y mediante actividades significativas, puedan aproximarse a ese Chile profundo que de una u otra forma existe a través de sus familias y comunidades.
Niños y niñas creando poesía todo el año, plantando yerbas medicinales y otros vegetales de nuestros huertos, haciendo comida chilena, sabiendo la historia del cerro o del río que tienen cerca, hermoseando nuestras ciudades y campos. Conversando con la gente sencilla que nos rodea, valorando los pueblos originarios y sus culturas, asombrándose de lo que han hecho figuras como Gabriela y Violeta por nuestro país.
Todas ellas, serían algunas actividades que podrían enriquecer el bailar cueca. ¡Ojalá que este baile lo hagan también a través de toda su diversidad y desde su ser infantil, tanto este 18 de septiembre, como así mismo todos los meses!
¡Feliz año, Chile!