La realización de diversos foros de candidatos presidenciales en televisión ha revelado una cierta demanda del mundo de la cultura porque ésta aparezca mencionada o, mejor, discutida, en tales cenáculos. No era difícil prever que tales aspiraciones, junto con ser improbables, devolvieran la pregunta.¿Debatir sobre cultura? ¿Cuáles serían los temas?
De los incumbentes, seis presidenciables, sólo uno ha presentado lo que podría llamarse un Programa cultural, otro ha esbozado ideas en un par de temas -patrimonio y lectura- y los otros cuatro aún no se han pronunciado al respecto.
Es verdad que los grandes temas que concentran a los equipos posiblemente gobernantes son la reforma educacional y su financiamiento -vía reforma tributaria- junto con cambios constitucionales que parecen inevitables.
Frente a encrucijadas tan poderosas, parece ingenuo pensar que resolver las carencias del Fondart o las futuras programaciones de los recientemente construidos centros culturales vayan a ocupar algún segundo de los escasos disponibles en TV.
Mucho menos las disquisiciones sobre el proyecto de un eventual Ministerio que parece hacer alcanzado el difícil consenso de que es insuficiente y que, en el mejor de los casos, está impregnado del gobierno saliente, por lo que no debiera ser bandera principal de algún aspirante a reemplazarlo.
Por tanto, la tarea del mundo cultural está en cómo se explicita cuánto de cultural tienen las grandes propuestas para la próxima administración. Es una misión intersectorial.
Desde luego, en el terreno educacional, hay muchísimo que hacer. Cómo se refuerzan, en las reformas que vienen, la formación de audiencias desde la más temprana infancia y cómo jardines de infantes, escuelas, liceos y hasta universidades imparten formación en las artes, la apreciación de las mismas y creación de hábitos de consumo cultural. Sin desconocer el rol indispensable de las universidades públicas en la formación de artistas.
Lo mismo puede decirse de la socialización informal que imparte cotidianamente la TV y cómo el Consejo Nacional que debiera regularla, junto a la oportunidad de la televisión digital, se allanan a ser aliados en esa imprescindible creación de audiencias sensibles a producciones de calidad artística y cultural que llegan a la población por todo tipo de pantallas.
La multiplicación del tiempo al que la ciudadanía está expuesta a pantallas de cine, TV, teléfono o computador y sus variedades cada vez más “inteligentes”, debe ampliar la mirada de las políticas culturales hacia una producción audiovisual, en viejos y nuevos formatos, que dispongan de contenidos culturales diversos y atractivos.
Tal diversidad está necesariamente vinculada a la incorporación de los pueblos indígenas, su cultura y sus lenguas al uso corriente del concepto de herencia multicultural que deberá impregnar una nueva fase.
Por tanto, también en el terreno de una eventual reforma constitucional será posible distinguir contenidos culturales no sólo en el ámbito de los pueblos indígenas sino además en el de los derechos culturales de cada ciudadano, que debieran llegar a ser elevados al alto rango de la carta fundamental.
Y de paso, una “des-binominalización” del sistema político facilitará la incorporación de una nueva diversidad en instancias rigidizadas por el sistema político binominal vigente, como son el Consejo Nacional de TV o el Directorio de TVN.
Una vez establecido el sueño, es decir, definidos programáticamente los caminos para intentar cambios constitucionales, establecidos los mecanismos de una convivencia provechosa entre cultura y educación formal e informal y entre cultura y pueblos originarios, podrá el mundo de la cultura abordar -en ese marco- lo que desde hace una década tenemos en institucionalidad y práctica cultural, que por cierto tienen mucho por perfeccionar.
Aunque nunca tanto, como para ser “carne de debates”.