En 1982 nuestro país vivía tiempos particularmente difíciles en lo económico y también en lo social.Los medios independientes – aunque los había en mayor número que en la actualidad – difícilmente podían mostrarse críticos ante los sucesos que acaecían en el país y las eventuales discrepancias de opinión respecto del Régimen Militar se transformaban en censura formal y en dura presión informal.
Difícil resultaba por tanto en este enrarecido ambiente saber en detalle y de primera mano durante los días siguientes al 10 de diciembre el discurso que el escritor colombiano Gabriel García Márquez había dado aquel día al recibir el Premio Nobel de Literatura pues de muchas maneras nos involucraba en forma directa o indirecta con sus palabras aludiendo a nuestro pasado reciente (y también al de nuestros vecinos).
Mientras estudiaba en el liceo ese mismo 1982 había leído como parte del programa de castellano los libros “El coronel no tiene quien le escriba”, “La hojarasca” y “La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada” los cuales me llevaron de la mano – aunque esta vez no en forma obligada – hacia la que es considerada como la obra cumbre de García Márquez, Cien años de Soledad.Texto que, al pasar de los años, leí sin exagerar una decena de veces más.
Luego vendrían muchos otros libros del autor cafetero aunque, como seguramente a muchos nos ocurrió, nada superaría el tremendo y mágico encuentro con ese Macondo de Cien Años…
Sabido es que un libro que nos agrada siempre tiene mucho que ver con la forma en la que nosotros hemos aprendido a ver el mundo. Ello aunque quizás nada tuviese que ver en ocasiones con lo que el autor haya querido expresar. Pero he aquí el hecho que aquel discurso de diciembre de 1982 era la explicación formal del autor sobre su obra general y por supuesto sobre Cien años de soledad, en particular.
Sin embargo fue sólo en 1987 que tuve la oportunidad de acceder a dicho discurso.Recién ingresado a la Universidad de Chile tuve que acercarme, entre álgebras y cálculos, al universo garciamarqueano por uno de los cursos electivos que tomé en aquéllos años dictado por el profesor Felipe Alliende.
Y en la búsqueda de información para uno de mis trabajos de curso a mis manos llegó una revista Pluma y Pincel de color sepia que en sus páginas centrales contenía el discurso completo de García Márquez al recibir su premio en Estocolmo hacía entonces ya prácticamente cinco años.Entre la sorpresa y la fascinación entendí completamente elementos que sólo pude avizorar parcialmente en mis lecturas previas del autor colombiano.
Vislumbré en las palabras del discurso del ahora extinto García Márquez el hecho mismo que ya anticipara Arthur Conan Doyle a principios del siglo 19: la realidad supera la imaginación más febril.
En el escrito creado especialmente para la recepción del reconocido premio sueco se mencionaba entre otros, algunos elementos que bien parecieran surrealistas. Un par de ejemplos citados allí bastarán para esclarecer el punto.
En México el general Antonio López de Santana hizo enterrar, con toda rimbombancia, su propia pierna derecha perdida en la Guerra de los Pasteles mientras en El Salvador el general Maximiliano Hernández contaba entre sus hazañas el haber hecho cubrir con papel rojo el alumbrado público para evitar la expansión de una epidemia de escarlatina.
Chile, Argentina, Ecuador, Uruguay, El Salvador, Guatemala y Nicaragua son directamente mencionados con ejemplos que bien parecieran sacados de un conjunto de anécdotas apocalípticas si no fuera porque cada uno de las historias que menciona son en definitiva,hechos.Tristes, dolorosos e irrefutables hechos vivenciados en nuestra América Latina.
“Me atrevo a pensar” (señala García Márquez textualmente) “que es esta realidad descomunal y no sólo su expresión literaria la que este año ha merecido la atención de la Academia sueca de letras”. Remata el párrafo del cual extraigo las expresiones anteriores con lo siguiente, “el desafío mayor para nosotros ha sido la insuficiencia de los recursos convencionales para hacer creíble nuestra vida.Este es, amigos, el nudo de nuestra soledad”.
El discurso va tomando forma con una invitación a Europa completa a no interpretar nuestra realidad con esquemas ajenos y a vernos en su propio pasado revisando en definitiva su forma de observarnos. Más categórico es aún cuando propone que los cambios sociales a que aspira Europa también puedan ser los de América Latina.
Frases que son finalmente redondeadas cuidadosamente al expresar que nuestro subcontinente contrapone “la vida en medio de la opresión, el saqueo y el abandono” mientras los países más prósperos “acumulan la capacidad de destruir un centenar de veces a toda la especie humana”.
Destaca entonces lo que podríamos considerar un remate final de su idea general.
“Ante esta realidad sobrecogedora que a través de todo el tiempo humano debió de parecer una utopía, los inventores de fábulas que todo lo creemos, nos sentimos con el derecho de creer que todavía no es demasiado tarde para emprender la creación de la utopía contraria. Una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra.”
Seguramente no es necesario comentar adicionalmente esta cita.
Hay, qué duda cabe, mucho de nuestra realidad en Cien Años de Soledad.Las historias imaginadas que suenan a imposible arman el universo que nace en Úrsula y José Arcadio y que finalizan con Aureliano, El hielo y los imanes. La belleza inasible de Remedios. Las artes adivinatorias de Pilar Ternera. La peste del insomnio.La búsqueda infinita de la piedra filosofal.Todo pareciera rozar los límites de la vida de nuestra América subcontinental.
Recomiendo sinceramente, estimado lector o lectora, buscar y leer el discurso completo de García Márquez del cual simplemente he intentado hacer un esbozo. Muchos y muchas encontrarán en sus palabras algunas contradicciones políticas. Es posible.
Más de alguien hubiese querido que así como el colombiano fue digno receptor de este premio lo recibiera, por ejemplo, la obra de Jorge Luis Borges. Pero el valor de la literatura y de la poesía es superior al de esos comprensibles conceptos temporales.
Abracemos pues lo que hoy nos convoca y lo que agradeceremos el resto de nuestras vidas, el viaje a la reflexión (entretención y alegría incluidas) que un escritor puede darnos. Y que sin duda un talento tan sublime como el de García Márquez nos obsequió en sus escritos con especial lucidez y enorme brillantez.