Pablo Neruda se declaró poeta de utilidad pública en el salón de Honor de la Municipalidad de Valparaíso, cuando era declarado su Hijo Ilustre, el 31 de octubre de 1970. Desde entonces, su ejemplo y afán ha sido seguido por otros grandes de nuestra poesía.
Por ejemplo, Gonzalo Rojas manifestó que bajo ninguna circunstancia quería que su casa se transformara en un museo; fue él mismo quien planteó la idea de un centro cultural “vivo, abierto al diálogo y al encuentro multidisciplinario”.Un concepto de trascendencia de su obra y residencia, de gran utilidad pública.
Asistimos a una época en la que los museos son cada vez más envasados. Es posible una visita guiada a través de internet o aún en el mismo sitio dónde se emplaza el museo, conducido por un audio guía que se hace cargo de toda nuestra capacidad auditiva y limita la visual a lo que ella determine. De interactividad, poco, a menos que se trate de museos científicos o tecnológicos orientados a niños que se fascinan con principios elementales de la física.
Ampliando la mirada a las industrias culturales, la música, el cine, las ediciones llegan cada vez más vía pantallas y nubes todo contenido. Dentro de muy poco, con una módica suma mensual podremos tener al alcance de nuestra capacidad de wifi la casi totalidad de las creaciones de la humanidad en formato libro, filmes o fonogramas. Quizás por ello, las grandes batallas de los creadores se darán crecientemente en el campo de una improbable defensa de sus derechos de autor, cada vez más vulnerables.
Por ello, lo que va quedando protegible o de beneficio al creador, son sus comparecencias en vivo y directo. Así acontece con la música donde el mercado del cassette, el disco o el CD fue absolutamente reemplazado por el concierto. Sólo allí es posible cobrar por el ingreso y por otro bien escaso: la cercanía con el artista de sus sueños.
Este fenómeno se acerca cada vez más al mundo literario. Ya no se aspira a ferias en las que el protagonista es el libro, sino a verdaderos festivales dónde el rol estelar lo tiene el autor, son la única oportunidad de permanecer cara a cara con el escritor de los sueños más acariciados. Se nos aproxima una mayor valoración del autor carismático versus aquel encerrado en su torre con poco contacto humano.
¿Y dónde pueden acontecer estos encuentros cercanos entre lector y autor, entre cantante y audiencia? Pues precisamente en centros culturales como los que dibujó Gonzalo Rojas. No museos ni ferias donde los objetos inanimados pueden ser admirados o incluso adquiridos pero no compartidos en ese momento mágicos en que se encuentran respirando el mismo aire -e incluso conversando- el creador de una obra de arte y el público que la disfruta.
Centros vivos, que hoy reciben a artistas plásticos, mañana a audivisualistas y pasado a una mezcla de ambos con literatos y músicos. Todo bajo la presencia activa y dialogante de las audiencias. Ello inspiró -premonitoriamente- a las autoridades que a los albores de la democracia de 1990, que soñaron con el Centro Cultural Estación Mapocho. Lo mismo inspiró, diez años después, a la Comisión Presidencial de Ricardo Lagos, institucionalizada luego en el Consejo Nacional de la Cultura, que comenzó a esparcir incesantemente, hasta la fecha, centros culturales por el territorio nacional.
Allí está el futuro de la cultura y quizás de muchas otras actividades que asisten implacables a la realidad de que es posible desarrollarse a distancia, desde cada casa de los involucrados, sin la riqueza y creatividad del intercambio presencial.
Las ciudades crecen en interconectividad y en dificultades para movilizarse, por tanto la tendencia a no moverse del entorno inmediato debiera reforzar la existencia de centros culturales en cada comuna y en cada barrio, por que allí y sólo allí se dará el intercambio que anunció un poeta de utilidad pública.
Por que no sólo de poesía vive el ser humano, también de las certeras inspiraciones de los poetas, que deben contar con la complicidad de autoridades como Sergio Zarzar, Alcalde de Chillán y Presidente de la Corporación Cultural Casa Gonzalo Rojas, quién reiteró la intención de respetar la voluntad del poeta.
Así sea.