Exceptuadas las yaganas –que se desplazaban por ahí con toda confianza-, María Graham fue probablemente una de las primeras mujeres, si no la primera, en remontar el Cabo de Hornos. Lo hizo a bordo de la fragata inglesa Doris en la privilegiada categoría de señora del capitán, Thomas Graham, aunque perdiera dramáticamente esa posición por la repentina muerte de éste, justo frente al temido promontorio.
Viajera refinada y de múltiples registros: escritora, dibujante, crítica de arte, pintora, e institutriz de reinas y emperatrices. Sin olvidar su firme carácter, confirmado en esas difíciles circunstancias náuticas, oponiéndose a la imperativa tradición de lanzar al mar a los fallecidos durante las travesías, exigió que a su esposo lo llevaran a Valparaíso. Dícese que lo pusieron en un tonel de ron hasta llegar al puerto principal, donde sería sepultado con los honores propios de su rango.
En abril de 1822, comienza a escribir Diario de mi Residencia en Chile en 1822, luego de desechar la propuesta de seguir navegando en la Doris hasta encontrar un barco que la llevara directamente a Europa. Prefirió el bucólico sector El Almendral –evocado más tarde por Joaquín Edwards Bello- para afincarse y recobrar las fuerzas quebrantadas por su reciente viudez.
Sin duda influyó en su decisión la presencia en el país de Lord Cochrane, antiguo compañero de su marido. Y durante esa estadía, de más o menos un año, el Diario le permite exhibir una clara inteligencia, temperamento artístico e incondicional amor por la naturaleza, entonces estimulado por los paisajes de la zona central.
Su curiosidad botánica la obliga a frecuentes excursiones campestres en las cuales recolectaba especies de la floresta nativa para observarlas atentamente. En la senda de otros esclarecidos huéspedes cuya consideración y afecto por lo autóctono avergüenzan nuestra, deliberada o inconsciente, depredación de riquezas y hermosuras ecológicas.
Asimismo, se preocupa de lo humano. El escenario político, la vida doméstica, la familia y la sociedad entera le proporcionan útiles ingredientes para trazar, con galana y seductora pluma, coloridos y frescos cuadros costumbristas.
Su vida social sería intensa y variada. En una ocasión, recibió la visita de San Martín, parlanchín global que asombra más a su comitiva que a ella. María esboza algunas ideas, pero la locuacidad del argentino se las lleva por delante; critica “in mente” la vaciedad de esa charla incontenible y piensa que estaría mejor en un sarao, y no al frente de los Estados incipientes que ambiciona presidir como jefe absoluto.
Sí, la atraen sus ojos expresivos, “obscuros y bellos, pero inquietos”, y el agraciado rostro, animado e inteligente, aunque sin franqueza. No lo cree aficionado a la bebida, como se comentaba, pero sabe de su debilidad por el opio.
Lo más interesante de su discurso, asegura la perspicaz cronista, fue la confidencia de que en Lima, inquieto por su administración, como el califa Harún al-Rashid, iba disfrazado por fondas, tiendas y mercados, para escuchar la voz del pueblo.
Ahora los gobernantes prefieren las encuestas.
En El Almendral, “donde las tardes y las mañanas son de una belleza incomparable, siento un indescriptible placer al encontrarme sola en medio de un gran silencio”.”Las casas son de un piso y de adobe, con tejas de color rojo. El lugar, lleno de olivares y huertos de almendros; y si bien es el sector más agradable, no lo consideran muy seguro para vivir sin peligro de que a una le roben o la asesinen, por lo que causó más asombro que aprobación mi propósito de instalarme casi al final del barrio”.
Pronto comprende que deberíamos ser una nación marítima y advierte que si fuera legisladora todo su interés se orientaría hacia el mar, declarando, para empezar, fiesta nacional el día de San Pedro.
Una indicación algo desatendida, ciertamente.
Atónita por la preeminencia del juego, tanto en los ambientes populares como en la “mejor sociedad”, y en diferentes formas: cartas, dados, billar, palitroque, volantín. También repara en la ausencia de pintores locales o foráneos, “y me duele pensar que el país tiene aún que atender a muchas cosas de importancia más apremiantes que las bellas artes”.
Santiago no le parece muy sucio, y comparándolo con Río de Janeiro o Bahía, se inclina a declararlo muy aseado. A las chilenas les atribuye cortesía natural, y una encantadora sencillez de afectuosas maneras; destacando, eso sí, algunas prácticas desagradables. “Por ejemplo, una rolliza y bella señora, que vino hoy al palacio vestida de raso azul, se hizo poner delante de ella una escupidera, en la que escupía sin cesar y con destreza, como para demostrar que estaba habituada a semejante maniobra.”
El mate a toda hora es el gran lujo entre hombres y mujeres; prudentemente comenta que no se decide a probarlo: “me halaga muy poco la idea de usar la misma bombilla empleada por una docena de personas.” Tampoco se animó con el desayuno local, servido no muy temprano en su opinión, y consistente en caldo, carne, vino, pan, mate y chocolate.
En Brasil está fechada la última página de esta admirable representación de la vida en la naciente república, que junto a los recuerdos de José Zapiola y Vicente Pérez Rosales, son fuentes ineludibles para estudiar los inicios de la llamada Independencia.
En la despedida, junto con lamentar no haber visitado Chiloé, María Graham sorprende con un craso error sobre el Cabo de Hornos, atribuyendo su descubrimiento al holandés Le Maire: “dobló por primera vez el Cabo”.Especialmente porque Inglaterra, con esa simpática costumbre de poblar el atlas con su gloria, otorgaba el mérito a Francis Drake. Aunque, en realidad, antes de que naciera el famoso pirata, el navegante español Francisco de Hoces fue el adelantado en esas aguas.
Nuestros mapas utilizan el nombre de Drake para ilustrar esas latitudes que en España señalan como “Mar de Hoces”. Pero, bueno,… somos los ingleses de América.