23 jun 2014

Cine y fallidas intenciones

El denominado séptimo arte, como algunas poderosas familias, antes de alcanzar sus fastos actuales tuvo modestos orígenes: Augusto y Luis Lumière filmando obreros a la salida de una fábrica, un tren que llega a la estación o un barco alejándose del puerto.

Sin artistas, decorados naturales y la cámara fija, los descreídos hermanos (“el cine es una invención sin ningún futuro”) harían cientos de cortometrajes, algunos precursores del gag y de los noticieros. Pronto, George Méliès, Viaje a la luna, supera ese tono realista y documental con intrigas y escenografías fantásticas, nuevas técnicas y efectos especiales.

El cantante de jazz, primer filme sonoro, inicia el crepúsculo del glorioso cine mudo, de sus expresivas estrellas, textos admonitorios (El malo quiere robarse la niña) y pianistas marcando la acción en los biógrafos de barrio o de provincia. En 1935, Becky Sharp inaugura el tecnicolor, seguida muy de cerca por las celebérrimas Lo que el viento se llevó y El mago de Oz, con Judy Garland cantando Allá en el arcoíris.

Gracias a los posibilidades de una máquina bautizada Moviola, el montaje u ordenación narrativa y rítmica de los sucesos llegaría a ser indispensable en la industria cinematográfica.

El letonio Serguéi Eisenstein, pionero y maestro del género, sobrellevando la escasez de medios transformaría al montaje en método o instrumento capaz de provocar emociones, también de manipularlas. Serguéi, dudoso de los actores profesionales pues prefería buscar intérpretes en ámbitos propios del papel, debe gran parte de su fama a El acorazado Potemkin (1925) consagrada “la mejor película de la historia” por la Exposición General de Bruselas en 1958.

Alexander Sokurov, comenzando el siglo XXI y deliberadamente alejado del montajismo de Eisenstein, dirige El arca rusa, primera cinta comercial sin editar; una sola toma para plasmar sus hipnóticas secuencias –logradas en un día- en el Museo del Hermitage de San Petersburgo.

Dedicada al museo, al esplendor zarista y a la ciudad, esta excepcional serenata es, sin duda, inmune ante cualquier reparo o argumento ideológico.

El melancólico travelling comienza un gélido atardecer con festivas parejas ingresando por puertas laterales al Palacio de Invierno, hoy Museo del Hermitage. Un narrador invisible recorre pasillos, sube y baja escalinatas o atraviesa salones en compañía del Europeo, estrafalario sujeto tan sorprendido de hallarse allí como de hablar perfectamente ruso. Asimismo, es irónico acerca de aquellas apariencias occidentales en un espíritu asiático, aunque finalmente concederá que Rusia es europea.

En el trayecto encuentran personajes históricos o ficticios vinculados a los anales del Palacio.

Ensayos operáticos con Catalina II; la suntuosidad de Nicolás I acogiendo embajadores del Shah de Irán; la idílica vida familiar de los hijos de Nicolás II con el preludio de la revolución en sus ventanas; o el director del museo susurrando la solicitud de reparaciones durante el gobierno de Stalin.

El baile de 1913, último del período imperial en el Gran Salón, con centenares de participantes vestidos de época y una gran orquesta sinfónica entregada a la radiante música de Glinka, es el clímax que se difumina en la espaciosa salida de la multitud por la Gran Escalera.

En la postrera imagen, mientras el narrador abandona la mansión, el Palacio se convierte en un arca que preserva la cultura rusa flotando en el mar.

El Europeo se inspira en Astolphe de Custine, marqués que cambiaría la diplomacia por la literatura luego de participar en el Congreso de Viena, aquel elegante reparto del mundo pos napoleónico. Después de un periplo por tierras españolas, Custine publicó España bajo Fernando VII, emulando Las cartas persas de Montesquieu.

Referencias a la suciedad de las posadas, el mal estado de los caminos o bandoleros acechando viajeros, se entrelazan con impresiones sobre el declive del despótico régimen. Y Sevilla, esa “Roma de los árabes” fascinándolo con los toros, sus costumbres y la pintura: “Murillo es uno de los más grandes maestros”.

“Quisiera comparar Rusia con España”, manifiesta en un pasaje del libro, con el explícito designio de enaltecer los valores de la monarquía eslava. La del zar Nicolás I, reaccionario arquetípico, odiado de los liberales por sus crueles políticas represivas y símbolo de “la alianza del trono y el altar”.

Extrañamente, al publicarse La Russie de 1839, la premisa inspiradora se ha transformado en vibrante alegato contra el despotismo. Custine calificaría a Rusia de “nación de mudos” o “imperio del miedo” y a su cultura de “copiona”.

Además, la sumisión y el servilismo aristocrático lo escandalizan porque en Francia existía alguna autonomía de la nobleza frente a la autoridad real. En la Rusia, desde Pedro el Grande, la ambición y el miedo despojaron a los señores de toda independencia y dignidad. El zar, cabeza de la Iglesia Ortodoxa, tenía poder omnímodo.

Custine advierte en Siberia el símbolo de la tiranía, entusiasmando a la opinión demócrata con la denuncia de sus arbitrariedades y perversos mecanismos. Nicolás I se consideró traicionado, prohibe La Russie… y paga plumarios para refutarla en París.

El brillante estilo, ideas y posibilidades de este escritor francés (zares prefigurando el estalinismo, por ejemplo) justificarían su actualidad ante los desafíos geopolíticos de Vladimir Putin, imprevisible y abstemio zar contemporáneo.De buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno o a veces sale el tiro por la culata.

Astolphe de Custine peregrinó por las estepas rusas buscando argumentos para fortalecer el absolutismo y terminaría siendo demócrata; la Iglesia, inquieta por la influencia marxista, crea una falange de curas obreros que suprime cuando la mitad de ellos abandonó su ministerio, anunciando la Teología de la Liberación.

Hoy, cierta derecha política, estudia a Antonio Gramsci, “rostro sutil del totalitarismo”, para desenmascarar las nuevas y alarmantes ideas de la izquierda y “ganarle la batalla cultural”.

Escuchamos a diputados y alcaldes UDI pro aborto terapeútico y auto cultivo de marihuana. ¿Adelantados del gremialismo-gramscista?

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  • CARLOSMARISCAL

    Excelente asociación de ideas entre cine, literatura y política.

    Siempre lo hace bien este cronista.