Cuando en el verano los chilenos llegamos a los lagos y ríos del sur, nuestro impulso es zambullirnos en ellos.Algunos no tardarán en equiparse con lanchas a motor, motos de agua y tablas deslizantes; otros verán oportunidades de negocio y construirán costaneras, playas artificiales y edificios para vender a buen precio.
Unidos bajo los mismos predicamentos marchamos hacia el sur, con una pobre mirada del mundo que no tardamos en convertir en imperio. El mundo – creemos – es como lo vemos, y lo que se ve son los espejos de agua, cascadas y torrentes fluviales.
Y no sólo eso. El mundo ha sido dispuesto – creemos – para nuestro beneficio, para el disfrute individual y ojalá exclusivo de sus “atracciones”: playas privadas, vista exclusiva, orilla de lago o mar (aunque después lamentemos los efectos de las marejadas).
Pero el mundo puede ser otro. Las profundidades del lafquen, de esos extensos cuerpos de agua lacustre o marítima, pueden estar habitadas por otros seres que se hacen parte de la vida.
No sólo hay peces para el disfrute de pescadores deportivos; hay hundimientos de embarcaciones, huellas de los antiguos, restos de sacrificios rituales ofrendados a Sumpall, el ngeno dueño de las aguas, conexiones con volcanes y con los espíritus de los ancestros. Aquí las profundidades no se miden en metros; lo que cuenta es la historia densa, concentrada, de cuerpos humanos y no humanos, de espíritus y cosas que se aglomeran en el fondo para constituir un mundo numinoso y sagrado.Zambullirse en estas aguas es impensable.
La muerte de Nicolasa Quintreman no es natural.Ninguna muerte es natural.Hoy sus espíritus, el am, el pulli, inician el largo camino que la vuelven al mundo de los antiguos. Sus espíritus siguen los devaneos de las bandurrias, el vuelo raki que lleva siempre de vuelta al lugar de origen.
Tal vez alguno de estos espíritus permanezca en el fondo de las aguas apresadas por la codicia empresarial, tal vez allí anide, mezclado con los espíritus de otros difuntos cuyos cuerpos fueron olvidados en el fondo de la presa. Una ciudadela de seres trascendentes que no han sido derrotados por la codicia, como no lo ha sido Nicolasa, espera su tiempo en un fondo de aguas turbias.
Bien sabe el pewen, la araucaria, que, en un corto tramo del crecimiento de su tronco, debe tolerar la insolencia de una especie que, a diferencia de otras, necesita destruirlo todo para poder seguir siendo.
A fuerza de historia, los pewenes acumulan paciencia, refugiados en las alturas cordilleranas ofrendan sus frutos a quienes les respetan.
Saben los pwenes, como sabe todo árbol añoso, sea alerce o roble, que, al cabo, volverá Nicolasa desde el wenumapu. Encontrará a su paso lodazales, tierra inutilizada, árboles muertos, murallones de concretos y esqueletos de artificios mecánicos de metal.
Al igual que lo que ocurre con toda empresa bananera, lo que un día se prometió como progreso habrá dejado tras de sí un reguero de cosas inutilizadas e inutilizables.Seguirán, no obstante, habiendo pewenes que reciban a Nicolasa cuando ya no haya siquiera recuerdo de una empresa llamada ENDESA.
La muerte de Nicolasa no fue natural. Fue anunciada y tomó años en cobrar su palabra.El mal había sido tirado hacía tiempo y era cuestión de esperar.ENDESA había pronunciado su sentencia y, como suelen hacer los brujos, apresó en un pañuelo de cemento las aguas que daban vida a Nicolasa y a su gente.Lo demás es cosa sabida.
Pero los brujos y las cosas por ellos creadas no tienen buen destino. Saben los campesinos del continente que las figuras de terno, dientes de oro y zapatos lustrosos son de temer, que donde ponen sus firmas nada crece después, que la riqueza que traen consigo es miseria del porvenir.
Nicolasa no ha perdido. No ha sido derrotada. El maleficio caído sobre su pueblo es, mirado desde las ramas de los pewenes, un detalle en la historia.
Mientras los chilenos seguimos año a año zambulléndonos en los ríos y en las aguas del sur, premunidos de filtros solares y preparados con dietas adelgazantes, apenas sospechamos de las formas como hemos mutilado nuestro futuro.Los triunfos empresariales son, a final de cuentas, praderas desoladas, pampas devastadas y hondonadas que, a falta de nombre mejor habido, son llamadas relaves.
Las hermanas Quintreman tenían razón, entre ellas y ENDESA sólo había un pobre: aquel que codiciaba las tierras y aguas de las que carecía y de las que ellas eran parte.
El corolario de la historia, empero, no es alentador: finalmente la pobreza en cuestión ha sido endosada a las y los habitantes actuales y futuros, humanos y no humanos, de una franja de tierra llamada Chile.